ꜱᴇɴᴛɪʀᴛᴇ | ᴋʟᴀᴜꜱ ʜᴀʀɢʀᴇᴇᴠᴇꜱ

Sentirte | Parte única

Odiaba sentirse tan perdido en la vida. Odiaba saberse pequeño ante todo lo que venía adelante. Odiaba saber que seguía con vida. Y no era el mismo sentimiento de perder a alguien el que lo hacía sentirse tan vacío y pequeño en aquella habitación, la espuma en la tina le hacía promesas de relajación, pero su mente no estaba tranquila, y el sonido de la nada era abrumador para alguien que acostumbraba a vivir con una pesadez emocional; era el constante temor de volver a estar solo el que le hacía doler el pecho y llorar mientras el agua de la bañera lo rodeaba. Odiaba saber que pudo haber hecho algo, pero su poca voluntad había causado en primer lugar el problema; era estar atrapado entre las garras de esa oscura habitación, gritando por ayuda que nunca vendría, y de nuevo mirar a la cara a aquellos a los que no pudo salvar, y quizás... eso era lo más abrumador en su consciencia, encarar a todos aquellos por los que no pudo hacer nada aunque hubiese querido hacerlo, mirarlos a los ojos con culpa que él mismo había decidido cargar, y decirles que lamentaba haber sido un completo cobarde.

O quizás, sólo odiaba la abstinencia.

Estar sobrio era una de las peores sensaciones que recordaba, y probablemente sería la peor si no fuera que su vida, por sí misma, era una; la abstinencia era caótica, dolor de cabeza, temblores espontáneos, ansiedad que se reflejaba en idas y venidas en la misma habitación, rasguños en los brazos y piernas, sollozos de agonía. Ese era el acmé de la sobriedad, aguantar las ganas de correr con el primer dealer que encontrara en las calles, y pasar una noche con él de ser necesario para conseguir mercancía.

No se enorgullecía de vivir en una continua decepción para todos aquellos a los que quería, pero el dolor de ser impotente al ver aquellos rostros que, con dolor y causantes de lástima, le hablaban pidiendo esa ayuda que nunca podría brindarles.

Había justificado su adicción con su pasado, si no puedes verlos, no puedes tener miedo, y quizás ese era el principal problema, había decidido darle la espalda al mundo, justo cuando el mundo había pedido que volviera. No había entendido la incesante inquietud del mundo por mantenerlo sobrio, no al menos hasta que Dave llegó a su vida, o probablemente él a la de Dave; él, como sus hermanos, querían verlo de una sola vez en sus cinco sentidos, disfrutando de la vida sin temerle al mundo que lo rodeaba.

Pero el sólo recuerdo del hombre al que más había amado le causaba un dolor persistente en el pecho, tanto que el querer estar sobrio había pasado a segundo plano; quería verlo una vez más, pedirle que se quedara, que viviera con él, quería... pedirle perdón por no haber podido hacer algo en su lecho de muerte, pero en el fondo tenía tanto miedo de volver a verle, que sentía la necesidad de correr a su refugio más confiable. Drogas.

Y de la pequeña bolsita salieron dos, tres, cuatro.

Éxtasis.

Miró su palma.

Sobredosis segura, podía escuchar las ambulancias en su cabeza, no sólo como un recuerdo, sino como un augurio, era el presentimiento de que todo iba tan mal que sabía que terminaría de la misma forma. Por un segundo se detuvo a pensar en lo que pasaría, por un segundo pareció importarle un poco su vida, por un segundo quiso recuperar la cordura, aunque hacía unas horas había pagado unos cuantos dólares por aquello.

¿Él querría que lo hiciera?

Y paro por un segundo, sabiendo la respuesta, pero teniendo fe.

Él no está aquí para decirme que no querría... él... lo odiaría...

Como un acto vandálico cometido por alguien que no quiere jalar el gatillo, soltó unas lágrimas, estaba consciente, a pesar de los delirios causados por la abstinencia, de que meter aquello en su boca rompería por completo el corazón de aquel a quien más había querido. ¿Qué más daba? Ni siquiera estaba ahí para reprocharle.