V - El Orbe

88 27 6
                                    

El rostro de la mujer no se podía contemplar con exactitud desde el punto de vista de Trea, sólo conseguía ver una parte de su mejilla y la sonrisa que aparecía en su rostro.

Drake mantenía una mirada desafiante, una posición erguida y firme mientras movía los dedos encima de su yelmo.

—Dígame, jovencito —la mujer alzó la cabeza—. ¿Qué es lo que desea?

—Pues...he venido para agradecerle por la información que nos brindó anteriormente —contestó Drake—. Pero, a decir verdad. Vengo a pedirle que me entregue nueva información.

—Ah, ya veo —la mujer entrelazó sus dedos—. El dato que tenía en mi poder sobre aquel orbe era el único que existía en mis archivos.

—¿Cómo dice?

—Estos orbes no se hallan, así como así, muchacho —la mujer posó la palma en el mostrador.

—Si lo que necesita es más dinero —Drake hizo un gesto con el dedo índice y su pulgar—, puedo proveer lo que usted me solicite.

—No —la mujer negó con la cabeza—. Ya le dije que esa era la única información que logré encontrar.

—¿Cómo puedo creer lo que me está diciendo? —Drake golpeó el mesón con su puño.

—Estos artilugios permanecen ocultos por una razón, querido —sonrió ella—. No deberías subestimar su oscuridad.

—Sólo quiero entender.

—Muy bien —la mujer dio media vuelta—, acompáñeme arriba.

La mujer comenzó a subir por las escaleras, seguida por el joven Drake, quien había dejado su yelmo sobre el mostrador. Trea al escuchar eso, se levantó al instante y sin hacer el más mínimo ruido, volvió a la habitación para buscar dónde esconderse. Afortunadamente para ella, dio con un ropero viejo y polvoriento en donde tras abrir sus puertas, descubrió un montón de vestiduras antiguas y mal olientes.

Se cubrió con ellas mimetizándose lo mejor posible y cerró la puerta muy lento mientras oía el crujir de la madera, provocado por aquellos que subían.

La mujer que había estado frente a Drake, por fin mostraba su verdadero rostro. Una cara arrugada y desfigurada con los ojos totalmente desnivelados y la piel pálida. Tenía el aspecto de una anciana realmente decrépita.

Cuando la dueña de la tienda se dio cuenta del ruido que provenía de su armario, se dirigió para comprobar qué era lo que había originado el rechinido y al abrir ambas puertas se encontró con el montón de ropas viejas, agrupadas y polvorientas. Trea se había intentado esconder lo mejor posible.

Soltando una sonrisa, cerró la puerta con suavidad y con una llave de bronce le puso seguro para que no volviera a abrirse.

El pánico dominó la mente de Trea, quien pensaba que nunca más volvería a salir de aquel escondite, a menos que la vieja mujer se dignara a abrir nuevamente el armario.

Drake entró a la habitación contemplando el techo, que tenía todo tipo de macetas con plantas secas y marchitas. El olor a encierro dominaba el lugar y el aire se volvía muy pesado, además de que había muy poca luz en el interior.

La mujer se acercó a una de las macetas y cogiendo un poco de tierra, se volvió hacia otra para hacer lo mismo. Mezclando ambos polvos, Drake notó que la tierra se separaba de las manos de la señora para tomar la forma de una esfera que quedó suspendida en el aire.

Luego sacó de su túnica un pedernal y una piedra y los frotó en dirección hacia la esfera. Una chispa de fuego saltó directamente al polvo y una gran llama de fuego comenzó a consumir la bola de tierra.

Las Runas Eternas (I) [+18]  [TERMINADO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora