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Según la teoría y la experiencia los niños humanos son seres débiles. Seres de mente frágil y sentimientos potentes que apenas son capaces de dar dos pasos sin acabar en una vorágine impredecible de llantos o risas. Eso era exactamente lo que esperaba de bocchan. Sabía que por el sitio donde lo encontró no sería un niño risueño pero esperaba que con el tiempo descubriera más su verdadera naturaleza infantil, pero no.
Seguía siendo altivo y recio, siempre serio e inmaculado y eso seguía causándole curiosidad.

Sebastián sonrio ante este pensamiento, hacia siglos que nada le suscitaba tanta curiosidad a su persona.

La curiosidad le motivaba a estar ahí un día más.

Lo veía día tras día manteniendo una careta que definitivamente no era su verdadero ser. Lo escuchaba derrumbarse de noche cuando se creía a salvo de miradas indiscretas. Desgarrando su alma cada noche y volviendo a amanecer igual de íntegro cada mañana.

Desde luego era un niño interesante.

Jugando su triste y solitario juego de venganza desde un lugar privilegiado para que nadie lo alcance. Ni siquiera su propio demonio es capaz de ver tras esa gruesa careta y eso sólo suscita más y más curiosidad incitando al macabro ser a moverse por el.

¿Como sabrá un alma que guarda tanto dolor y rencor?

Inconscientemente se reclame tentado por la idea de dar una probadita de ese delicioso manjar, aunque definitivamente, de momento prefería continuar con el teatro amo mayordomo a pesar de que su hambre estaba reclamando ese alimento.

Prefería descubrir las peculiaridades del pequeño amo.

Como ahora, el niño está sentado en la cama esperando ser arropado, sin embargo huele a dolor emocional. Comienza con la rutina, lo acuesta con suma delicadeza, lo arropa de la manera más perfecta posible y entonces llega el momento que Sebastián más codicia. Le deposita un pequeño beso de buenas noches en la frente que lo hace estremecer en sufrimiento. El olor es intenso y grueso opacando cualquier cosa que hubiera antes con un intoxicante olor a desesperación acompañado por el latir frenético de un corazón que muere enjaulado.

Salió del cuarto escuchando como esta noche su careta se estaba derrumbando fácilmente, los gemidos de llanto ni siquiera esperaban a que el estuviera fuera del cuarto. Definitivamente ese niño iba a ser el mejor alimento que podría encontrar, además era un divertimento asegurado para un demonio consolidado como el.

- Sebastián - El nombrado esbozo su sonrisa tratando de no mostrarse demasiado malicioso.
- ¿Si? - sus ojos estaban vidriosos y su labio temblaba ligeramente símbolo del desequilibrio emocional que estaba sufriendo. Pareció ir a decir algo pero se retracto y finalmente se cubrió con las mantas ocultando su rostro y aumentando el olor a desesperación.
- Da igual. Deja el candelabro aquí, no lo apagues y marchate. - el olor se había vuelto tan denso e intenso que cualquier demonio sería capaz de olerlo el kilómetros.
- De acuerdo - Con una pequeña reverencia depósito cuidadosamente el candelabro sobre la mesita cercana y se dispuso a terminar el servicio del día no sin antes dar un último vistazo al bulto tembloroso que yacía bajo las mantas. No debía ayudar si no era requerido y por algún motivo esto le estaba causado conflicto, pero en realidad le era bastante indiferente.

Al siguiente día todo concurrió normal como todos los días. Había escuchado a los sirvientes cuchichear sobre el ánimo del menor, al parecer estaban preocupados ¿Sería para tanto? Como demonio sus percepciones respecto a las emociones humanas en ocasiones estaban un tanto... Erradas. El percibía la desesperación con el intenso olor dulce que desprende un alma lista para comer, un alma lo suficientemente rota como para dejarse matar, pero verlo en el joven amo le estaba despertando sensaciones contradictorias. El olor seguía siendo delicioso pero a su vez le estaba causando rechazo saber de donde provenía. No deseaba finalizar el contrato tan rápido.

Saliendo de sus maquinaciones volvió a prestar atención al menor que estaba cambiando de ropas al camisón. Este parecía perdido en sus pensamientos también, sus ojos lucían exhaustos con oscuros surcos bajo ellos.
-mmm... Sebastián...
- ¿Si? - El niño lo miró pero algo parecía estar cambiando en su mirada. Algo parecía haberse perdido
- ¿Crees que alguien me echará de menos cuando me vaya? - Sonrio amargamente potenciando el olor de una manera que Sebastián creía poder morir ahogado. Estaba mirando fijamente a la nada y se dejó caer sobre el colchón con un suspiró agotado antes de que el demonio encontrase una respuesta satisfactoria, en cambio el se respondió su propia respuesta - No, claro que no. Sólo seré tu bocadillo de medianoche - dejó escapar una risa desganada que casi parecía un preludio de llanto otra vez y el seguía sin saber que responder pero escuchaba atentamente esa interacción que jamás habría previsto - Siéntate - El niño hizo un gesto con su mano sobre el colchón, el demonio dejó el candelabro y se sentó curioso por esa petición. - Cierra los ojos - Obedeció sin rechistar, nunca ningún humano se habia comportado tan despreocupado en su presencia, técnicamente era un comportamiento imprudente ante un ser como el, pero tampoco había formado contrato con un niño y mucho menos con un humano como el. Al cabo de unos segundos notó la suave presión de la cabeza del niño sobre su regazo, cálido, tembloroso, estaba llorando en absoluto silencio, apenas ni se escuchaba su respiración agitada, pero temblaba tan brusco que parecía estar sufriendo algún tipo de mal. El niño movió una de las manos del demonio retirando el guante torpemente y poniéndola sobre su rostro. Era la primera vez que lo sentía sin el guante, era cálido, suave y estaba húmedo. Apretó los labios al sentir una punzada de dolor por notar la humedad de su rostro, seguido de la estupefacción por esa punzada que no recordaba haber sentido nunca antes.

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