Desde el principio el desierto siempre estuvo ahí como una extensión de la tierra que conduce a la muerte, alargó sus brazos y echó su raíz profunda, cubriendo el territorio de Egipto, abrazando sus montañas, ahogando la vida que crecía en ese lugar...
Desde el principio el desierto siempre estuvo ahí como una extensión de la tierra que conduce a la muerte, alargó sus brazos y echó su raíz profunda, cubriendo el territorio de Egipto, abrazando sus montañas, ahogando la vida que crecía en ese lugar. Por muchos años Osiris, dios de la vida y soberano de Egipto trató inútilmente de poseerlo para sí mismo y conocer su verdadera forma, pero el desierto sólo puede ser probado mas no conocido ni domado. Uno se moldea a su abrazo letal, pero él es tan profundo que no puede moldearse a uno mismo.
Egipto se dividió en dos y Osiris nombró a su primogénito nacido de la reina, Horus el dios de los vientos, rey del bajo Egipto y a su segundo hijo dado por su segunda esposa, Anubis, soberano del inframundo, la Duat y, aunque la tierra era árida, la vida continuó su curso de forma natural y el Alto y Bajo prosperó con paz, dividido por el largo Nilo.
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''— ¡Pudiste haber regalado otra cosa! Tierras, oro, joyas, esclavos... ¡Pero de entre todo entregaste ese collar de perlas! —''
''— Mi señora, si deseas otro collar puedo ordenar uno nuevo para ti... —''
''— ¡No entiendes, mi señor! Ese collar de perlas fue el que me regalaste el día de nuestra boda, esas perlas sólo se obtienen adentrándose en el desierto y yendo a las orillas del mar, más allá de nuestros dominios, fueron cortesía del rey del Oriente y tú me las diste como dote de matrimonio. ¿Eres capaz de ir nuevamente allá y pedir perlas como compensación? ¿probarías tu amor por mí haciendo este largo viaje? Si no obtengo mi collar de vuelta entonces no seré capaz de verte a la cara nuevamente. —''
Y con esas palabras Hathor había dejado caer la cortina que dividía la sala del harem de doncellas y Horus quien, consternado y con la culpa de haber entregado algo tan valioso para ella, se preparó y salió del Bajo Egipto con su séquito en un larguísimo viaje hasta arribar en las delicadas selvas cálidas que cubrían las orillas del Océano Índico. Llevando ya seis días bajo el hospedaje del rey de aquellas tierras Horus recordó la razón por la cual había llegado allí y, sinceramente, no había sido su culpa haber dado como obsequio aquel collar, habían sido muchísimos los años casado con Hathor, desde mucho antes de su reinado, los regalos que habían sido dados a ella los olvidó por completo pues la mayoría de ellos los entregó su padre, pero al parecer la reina del Bajo Egipto no olvidaba.
Consternado por el error que amargó el humor de su esposa, Horus salió finalmente a la selva de cacería para relajar su mente, completamente solo y armado simplemente con un arco y sus flechas; él era un rey, pero principalmente un dios, no debía ser custodiado por guardias, poseía hermosas alas con las cuales cruzaba los cielos de arriba hacia abajo, pero en la cacería eso perdería toda la diversión, por ello se adentró con total confianza y a pie, siguiendo el rastro de un ciervo solitario.
Su arco estaba cargado y su visión, más aguda que cualquiera, buscaba los sigilosos rastros que el animal dejaba tras de sí, al principio habían sido huellas suaves, pero entre más las seguía más parecía que el ciervo huía de algo. No estaba solo, otro depredador había puesto sus ojos en su presa.