El monstruo de la esquina

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Levanté la mirada. Sé que está en ese lugar, lúgubre y frío, no me canso de observar esa esquina. Sé, también, que el monstruo no se cansa de acechar, como siempre desde la oscuridad.
    A veces no puedo dormir pensando cuando atacará, cuando clavará sus infames colmillos para acabar con otra vida. Pienso, deliro, el sueño me vence. Despierto sudoroso, «tengo que acabar con esto», pienso.
    No sé porque antes no lo he destruido, tal vez no quiero saber que esta ahí, siempre con sus repugnantes ojos mirándome, desafiándome.
    Al fin me decido, maldito engendro acabaré contigo. Empuño mi arma, y me dirijo a enfrentarlo, trago saliva, la boca se me seca. Blandiendo mi utensilio de destrucción, en el aire, doy el primer golpe y fallo. Doy el segundo golpe y luego el tercero a diestra y siniestra sigo golpeando, calibrando el peso del instrumento, en cada golpe que doy, sobre aquella esquina.
    Algo se mueve, creo distinguir los peludos miembros del asqueroso animal.
    —¡Sí, eres tú maldita e inmunda bestia! ¡Muere a por fin!
    Con mi poderosa escoba he acabado con esa despreciable Loxosceles laeta. Sus patas dobladas, apuntando al cielo, quedaron. Sus seis ojos atónitos preguntando: ¿por qué?, mientras, su cuerpo de violín, tocaba su propio concierto fúnebre.
Me quedan más esquinas.

Cuentos trasnochadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora