Capítulo 8: Abril, primer jueves

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A las 9:25 de la mañana se anticipaba un largo y helado día. En la cafetería, Benja, Maggie y yo compartíamos espacio en la única mesa junto a una conexión eléctrica.

Aparte de los contenidos de la primera prueba parcial de Análisis Cualitativo de la Estadística, Santiago Arnau y su relación con su recién descubierto hermano menor, no volvió a ser conversado.

A Maggie y a mí, nos había quedado claro que era un tema prohibido.

El Cappuccino que tomaba se había enfriado hace un rato y ya no cumplía la labor que tenía originalmente.

—¿Te aprendiste las fases del análisis de datos?

Frente a mí, el bulto que se recostaba bajo una enorme chaqueta se movió, desde abajo emergió la cabellera rubia de Maggie y un par de ojos.

—Lo intenté. Hace una media hora. Pero tengo congelado hasta los pensamientos.

El tintineo de la puerta, anunciando una entrada, obligó a mi interlocutora a escabullirse nuevamente bajo su improvisado refugio.

Contuve un temblor y apreté el cuerpo esperando que las tres capas de ropa, bufanda, gorro y guantes, hicieran su trabajo.

—Está fresqueando, parece —se burló Benja.

Recostado en su silla —luciendo una polera blanca y jeans—, parecía inmune a los sufrimientos humanos.

—¿Les queda mucho para terminar de estudiar? —me preguntó.

—¿Cómo lo haces?

—Pues tengo una buena memoria auditiva y utilizo todo el tiempo de clases, para ejercitar.

—No —respondí ofuscada de que mis pensamientos fueran más lentos, que su lengua—, ¿cómo andas así?

—¿Así cómo?

—Semidesnudo con este frío, tarado —respondió en lo profundo Maggie.

Benja soltó una carcajada.

—Pues es un secreto de familia.

Le devolví una mirada de interés.

Benja se acercó y con un tono confidente me respondió:

—Aceite de lobo marino. Me dieron una cucharada cuando niño y listo. Bueno quizás más de una cucharada.

—¿Es real? —preguntó Maggie recuperando la compostura y atendiendo a mi propio estupor.

Benjamín asintió.

—Pensé que hacía a los niños gorditos.

—Es un mito.

Maggie y yo cruzamos miradas y coincidimos en que, a la vista de nuestro interlocutor, era claro que se trataba de un mito.

«Anotado mentalmente»

Benja volvió la mirada a su celular, luego durante una fracción de segundo, levantó la vista al mesón de compras y volvió otra vez a atender su celular. Mensajeaba, miraba, volvía a mensajear.

Llevaba un rato en esa rutina, desde que había llegado.

—¿No tienes clases, acaso?, ¿un trabajo?, ¿algo que estudiar? —preguntó intrigada Maggie.

Negó con la cabeza.

—Se suspendió el taller —resopló, sin despegar la vista de la pantalla—. Otra vez. Tengo que esperar hasta las 10.

—Aaah, claro.

Maggie tomó su celular y escribió. Cinco segundos después, el mío vibró.

Hizo un gesto para que leyera.

Le dicen El DemonioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora