La metáfora de una vida

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Enilse siempre saludaba con una mano al mundo. Solía contemplar desde su ventana el paisaje y decía suspirando: !Que tengas un lindo día, hermoso mundo! 

Cada día era igual para ella. Estar a la expectativa de un hermoso atardecer, de un ocaso a paso lento y de una noche con estrellas que alumbraran su casita solitaria. Con la mano extendida quería coger la luna y con los ojos buscaba marearse y perderse en la infinidad de la noche. A veces no lo conseguía y otras veces tampoco, siempre fue así.

Enilse siempre saludaba con una mano al mundo, y, con la otra, apretaba fuerte. Las marcas de sus uñas siempre quedaban impregnadas. Repetía la misma frase de todos lo días, pegada a su ventana, empañando las lunas por su respiración. Con la mano extendida quería coger la luna por las noches, mientras con la palma de la mano que le sobraba secaba sus lágrimas. La infinidad de la noche llegaba con los pensamientos, pensamientos que siempre fueron malos. Siempre fue así.

Enilse siempre sonreía. Estaba rodeada de gente que la conocía, pero ella se sentía como en el campo: sola, sola en una casita abandonada. Buscaba entre las nubes las estrellas y, cómo anhelaba ver la luna. Sin embargo, las luces de la gran ciudad donde vivía no la dejaban concentrarse. 

Así paso Enilse muchos años, sin encontrar su lugar, sin dejar de sonreír ni de saludar al mundo. No importaba que no fuera feliz. Ella creía que estaba luchando y que algún día vería el ocaso y la estrellas, pero los paisajes no se pintan solos, ni aparecen si no los buscas. Espero al tiempo y ni los mejores amores le hicieron ver lo que ella buscaba. Se agotó y se acostumbró. Enilse se acostumbró. Y hasta ahora sigue sentada en su casita de campo, disfrutando de la metáfora de su vida, sin estirar la mano al vacío ni saludar a un mundo que no la escuchaba.

CONTRADICCIONESWhere stories live. Discover now