3. Todo el vino derramado.

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Subí las escaleras de dos en dos, deseando llegar cuanto antes a mi destino. Sabía que cuanto antes llegara antes hablaríamos, y cuanto antes habláramos antes acabaría con esto, y cuanto antes acabe con esto antes me quitaría un peso de encima.

Y ahí estaba la verborrea que me salía siempre que estaba nervioso, ansioso o incluso enfadado.

— Coño, Hugo, tranquilízate. —me digo a mí mismo, respirando una vez llegué al piso situándome enfrente de la puerta.

Tras haber contado hasta diez y recuperar el aliento por haber subido cinco pisos a trompicones, me decidí a tocar el timbre de una vez. No pasó ni un minuto cuando Eva abrió la puerta sonriente, pero la sonrisa le duró dos segundos. Sus ojos que imitaban los mares se abrieron más aún y me miraban sorprendidos.

— Hugo... ¿qué haces aquí? No te esperaba. —comenzó a reír nerviosa.

— ¿Puedo pasar? Necesito que hablemos.

Quería evitar rodeos e ir directo al grano.

Se lo pensó durante unos segundos después de asomar la cabeza al rellano para ver si venía alguien. Al final me dejó pasar y la seguí hasta el salón. Parecía estar más nerviosa ella que yo a juzgar por su pierna inquieta.

— He estado pensando... —carraspeé jugando nervioso con mis manos.

— ¿Sí? Que sorpresa. —bromea riéndose ella sola, ya que yo no estaba para chistes— Es coña, Hugo, joder que cara pones.

— Ya, es que no estoy para bromas. —sonrío falsamente provocando que ella rodase sus ojos.

— Venga, dime lo que me quieras decir ya, que tengo prisa.

Respiré hondo y me mentalicé para comenzar a hablar. Quería soltarlo todo con mucho tacto, ya que no quería que ella se sintiese mal. Tenía que cuidar mis palabras porque estaba seguro de que sí me soprepasaba con algo lo utilizaría para que acabase siendo yo el malo.

— Creo que deberíamos...

Mis palabras fueron interrumpidas por el sonido de la puerta principal abriéndose. Ambos miramos en su dirección para ver quién era, y justo mi amigo Rafa entró al salón, al grito de "Ya he vuelto", con una fina bolsa colgando de su mano en la que se apreciaba una botella de vino. En ese momento mi mirada viajó como una pelota de pin pon entre Eva y el cordobés, al que se le borró la sonrisa que traía nada más verme.

— ¿Hugo? —frunció su ceño y comenzó a reír nervioso mientras intercalaba su mirada conmigo y con mi novia— ¿Qué haces tú aquí?

— Debería preguntarte lo mismo. Y quizás también por qué tienes llaves del piso de mi novia si no vives aquí.

Esa no era mi única pregunta ante semejante situación, pero estaba bien para empezar antes de pensar cosas que no son. Miré a Eva esperando explicaciones, pero la castaña se había quedado petrificada observando la escena, procesando qué decir ahora.

— Puedo explicarlo. —habló por fin, tragando saliva.

— Eso estoy esperando. —dije aún tranquilo.

— Pues mira, lo que pasa es que Rafa venía a... cenar. —carraspea, quedándose con la boca seca— Y como le daba vergüenza venir con las manos vacías, pues ha traído una botella de vino.

Elevé mis cejas intentando encontrar veracidad en sus palabras. Me estaba mintiendo, a pesar de ser actriz a veces me mentía fatal.

— Eva, quiero la verdad.

— ¡Es la verdad! —grita levantándose de golpe.

Me fue difícil no soltar un bufido a modo de queja, ya que sabía que me montaría un show ahora por ponerla en duda. A todo esto, Rafa solo observaba sin saber muy bien qué hacer ni qué decir.

SERENDIPIA | AnahugDonde viven las historias. Descúbrelo ahora