Prólogo

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Crickhollow, Montana
Mayo, 1879

Hilda Marie Clements mantuvo la puerta de su tienda abierta, y los dos hombres con sombrero y el cuello del abrigo levantado para protegerse del frío, pasaron al interior.

Cada uno llevaba un quinqué, pero las tenues luces no lograron disipar las sombras que se extendían entre la mezcolanza de cajas, barriles y cajones repartidos por toda la tienda.

Todavía hacía frío, lo que era un claro recordatorio de que, aunque sólo quedaban unas semanas para la llegada del mes de junio, el invierno todavía seguía presente en aquella parte de Montana.

La señora Clements se apoyó en el mostrador y los dos hombres se sentaron en sendos barriles frente a ella, esperando a que tomara la palabra.

El que estaba más cerca de la mujer era Holden McGowan. Su cuerpo, alto y musculoso, hablaba de los años que había conducido una diligencia por los escarpados y polvorientos caminos del oeste americano. A punto de cumplir treinta y cinco años, Holden llevaba siete meses en el valle. Trampero primero y minero después, se había trasladado a vivir al pueblo hacía tres años para poner en marcha una nueva línea de diligencias, la Starlight.

Junto a él estaba Frank Trotter, que había llegado al valle hacía dieciocho meses para ayudar a su hija, Elise y a su yerno Matthias cuando ésta enfermó durante su tercer embarazo. Elise dió a luz a una niña prematura que nació muerta, y ella misma murió al día siguiente, seis días después de la llegada de Frank.

La señora Clements estaba impaciente por comenzar con la reunión. Su esposo se despertaría pronto y no tenía ganas de escuchar ningún sermón, y mucho menos que le dijera que era una entrometida.

-Sé que Frank no tiene mucho tiempo. Tiene que volver al rancho antes de la hora de comer, así que empecemos.

Holden miró a la señora Clements, que se había comprometido a ocuparse de toda la correspondencia.

-Nos ha dicho que ha recibido otra carta.

-Ya lo creo que sí -dijo la señora Clements, sacando un arrugado sobre del bolsillo del delantal.

Holden se inclinó hacia delante y repiqueteó sus largos dedos en el muslo.

-¿Y dice que acepta nuestra propuesta de matrimonio?

La señora Clements sonrió.

-Está preparada y dispuesta a viajar a Crickhollow en cuanto le demos las instrucciones -informó la tendera. -Además nos ha enviado una fotografía. Aunque advierte que es de hace un par de años, dice que sigue siendo bastante fiel.

-Una mujer que piensa en los detalles. Eso me gusta -dijo Holden, extendiendo la mano.

-No es una belleza -explicó la señora Clements antes de entregar la foto al conductor de la diligencia. -Pero parece fuerte, y capaz de resistir muchos inviernos aquí.

Holden ladeó la imagen hacia la luz de la linterna y la estudió. Frank, sentado a su lado, movía nervioso la mano sobre la rodilla.

El cochero frunció las cejas mientras estudiaba la imagen. Un rostro pequeño y ovalado, la barbilla ligeramente puntiaguda y la piel sedosa y aterciopelada. Un sencillo sombrero cubría casi todo el cabello, pero los labios serios eran carnosos y la expresión de sus ojos claros agradable. Llevaba un vestido gris oscuro con el cuello alto, sin ningún encaje ni adorno.

-Parece un poco severa.

-No haga mucho caso a la imagen -dijo la señora Clements. -Estos fotógrafos de la ciudad te hacen sentar inmóvil durante tanto rato que se te agarrotan los músculos y cuando disparan no te queda ningúna gana de sonreír.

-A mí nunca me han hecho una foto, así que tendré que creerla. ¿Cuántos años dice que tiene? -preguntó Holden, pasando la foto a Frank.

Frank se movió sobre el barril, incómodo y echó un vistazo a la imagen.

-Espero que no sea tan rígida como aparenta.

-No es rígida -dijo la señora Clements, defendiendo su elección de entre las seis mujeres que habían respondido a su anuncio de novia por correspondencia en el San Francisco Morning Chronicle.

Abigail Smyth escribía con letra limpia y clara y sus cartas estaban llenas de ricos detalles. Hablaba de sueños, de empezar de nuevo y crear un hogar felíz.

-Todos hemos leído sus cartas. Son encantadoras, llenas de ideas maravillosas y planes. Estoy segura de que tiene un buen corazón.

-Ver su cara hace que todo parezca mucho más real. Jamás pensé que llegaríamos tan lejos.

Impaciente, la señora Clements se frotó el muslo.

-Frank, usted fué quien acudió a nosotros con la idea de encontrar una esposa para su yerno.

Frank asintió.

-Lo sé. Prometí a Elise encontar a alguien que se ocupara de Matthias y los niños.

-Entonces ¿cuál es el problema? -preguntó la señora Clements.

-Una cosa es hablar de encontrar una esposa para Matthias y otra muy distinta tenerla. A él no le va a gustar.

Holden estiró sus largas piernas hacia delante.

-Yo tengo que admitir que también estoy un poco nervioso. No quiero estar por aquí cuando él descubra lo que hemos hecho.

La señora Clements controló su impaciencia. Hombres. Mucho hablar, pero a la hora de la verdad, se desinflaban.

-Holden, no estará arrepintiéndose, ¿verdad?

-No -le aseguró el cochero, sentándose erguido. -Estoy dispuesto a llegar hasta el final. ¿Cómo ha dicho que se llama?

-Abigail Smyth -contestó ella.

-Matthias se pondrá furioso -afirmó Frank.

-Matthias no puede ocuparse del rancho y sus dos hijos -repitió la señora Clements. -Los niños necesitan una madre y él necesita una esposa.

-Y nosostros necesitamos a Matthias en el valle -dijo Holden. -Es un gran hombre y ama esta tierra. Además, es un excelente tirador y no teme enfrentarse a renegados y forajidos. Ahora que van a traer el ferrocarril no sabemos qué tipo de gente vendrá por aquí.

La señora Clements asintió.

-Esta comunidad está empezando a prosperar y no podemos permitirnos el lujo de retroceder.

Frank se levantó y caminó hasta la ventana. Las primeras luces rojas y anaranjadas del sol empezaban a brillar en el horizonte.

-No estoy muy seguro de que pueda amar a otra mujer.

-Ahora lo importante no es el amor, Frank -dijo la señora Clements. -Es el matrimonio. En Montana una cosa no tiene que ver con la otra.

Frank se estiró nervioso los puños de la chaqueta.

-¿Y qué haremos si Matthias se opone en redondo? ¿Y si le dice a esa mujer que vuelva a San Francisco?

-No lo permitiremos -dijo la señora Clements, con voz de hierro.

-Todas estas mentiras no me gustan nada -murmuró Frank.

La señora Clements lo tranquilizó.

-Tengo fe en que los dos sepan hacerlo funcionar.

A pesar de sus palabras, no pudo evitar cruzar los dedos y decir una oración para sus adentros.

Matthias era un hombre de pocas palabras, amable cuando quería, eso sí, pero cuando estaba enfadado sus ojos azul hielo ardían como los de Satanás. Soldado primero, cazarrecompensas después y últimamente granjero, era el mejor aliado de cualquiera. Cuando Matthias Barrington daba su palabra, removía cielo y tierra para mantenerla.

Sin embargo, cuando alguien lo irritaba, Matthias reaccionaba como un oso enjaulado o una serpiente cascavel furiosa.

-Al final Matthias se alegrará.

Holden alzó los ojos hacia el cielo.

-Si no nos mata a los tres antes.

Una esposa por encargo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora