Capítulo 1 (parte 1)

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-Abby, deprisa, saca los bollos -gritó Cora O'Neil desde el otro lado de la cocina, mientras continuaba amasando el pan -Están a punto de quemarse.

Abby dejó el saco de harina que llevaba en las manos sobre la mesa de la cocina, se limpió las manos en el delantal, y corrió hacia el horno de hierro. Usando el delantal a modo de guante, abrió la pesada puerta de hierro y sacó la bandeja con los bollos humeantes.

-Ahora date prisa -dijo Cora -Llena la cesta de la bandeja antes de que se enfríen. Ya sabes cómo se pone tu tío Stewart si no se los servimos calientes.

Abby se apartó un mechón de pelo de la cara. Estaba ansiosa por terminar su trabajo y poder interceptar al cartero antes de que éste entregara la correspondencia y su tío la leyera. Miró la hora en el reloj con forma de corazón que llevaba sujeto a la blusa. Las nueve y cuarto. Tenía que darse prisa.

Dejó caer los bollos calientes en la cesta. Llevaba meses carteándose con un hombre de Montana. Él, en su última carta, le había pedido que se casara con él. Ella, en la suya, aceptó. Ahora sólo quedaba concretar los detalles del viaje.

Le temblaban las manos de emoción al intentar imaginarse su nueva vida, su nuevo futuro.

Desde la muerte de sus padres y su traslado a casa de sus tíos en San Francisco, California, hacía diez años, había sido una carga indeseada para sus parientes, quienes, al no estar dispuestos a introducirla en sociedad, la habían condenado a una vida a medio camino entre el mundo de los que vivían arriba y los que vivían abajo.

Hacía ocho años se enamoró de un joven abogado a quien conoció a través de su tío. Se llamaba Douglas Edmondson, de cabellos rubios y ojos azules, con corazón de poeta y una facilidad de palabra con la que la había seducido. Abby se enamoró casi inmediatamente.

De los labios de Douglas salían fácilmente palabras de amor, pero no era amor lo que él buscaba. Sólo un revolcón en el jardín. Abby se dió cuenta de sus verdaderas intenciones demasiado tarde, y al final arruinó su reputación.

Su tío se endureció por el escándalo, pero no la echó de casa. A partir de entonces, Abby trasladó su habitación al tercer piso, a uno de los cuartos del servicio, y se retiró a la cocina, donde se hizo un hueco entre los criados.

En enero, cuando su prima Joanne anunció su compromiso, Abby se dió cuenta de que la vida le estaba pasando de largo y que no quería seguir condenada a vivir entre fogones. Sus años de encierro y ocultación habían terminado. Quería una nueva vida, un nuevo comienzo.

Por eso decidió hacer algo. Por eso respondió a un anuncio en el periódico en el que se pedía una novia por correspondencia y recuperó las riendas de su vida.

Tomando la bandeja de los bollos aún humeantes, Abby corrió al piso de arriba, pensando que dentro de un año estaría casada y viviendo una nueva vida cargada de futuro. En Montana no se vería atrapada en los círculos sociales que determinaban su vida en San Francisco, y quizás, si Dios quería, podría acunar a su hijo entre sus brazos.

-Deja de soñar -le gritó Cora.

Abby se incorporó.

-Perdona, Cora.

Sus sueños estaban a su alcance, pero tendría que andar con cautela. Si su tío Stewart conocía sus intenciones, no le cabía la menor duda de que trataría de impedírselo, aunque sólo fuera para evitar los comentarios de sus amistades y conocidos y el escándalo que habría si se enteraban de que su sobrina, que ya había mancillado su honor una vez, se había convertido en una novia por correspondencia.

Hasta el momento había logrado mantener las cartas en secreto. Normalmente, su tío leía la correspondencia por la tarde, al volver del trabajo, por lo que ella podía recoger las cartas sin llamar la atención. Sin embargo, ese día su tío se había tomado el día libre para preparar la fiesta de compromiso de Joanne, que se iba a celebrar pasados dos días.

Al llegar al último peldaño, empujó con el pie la puerta que daba al comedor.

Su tía Gertrudre, el tío Stewart y su prima Joanne estaban sentados en la elegante mesa de comedor. Su tío estaba leyendo el periódico, mientras su tía y su prima hablaban sobre los preparativos de la próxima boda de esta última.

Ninguno de los tres se volvió a saludarla cuando entró en el comedor.

Abby dejó la bandeja en la mesa auxiliar y miró nerviosa hacía la puerta principal, al otro lado de las puertas dobles acristaladas. El cartero siempre llegaba a las nueve y veinte. Si se daba prisa, lograría interceptarlo.

Sirvió las tazas de té y café y los bollos, primero a su tío, después a su tía y por fin a su prima.  Se secó las manos en la falda marrón y después se dirigió hacía la puerta, pero al llegar al umbral, oyó el ruido que hizo su tío al dejar el cuchillo sobre el plato de porcelana blanco.

-Abigail, ayer llegó una carta para tí...

Una esposa por encargo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora