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Dorothy había salido durante un par de días; gracias a ello no había nadie a quien considerara cercano, más que a Adair, pero aún así no le tuve la confianza suficiente como para hablar con él acerca de mi última conversación con mi reciente exnovio.

Incluso, esa noche ni siquiera me acerqué a cenar, la verdad es que después de aquel encuentro con Nick no tenía hambre, sólo fui a mi alcoba con el pretexto de estar cansada y necesitar un baño.

Llené la tina y me metí, esperando que la calidez del agua le diera un poco de confort a mi alma rota. Pero eso no funcionó y mis persistentes lágrimas eran la clara muestra de ello.

Al salir, me sentía demasiado apesadumbrada, cuando la idea de ahogar mis penas en alcohol llegó a mi mente. Pero hacía mucho frío y ya que, desde lo sucedido no había deseado recibir visitas nocturnas, vestí algo que había dejado de usar desde hace mucho tiempo una pijama de pantalón y blusa de franela, y decidí quedarme en mi alcoba, al menos por un momento.

Tan pronto mi cabello estuvo seco, bajé. Ni en el comedor, ni en ningún otro lado ví a alguien, fui al área del bar, donde tomé la primera botella que ví. Tenía la intención de volver a encerrarme en mi recamara y beber hasta donde mi cuerpo soportara.

—Princesita; ¿Qué haces? —aún estaba inclinada, cerrando la gaveta, cuando me asusté al escucharlo y casi tiré la botella.

—¿Yo? —al incorporarme lo vi acercarse.

Mi intento por esconderme fracasó.

—Los chicos salieron a pesar de que mañana es día de escuela —comentó, quizá sin saber qué más decir—. ¿Es por Nick? —señaló la botella.

—Sí —admití.

—Ven.

Me esperó, cuando estuve a su lado me pidió la botella, me tomó del hombro y caminamos a la par hasta llegar a su oficina. Tenía varios libros en su escritorio y la chimenea estaba encendida; era claro que estaba estudiando y sin embargo, acomodó todo a un lado antes de pedirme que me sentará. En dos vasos sirvió de la botella que había llevado y me ofreció uno.

—Por los corazones rotos —brindó y lo bebió todo de un trago, yo tardé lo triple en terminar lo que me sirvió.

—¿Corazones rotos? —me había causado curiosidad.

—Esta tarde terminé con mi novia —murmuró antes de volver a servirse; ni siquiera la habíamos conocido—. Aunque, para ser sincero, hay alguien más en quien no he logrado dejar de pensar.

—Es una tonta, por dejarte ir tan fácilmente —con la garganta comenzando a acoplarse al alcohol, está vez terminé el contenido de mi vaso en solo un par de tragos—. Las dos lo son.

—¿Eso crees? —me miró con curiosidad.

—Sí. Yo también lo fuí —temía comentarlo, pero gracias al pretexto del alcohol, me atreví a decirlo aunque en realidad no estaba ebria—. Ha pasado casi un año, ¿no? —esa misma semana sería mi cumpleaños, pero a diferencia de otros años no me entusiasmaba.

—Ambos tuvimos la culpa de lo sucedido entre nosotros. Me fui sin pensar en cuánto podría afectarnos la distancia entre tú y yo. Soy el mayor culpable —se levantó, me ofreció la mano y acepté ir a sentarnos juntos en el sofá, frente a la chimenea donde el fuego parecía comenzar a consumirse, aunque cuando arrojó otro par de maderos las llamas tomaron nuevos bríos.

—Nick no quiere volver a verme nunca —finalmente lo admití.

—Con el tiempo, quizá comprenda y quiera darte otra oportunidad. Sólo necesitas ser paciente y darle el suficiente espacio para pensar bien las cosas —volvió a llenar los vasos.

Inocencia PerdidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora