El extraño se acercó en un trote ligero, en su mano izquierda sostenía una linterna que se balanceaba al ritmo de sus pasos. Cuando llegó a mi lado no pude hacer más que mirarlo extrañada y disgustada, sintiéndome ofendida porque un extraño con sonrisa bobalicona rompía mi momento de quietud.
—¿Cómo estás?
Ante su pregunta no pude más que mirarlo como si tuviera dos cabezas. Estaba segura de que a este tipo no lo conocía de nada, pero él seguía sonriéndome como si fuéramos buenos amigos.
—Creo que te equivocas de persona —respondí seca.
Su sonrisa se tambaleó en su rostro, pero eso no permitió que su ánimo decayera. Todo lo contrario, tomó asiento a mi lado como si nada, aunque procurando mantener cierta distancia entre nosotros.
—¿No te acuerdas de mí?
Lo miré seria y busqué entre los rasgos graciosos de su rostro algún indicio de familiaridad. Acerqué mi linterna hacia él y escudriñé su rostro: los cabellos rizados, los labios finos, la nariz ligeramente desviada y las cejas pobladas. Como no vio algún signo de reconocimiento en mi rostro, continuó:
—Nos conocimos hace algunas semanas, en una fiesta de la ciudad...Eso disparó todas mis alarmas. Me puse de pie tan rápido que cualquiera diría que un cangrejo me había pellizcado en la pierna. Él me miró sorprendido por mi actuar, pero no me importó. Recogí mis cosas y dedicándole una mirada fulminante me limité a decir un "no te conozco" mientras emprendía mi camino de regreso a casa en un trote ligero.
No sé si dijo algo más o cuál fue su reacción. Me negué a mirar atrás y tan solo dejé que el sonido del mar me tranquilizara.
Durante los siguientes días lo veía por ahí, en la zona de los bañistas, en el muelle y, el peor de todos los lugares, en el local del viejo Jack. Deduje que había venido con su familia, probablemente a pasar las vacaciones como muchos otros y que no tendría más remedio que encontrármelo hasta Dios sabe cuándo. A veces nuestras miradas se encontraban y aprovechaba la ocasión para hacerme señas a lo loco, eso no hacía más que enfadarme. Había decidido venirme a Santa María porque quería estar lejos de la ciudad y de todas aquellas cosas que me hicieran recordar mis tropiezos. Mi actuar de los últimos meses de mi vida no había sido algo de lo que me enorgullezca. Pasé muchas noches yendo de fiesta en fiesta, bebiendo alcohol como vikingo y despertando en lugares en los que no recordaba haber ido. Tuve muchas riñas con mi padre por este mismo motivo. Lo peor —o lo mejor, según se vea— es que no recordaba gran parte de lo que hice en mis escapadas nocturnas. Solo Dios sabe lo que este chico sabrá de mí, pensé.
—Ronnie, este es el tercer cliente que tiene una queja de ti el día de hoy, ¿qué sucede contigo?
El viejo Jack apareció por la puerta del personal agitando un plato de salchichas con huevos revueltos. Por su ceño fruncido y sus mejillas enrojecidas podía decir que estaba perdiendo la paciencia conmigo.
—Ha venido un cliente a decirme que pidió una tarta de manzana, ¿puedes decirme en qué se parece esto a una tarta?
Volvió a agitar el plato de frituras frente a mi rostro.
—Lo lamento, Jack. No volverá a suceder.
El viejo Jack no era el único con el rostro enrojecido, podía sentir con claridad como la sangre se me acumulaba en la cara por la vergüenza. También sentía como las miradas de la otra camarera y el cocinero se me incrustaban en la espalda, como puñales venenosos. Desde que empecé a trabajar aquí supe que no era tan bien recibida. Pero hasta ahora no había dejado que la antipatía de otros me afectara de forma crucial. Claro, no hasta que llegó ese chico a trastocarme la vida.
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Recuerdos con sabor a mar
RomanceRonnie no ha tomado las mejores decisiones en la vida. Especialmente a los diecinueve, cuando perdió a su madre en un fatídico accidente vehicular y no encontró mejor forma de lidiar con la pérdida que perderse en fiestas y en alcohol. Pero ahora n...