Capítulo 1

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Las gotas caían del cielo, depositándose en mi pelo y acto seguido escurriéndose por mi frente hasta llegar a la punta de mi nariz. La lluvía era algo común, algo cotidiano, algo con lo que tenía que lidiar cada uno de los ciudadanos de la ciudad. En Bergen uno se despierta con la curiosidad, la curiosidad de ver si por un momento había dejado de llover, con la esperanza de poder vivir un día soleado por muy poco que durara, el deseo de poder a llevar a los niños al parque y que disfrutaran del verano aunque fuera por unos simples instantes. Y ese día, no era uno de esos. Estaba en la estación central, sentada bajo la llovizna que estaba cayendo, esperando mi tren. Ese tren que supuestamente me llevaría a mi nueva vida, que me ayudaría a olvidar, a dejar atrás todo mi pasado, a guiarme hacia el buen camino de la vida. Miré el dorado reloj que adornaba mi fina y pálida muñeca, eran las doce del mediodía, y el tren aún no había llegado para llevarme a Oslo en un viaje de siete horas, atravesando las mágicas y especiales bellezas de Noruega, pasando por los fiordos y haciendo contemplar a sus pasajeros las maravillosas vistas que ofrecía el país. Me levanté del congelado y frío banco para dirigirme a la máquina expendedora, para poder comprarme el desayuno que no alcancé a comerme en casa. Saqué una moneda de dos euros del bolsillo trasero de mis vaqueros, y la metí en el agujero. Seguidamente pulsé la tecla ocho, haciendo que una barra de cereales cayera de su estantería. En el cristal de la máquina pude observar mi reflejo, ver a la típica Anna. Machacada, con ojeras bajo la mirada que reflejaban las largas noches en vela que sufría, el insomnio que me perseguía a cada momento tras... Bueno, tras ese accidente. Con sudadera ancha, coleta despeinada y cara hinchada de tanto llorar. A veces me pregunto que habrá sido de mi vieja yo. En fin, suspiré y me agaché a coger la barra, a la que seguidamente le quité el embalaje y la empecé a comer. Sonó un cláxon, y la señora del megáfono avisó de que el tren estaba a punto de llegar.
-Kjære passasjerer , er det Bergen-Oslo tog i ferd med å ankomme. Gå til huset av bompenger og kjøpe billett.
Volví al banco donde tenía mis dos enormes maletas llenas de cosas inútiles y montones de ropa. Y diréis, ¿para que me llevo todo esto? Supongo que por pena a tirarlo, no quiero deshacerme de las únicas cosas que aún conservo de mi antigua casa.

Como anunció la señorita, el tren llegó en pocos minutos. Cogí mis dos maletas y me dirigí hacia el tren, mojándome entera. Le di las maletas a un señor que había ahí, iba vestido en el uniforme típico de las estaciones de tren en Noruega. Chaleco verde, camisa negra y una gorra circular verde que les hacía parecer bastante estúpidos. Metió las maletas en una especie de maletero al final del tren, donde los pasajeros guardaban todo su equipaje excepto las bolsas de mano. Subí por las estrechas escaleras, y antes de adentrarme en el vagón que me llevaría a Oslo di media vuelta contemplando todo lo que dejaría atrás, casi toda mi familia, mis amigos, mi antigua casa y todo con lo que he vivido los veintidós años que existo. Pero eso no duró más de un minuto ya que un señor hizo que entrara.
-Unnskyld meg, ville du tankene å la meg gå?
Que significa: "Perdone, ¿le importaría dejarme pasar?". Automáticamente entré, y tras atravesar todo el vagón y dirigirme hacia el asiento ciento cuarenta, el número que me había tocado en el billete, deposité mi bolso en la estantería que estaba encima de cada fila. Miré por la ventana, pude avistar a todo tipo de individuos. Mujeres altas y rubias, típicas nórdicas, que se despedían de los maridos que se iban a Suecia a por alimentos. Familias que lloraban por despedir a los jóvenes que iban a estudiar o trabajar al extranjero. A mi desgraciadamente no me despedía nadie...
Vino el revisor antes de que el tren arrancase. En Noruega son muy estrictos con este tipo de cosas, como el tren es el transporte público más utilizado pues lo tienen bien organizado y controlado.
-Unnskyld meg frøken, jeg kunne se din billett please? ("Buenas señorita, ¿podría ver su billete por favor?")
Le enseñé mi billete que el agujereó con su grapadora dorada. Era un hombre alto y mayor, con una espesa barba gris, que vestía el uniforme ya mencionado.
Al fin, el revisor, después de controlar todos los vagones en quince minutos, anunció que íbamos a arrancar. Y así fue, el tren empezó a moverse en un brusco movimiento, dejando atrás la estación de Bergen. Dejando atrás mi vida.

¿Cómo me enamoré de su sonrisa?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora