Borracho

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Caminaba entre el ventarrón en la calle de mediados de octubre, con pasos lentos pero firmes, cómo pidiendo al suelo la estabilidad necesaria para no caer al posó del dolor que carcomía sus entrañas

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Caminaba entre el ventarrón en la calle de mediados de octubre, con pasos lentos pero firmes, cómo pidiendo al suelo la estabilidad necesaria para no caer al posó del dolor que carcomía sus entrañas. Sentía un animal infame devorando cada una de las mariposas que habían revoloteando felices en su estomago por más de siete años de relación amorosa, algunas murieron en el transcurso y otras existieron por gratos momentos... Pero ahora, estaba asustado, estaba herido, estaba destrozando emocionalmente de saber que quién le había puesto mariposas dentro también las estaba asesinando a fuego lento.

No hace más de media hora que descubrió a su esposo en su propia cama con alguien más, ni siquiera les interrumpió el momento, tan solo dio media vuelta y marchó a la salida del departamento caminando sin rumbo fijo, con un nudo en la garganta evitándole gritar y llorar en plena calle. Si tan solo la otra persona no hubiese sido su mejor amigo, al que le había puesto ese título mucho antes de conocer a su esposó, tal vez no hubiese salido cómo un cobarde mudo con el corazón cayéndose a pedazos.

Oculto su sufrir lo mejor que podía de los ojos ajenos que le miraban al pasar seguro curiosos de su susurrante sollozó y cara enrojecida. Se encogió bajo su gabardina beige con sus manos dentro de los bolsillos, siguió caminando.

A veces es tan cruel el golpe de la realidad, lamenta nunca haber hablado a tiempo, haber dicho que notaba algo diferente en su esposo. Porqué las señales estaban ahí, en su cara, en las noches solo, porque su esposo tenía trabajo por terminar, llegadas tarde a la cena con justificaciones a medias, las citas canceladas, las conferencias de tres o cuatro días fuera de la ciudad y el rechazo de besos y caricias, la falta de palabras bonitas y abrazos cálidos de época de novios dónde solo eran ellos dos y un mundo por conquistar. Cuán idiota se sentía JongDae sin rumbo fijo y el corazón hecho añicos mostrándole lo frágil que en realidad era y la realidad de aceptar que de lo que fueron ya nada quedaba y nunca sería de nuevo...

El sentirse traicionado, tan imbécil, tan nada en el mundo, le hizo detenerse en el primer bar que encontraron sus ojos acuosos y nariz húmeda. Los consejos que él mismo daba a sus amigos de no beber cuando sus corazones dolían y en cambio hacerlo por pura alegría se hundieron en su miseria, en su engaño, en su dolor y el ruego de olvidar un amor que ya no existía, tal vez por su culpa, por dar por hecho que con el anillo en su dedo anular estaban exentos de la pérdida de amor incondicional, por confiar en palabras hechas mentira y ahora sentirse tan miserable cómo para ahogarse en alcohol hasta perder la conciencia de un amor muerto.

Solo recuerda entrar al bar, sentarse a la barra y pedir un trago de lo más fuerte con una mirada del bartender llena de lastima pero dándole lo que pedía sin problema. JongDae estaba seguro que para el hombre no era nuevo ver a una persona botada y engañada queriendo ahogar sus penas en alcohol. Uno tras otros los tragos quemaron su garganta y cuándo perdió la cuenta de cuantos llevaba, su visión se volvió borrosa, las luces una bruma confusa y las caras a su alrededor irreconocibles. El bartender le dijo que había tenido suficiente, que debía parar pero JongDae le sonrió borracho, con las mejillas rojas y la risa baja.

Mariposas fugacesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora