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Al llegar la mañana, Vincent despertó muy animado, su cama ya no le hacía las noches imposibles y la tarde de ayer había echo efecto en su ciclo de sueño.

Había soñado con Edward y con sus ojos cerúleos que tanto le encantaban.

Tal vez era una señal de que debía confesarle sus sentimientos al otro.

Se detuvo a pensar en como volver a invitarlo a salir y después de muchas opciones que no lo convencían se decidió por lo más conveniente; romperle el respaldar a la silla de su comedor y llamar a Edward para que la reparara.

Fue a buscarlo a la carpintería pero su padre le avisó que este aún no despertaba, Vincent no quiso molestarlo y fue a trabajar, Walter le dijo que mandaría a su hijo cuando estuviera disponible.

Mientras tanto, Edward despertaba más feliz que nunca, sus sueños se sentían tan reales que lo hacían pensar de que probablemente sí lo eran. Fuera como fuera, se sentía muy enamorado de ese misterioso hombre, pensaba tanto en él a tal magnitud de que no podía concentrarse en su trabajo, ya se había golpeado los dedos con el martillo cuatro veces al tratar de reparar la mesa y aún así no dejaba de crear ilusiones en su mente de si él sujeto encapuchado era real o no.

Fuera como fuera, para él era real.

¡Edward! —Walter golpeó la mesa para llamar la atención de su hijo—. Llevo horas llamándote.

El otro volvió a la realidad. —Lo siento, papá. —se excusó.

—Vincent quiere que le vayas a reparar otro objeto de su casa.

—Esta bien.

Al parecer, nunca iba a reparar la dichosa mesa, tomó sus herramientas y salió en camino hacia el departamento del otro.

[…]


—Lamento haberte hecho esperar —Vincent se disculpaba mientras abría la puerta de su vivienda—. El señor Reynolds extendió su consulta.

—No te preocupes —vociferó mientras entraba al lugar—. ¿Cuál es el problema?

Vincent apuntó nervioso hacia la silla que había colocado estratégicamente para que pareciera que se había roto cuando se sentó.

Edward se agachó para analizarla, solo necesitaría unos remaches, alcanzó una de sus herramientas y comenzó a repararla, el otro solo lo veía embobado cómo era su costumbre pero estaba tan absorto en admirar al carpintero que no se daba cuenta de que este llevaba rato hablándole.

—¡Vincent! —exclamó Edward, asustando un poco al otro en el proceso—. ¿Puedes pasarme el martillo?

—Si, disculpa —lamentó, tomó el instrumento y se lo pasó a Edward, en el proceso este tocó su mano.

—Es la primera vez que te veo sin guantes.

—Los olvidé en el consultorio.

V

incent usaba guantes para ocultar una gran marca de nacimiento en forma casi triangular que tenía en el dedo meñique y que nunca dejaba ver.

Y por lo que había visto, Edward también tenía una marca en el meñique, sólo que esta no era tan pétrea como la suya, sino más bien era como un pequeño rasguño.

Después de Edward terminó con la silla, se volvió a armar de valor y lo invitó a tomar algo a una cafetería cercana.

Mientras conversaban, el carpintero apuntó su mano. —Ahora veo el porque los guantes.

Vincent tomó la mano del otro. Estaba muy nervioso. —Edward, debo decirte algo.

Este solo lo miró, el psicólogo soltó un largo suspiro. —Estoy enamorado de ti.

Edward se sorprendió no porque fuera la primera vez que un hombre se lo decía, sino porque no lo esperaba de Vincent, quién le parecía buen tipo pero siempre se le veía tan solitario y ajeno a los demás.

De cualquier forma, no podía corresponderle.

Al soltar la mano del otro sintió un vacío en el pecho. —Lo siento, yo...

—No te disculpes —interrumpió el otro—. Sabía que esto era una mala idea.

Y sin más, dejó el lugar, sin darle tiempo a Edward de hablar.

El otro quedó pasmado, al menos ya le habían pagado. Pero estaba entre la incertidumbre de ir trás el o no, sin embargo, su padre le llamó y no tuvo más remedio que ir a hacer el encargo que le había dado.

Después iría a ver a Vincent.

Mientras tanto, este se dirigía a su casa, sentía una presión fuerte en el pecho.

«Dolor por rechazo» pensó, siempre pensó que eso era psicólogico pero ahora lo estaba experimentando de una fuerte manera.

Al llegar solo se encerró en su cuarto y se tiró en la cama, quería llorar, quería gritar, pero sobre todo, quería viajar en el tiempo para evitarse la pena.

Pero no podía, así que solo se limitó a llorar.

—No debí hacer eso...

Y sin más, se durmió.

[…]

Edward llegó exhausto a su hogar, había tenido un trabajo muy abrumador, tanto, que se le había olvidado el asunto con Vincent.

El sueño le vino al instante y se quedó dormido.

Prometo Encontrarte [IronStrange]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora