Capitulo I

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Vivíamos en Estiria, en un castillo

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Vivíamos en Estiria, en un castillo. No es que nuestra fortuna fuera principesca,
pero en aquel rincón del mundo era suficiente una pequeña renta anual para poder llevar una vida de gran señor. En cambio, en nuestro país y con nuestros recursos sólo habríamos podido llevar una existencia acomodada.

Mi padre es Coreano y yo, naturalmente, tengo un apellido Coreano, pero no he visto nunca Corea. Mi padre servía en el ejército austríaco. Cuando alcanzó la edad del retiro, con su reducido patrimonio pudo adquirir aquella pequeña residencia feudal, rodeada de varias hectáreas de tierra. No creo que exista nada más pintoresco y solitario. El castillo está situado sobre una suave colina y domina un extenso bosque. Una carretera angosta y abandonada pasa por delante de nuestro puente levadizo, que nunca he visto
levantar: en su foso nadan los cisnes entre las blancas corolas de los nenúfares.

Dominando este conjunto se levanta la amplia fachada del castillo con sus
numerosas ventanas, sus torres y su capilla gótica. Delante del castillo se extiende
el pintoresco bosque.

He dicho que es un lugar muy solitario. Juzgad vosotros mismos si digo la verdad.
Mirando desde la puerta de entrada hacia la carretera, el bosque que rodea nuestro castillo se extiende quince millas a la derecha y doce a la izquierda. El pueblo habitado más próximo está en esa última dirección, a una distancia aproximada de siete millas. El castillo más cercano y de cierta notoriedad histórica es el del general Spieldorf, a unas veinte millas a la derecha.

He dicho el pueblo habitado más próximo, porque al oeste, sólo a tres millas, en
dirección al castillo del general Spieldorf, hay un pueblecito en ruinas con su iglesia gótica también en ruinas; allí están las tumbas, casi ocultas entre piedras y follaje, de la orgullosa familia Min, extinguida hace tiempo. La familia Min poseía antaño el desolado castillo que, desde la espesura del bosque, domina las silenciosas ruinas del pueblo.

Hay una leyenda que explica por qué fue abandonado por sus habitantes este extraño y melancólico paraje. Pero ya hablaré de aquella leyenda más adelante.

El número de habitantes de nuestro castillo era muy exiguo. Excluyendo a los criados y a los habitantes de los edificios anexos, estábamos solamente mi padre, el hombre más simpático del mundo pero de edad bastante avanzada, y yo, que en la época en que ocurrieron los hechos que voy a narrar tenía solamente diecinueve años.

Mi padre y yo constituíamos toda la familia. Mi madre, de una familia noble de Estiria, murió cuando yo era aún un niño. Sin embargo, tuve un inmejorable cuidador, el caballero Kim seokjin, de Gwacheon. Era la tercera persona en nuestra modesta mesa. La cuarta era la señorita Lafontaine, una dama en toda la extensión de la palabra, que ejercía las funciones de institutriz, para completar mi educación.

Algunos muchachos y muchachas amigas mías venían de vez en cuando al castillo y, algunas veces, yo les devolvía la visita. Éstas eran nuestras habituales relaciones sociales. Naturalmente, también recibíamos visitas imprevistas de vecinos. Por vecinos se entienden a las personas que habitaban dentro de un radio de cuatro o cinco leguas. Puedo aseguraros que, en general, era una vida muy aislada.

|El conde Min Yoongi| •MYG & PJM•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora