Capítulo IV

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Los días transcurrieron y Alfred no volvió a ver a Oscar en la cafetería. Se había preguntado si estaría bien y cuando le preguntaba al Sr. Thomas acerca de él, el anciano le respondía que no sabía nada al respecto del muchacho. Suponían que estaría practicando arduamente, después de todo, él se iría el año siguiente a Rusia para practicar ballet allá. No podía darse tiempo para descansar.

Un día antes de la Solemnidad de Corpus Christi, Anne le había comentado a Alfred que debería de estar dos días seguidos haciendo guardia. En aquellos días el calor había causado varias enfermedades y malestares en las personas, por lo que el hospital se encontraba rebosando de personas con mareos y casos de deshidratación.

—Por alguna razón —le había dicho esa vez Anne—, el calor llegó antes de lo pronosticado.

—Ya veo —dijo Alfred mientras regaba una rosa que se hallaba en peligro de marchitarse—. Por cierto Anne, ¿estás segura que no era de gravedad aquello que te dije?

—¿Te refieres al mareo de tu amigo? —preguntó Anne—. No, no es de gravedad. Probablemente se levantó muy rápido y ello causó el mareo. No es como si tuviera una enfermedad grave o algo así, a lo mucho que podría padecer sería una anemia, pero fuera de eso, nada grave. Una anemia se puede tratar con el tratamiento y los cuidados adecuados. Me dijiste que es muy delgado, caso como si el viento pudiera llevárselo sin esfuerzo alguno.

—Sí, pero no puedo dejar de pensar en eso.

—Me parece algo extraño que estés tan "obsesionado" con ese chico, ¿es que te has enamorado?

—¡Claro que no, estúpida! —dijo Alfred lanzándole un cojín—. Pero ya sabes la otra razón por la que vine a esta ciudad.

—Sí, sí —dijo Anne regresándole el almohadón—. Porque aquel chico te lo pidió, pero creo que no debiste hacerle caso. Algo me dice que nada bueno ocurrirá si ellos dos se reencuentren.

—Aun así, tengo que hacer que se reencuentren. Fue lo que él me pidió.

—Actúas como su novio.

—¿Y qué si lo fuera? —preguntó altivo Alfred—. ¿Existe algo de malo en desear que lo sea algún día?

—No —dijo resignada Anne—, pero no creo que tú seas la persona que él anhela.

—¿Entonces quién? —preguntó a la defensiva Alfred.

—Tú sabes quién. Bueno, me marcho de una vez que como ya te dije, debo de quedarme dos días en el hospital. Cualquier cosa márcame al hospital o al celular, adiós.

Alfred se quedó solo en el departamento. Ese miércoles no iba a trabajar, era su día de descanso por lo que podía quedarse a dibujar todo lo que quisiera, pero algo en su ser le decía que no debía de hacerlo. Un impulso extraño le indicó que debía de salir, algo le decía que aquel día no sería el día tranquilo y calmado que quisiera.

Salió del edificio de departamentos y se dirigió a caminar por donde pareciera que el Sol no derramaba tan fuerte sus rayos. Nunca le habían agradado los días en que el calor se sentía y hasta parecía "verse" de forma tangible. Descendió por unas calles hechas de piedra y que recordaban a la apariencia de la Inglaterra del siglo XVII o XVIII. Los edificios ahí eran de la Época Moderna, hasta parecían haber visto los sucesos del gobierno de Cromwell y la Revolución Gloriosa.

Conforma caminaba, podía sentir el tiempo transcurrir y en aquel tiempo, ¿en qué estaría pensando? Pensaba en las palabras de su amiga y del chico por el que había venido. Era obvio que él no podía ser la persona amada de aquel desconocido para Anne, él sabía muy bien que el corazón de ese chico estaba ocupado por alguien más. No sabía por qué, pero algo en su interior le decía que esa persona era...

~ San Oscar ~Where stories live. Discover now