Subí a la habitación de mi hermana, me tumbé en su estrecha cama y me acurruqué mientras abrazaba sus muñecos. Estos aún tenían su juvenil olor, la echaba tanto de menos, estaba por llorar de nuevo, pero el cansancio me venció.
Traía un vestido blanco de volantes y calzaba zapatos de tacón negros, negros como la tierra que pisaba. Mí alrededor estaba lleno de edificios destrozados y entre ellos miles de montañas de cadáveres, todos ellos vestidos de blanco. Seguí andando, ya me estaba acostumbrando a la presencia de los muertos, pero no al olor a podrido que desprendían. Vi una luz roja que daba vueltas, debía de ser una ambulancia. Fui lo más rápido que pude hacia ella, pero los tacones me lo ponían difícil. Al llegar no había nadie, pero eso duró poco.
-Cogedla, yo solo no puedo. -Llamaba un chico mientras que sujetaba a una muchacha vestida con una camisa de fuerza.
-¡No podemos, son demasiados! -Decía otro, al que se le escapaba un chico con menos musculatura que él.
Estos se acercaron a la ambulancia y entonces los vi. Mi amiga era traída por uno de aquellos chicos con aquella espantosa camisa, ¿Pero qué estaba pasando ahora?
-Subámoslos a la ambulancia y vayámonos de aquí rápido.
Quería hablar pero, me había dado cuenta de que estando delante de ellos no me veían, mucho menos me oirían.
Entraron a todos las personas que habían recogido, todos ellos amigos míos. Sabanah fue la última a quién hicieron entrar pero antes de que lo consiguieran me miró.
-¡Marta, ayúdame! Ayúdame por favor. -Llamaba desesperadamente. Yo quería ayudarla, ¿Pero que podía hacer? ¿Ella era la única que me veía? ¿Y dónde iríamos? Todo estaba en ruinas.
-¿Qué le pasa a la loca esta? -Preguntó uno de los hombres que ya había entrado al automóvil.
-Nada, lo de siempre. -Respondió el otro mientras entraba a mi amiga y me dejaban allí sola, entre aquellas escalofriantes montañas de muertos.
Empezaron a caer papeles quemados del cielo, parecía que llovía, como estaba sucediendo en mis ojos. Ni siquiera fui capaz de salvarlos a ellos.
Me desperté con la cara mojada, ya me estaba cansando de todo aquello. ¿De verdad necesitaba salir a la calle para saber que todo el mundo había desaparecido? Se ve que sí.
~
Corría, corría por las calles desiertas, no había rastro de vida, ¿Así es cómo todo acababa? No me lo podía creer. No paraba de correr necesitaba deshacerme de aquella sensación de culpabilidad que traía encima, hasta que me resbalé bajando la acera, impactar mi cabeza en el asfalto, perdiendo el conocimiento durante unos minutos.
Andaba por un camino de hierba, me dirigía a una gran valla negra donde me esperaba una chica de aspecto gótico. Esta me abrió la puerta y me guio hasta el gran pero bajo edificio de color amarillento. No sabía dónde estaba, pero gracias a un cartel situado junto a la puerta de madera que daba acceso en el interior, pude saber que se trataba de una casa de cera. Eso no me daba buena espina. Entramos en el lúgubre lugar habitado por personajes de cera que no me se me hacían para nada familiares, aunque juraría que una de ellas se parecía bastante a la vecina de enfrente. La chica me guió entre las figuras hasta que llegamos ante una cortina negra.
-Espera aquí, ahora vuelvo. -Dijo la chica de cabello negro, parecía teñido. Esta atravesó la cortina y me dejo sola, ante las diabólicas miradas de aquellas estatuas. Yo solo podía mirar la cortina deseando que no tardara mucho en salir, aunque tampoco entendía la razón de estar en aquel lugar; y mucho menos el porque esperar.
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DEFORMANDO DESEOS
Misterio / Suspenso"No siempre la realidad suele resultar mas dura que las pesadillas."