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Diario de viaje.
Destino: 𝚙𝚊𝚛𝚒𝚜.






















































Todo comenzó un miércoles de primavera en la estación de trenes de Berlín.

Tenía un billete de ida y vuelta a París en mi pequeña mano temblorosa. En la otra sostenía la maleta en la que consistía mi equipaje para tres días en la ciudad. Y mi nerviosismo no se debía a nada más que a un gran evento de moda en el que mi agencia de modelos me había conseguido un hueco.

El plan era simple: mis rizos tanto rubios como castaños al mismo tiempo, las pecas de mis mejillas y mis frágiles ojos verdes como la selva deberían ser suficientes para captar la atención de algún diseñador o director de una revista de moda para impulsar mi carrera y que así mi agencia ganara miles, o puede que millones, tan sólo vendiendo mi contrato.

La idea de desfilar por las pasarelas parisinas y llevar los mejores vestidos tampoco me entusiasmaba demasiado, y en menos de veinticuatro horas mi futuro se decidiría en una gran fiesta privada a la que debería asistir en un asiento turístico de un tren de lejanías.

Vi los faros del tren, encendidos aunque apenas eran las nueve de la mañana, aproximarse a la estación.

Tomé una gran bocanada de aire antes de subir en el vagón más cercano.

Ocupé mi asiento en el lúgubre vehículo, el número setenta y ocho. Planeé escuchar música y mirar por la ventana hasta llegar, pero al apoyar la cabeza en la ventana, caí irremediablemente dormida.

Desperté mientras cielo se teñía de tonos rojos, anaranjados, amarillentos, rosados y liláceos en alguno de sus puntos a medida que la gran bola roja se escondía tras las montañas que cubrían el horizonte.

"Destino: estación central de París.
Próxima parada: estación central de París." —Anunció una voz robótica en torpe alemán.

Comenzábamos a entrar en la ciudad. Fijé mis ojos en la ventanilla del tren y me asombré de todo cuanto vi como si fuera una niña pequeña. Los edificios, las casas, las tiendas... Todo era tan diferente de lo que había visto en las tristes calles de Rheinsberg, de donde provengo, que incluso me asombraba de ver a las personas caminando.

Cogí mi equipaje del maletero, colocado sobre los asientos torpemente a causa de la emoción, y a medida que el vehículo fue frenando, me coloqué frente a las puertas de salida. Cuando estas se abrieron, descendí del vagón.

Pisé el suelo del andén, sonreí, suspiré.

Tras once horas y media de trayecto, había llegado a París.

Un hotel a las afueras.

Ese era el sitio que mi agencia había preparado para mí. No me quejé. Haber contratado un lugar lujoso habría sido una pérdida de dinero, puesto que tan sólo lo utilizaría para dormir y poco más.

Tuve que tomar un taxi desde la estación para llegar ahí. A pesar de que ambos lugares estaban bastante cerca, los atascos complicaron mucho el desplazamiento, pero estuve entretenida ya que hablé con el conductor sobre esto y sobre aquello en mi mejor francés.

paris out : jeon jungkookDonde viven las historias. Descúbrelo ahora