CAPÍTULO 1

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-CAPÍTULO 1:

-Y recuerda Anne, vuelve antes de que atardezca. - me dijo Marilla que me estaba extendiendo una cesta con algunas cosas que me podrían ser útiles en el día de hoy.  Mathew, que estaba tan callado como siempre, estaba abriendo la vieja puerta de madera que se encontraba como entrada a mi querido Tejas Verdes.

-Tranquilos, no creo tener que tardar mucho. - comenté sonriendo para no preocuparles.

Al salir por la puerta y dar unos cuantos pasos escuché la voz de Jerry llamarme:

- ¡Anne, espera!- gritó mientras corría hacia mi desde los establos. 

Al llegar donde estábamos nosotros, se subió a la valla que rodeaba la casa y me dio mi libro favorito que me había estado releyendo últimamente y que le había prestado para que practicara su lectura.

-Es por si tienes algo de tiempo libre. Lo habías olvidado en los establos.

Le sonreí y, después de agradecerle y despedirme de ellos, me encaminé hacia la casa de los Blythe.

Hoy hacía un tiempo explícito en Avonlea, el cálido sol acariciaba suavemente mi pálida piel, aún pudiendo notarse el calor del verano que pronto llegaría a su final un año más llevándose con él bonitos recuerdos veraniegos, las maravillosas flores que coloreaban los campos y algunos árboles se estaban adornando con unas preciosas hojas verdes que pronto cambiaran su color por uno amarillo, naranja o rojo, anunciando la llegada del otoño.

Me gustaba mucho andar, escuchar el canto de los pájaros.

Saludé a la señora Lynde, una de las mejores amigas y vecina de Marilla y Matthew. Se encontraba sentada en el porche de su casa, observando a todo aquel que pasaba. Me miró pícaramente ya que andaba sola, seguramente no había interrogado a Marilla, cosa que no dudaría hacer en cuanto me perdiera de vista. Tras recibir su saludo y deseos de que me vaya bien hoy, me dispuse a leer un capítulo del libro hasta que estuviera cerca de la casa de los Blythe.

En mi cabeza podía imaginar perfectamente a los personajes principales de la novela y aunque estaban descritos de una forma diferente, me gustaba imaginarlos a mi manera.

Que desgracia que no existiera un hombre como el señor Darcy y que suerte la de Elizabeth. No tenía que ser tan dura con él, al menos yo no lo hubiera sido en su lugar. No entiendo cómo la gente puede juzgar sin conocer a las otras personas.

Al igual que iba pasando las páginas del libro, también había pasado en tiempo y, sin que me hubiera dado cuenta, ya me encontraba delante de la dichosa casa.

El señor Blythe era un hombre bueno y amable, conocido y respetado por todos, pero últimamente se había estado encontrando enfermo. Así que aproveché esta situación para cuidar de él y poder ayudar un poco económicamente a Marilla y Matthew.

Nunca le había conocido personalmente, espero caerle bien ya que pasaríamos mucho tiempo juntos y no quería molestarle con mis historias.

Era una casa principalmente de madera oscura y desgastada por la nieve. Los inviernos en Canadá eran muy duros, muchas veces no podías salir de casa por culpa de las montañas de hielo. Aunque se podía apreciar la vejez de esa casa, estaba muy bien cuidada.

Había un camino de piedras que llevaba, por un lado, hacia el porche de la casa, delicadamente decorado con flores, y por otro hacia los establos.

Detrás de la casa se encontraba el huerto, que, a diferencia de la pequeña vivienda, era bastante grande y se notaba que requería de un buen mantenimiento.

Llamé cordialmente a la puerta, avisando de mi entrada. Ya sabía que nadie me respondería, pero no quería ser maleducada. Lentamente me adentré en la casa, observando cada diminuto detalle, cada retrato que estaba colgado por las paredes.

Intuí que la señora que había en los retratos familiares era la señora Blythe. Se notaba que eran una familia feliz, ya que salían todos sonriendo. También pude reconocer al famoso Gilbert, al cual tampoco he tenido el honor de conocer en persona. En algunos retratos salía de pequeño, en varios hasta le faltaban algunos dientes. Otros parecían ser más recientes, ya que en ellos ya no se podía ver a la señora Blythe y esa alegría y sonrisas que se caracterizaban en los otros retratos ya no se podía ver. Se habían ido junto con la señora Blythe.

Me dirigí hacia la habitación matrimonial, donde descansaba el señor Blyth.

Toqué la puerta con un poco de intriga:

-Pasa- dijo una voz muy débil.

Abrí la puerta lentamente y me encontré al señor Blythe estirado en la cama, estaba pálido y cansado, ya no se parecía al de las fotos:

-Buenos días, señor Blythe- le dije con una pequeña sonrisa.

-Anne, un gusto. Siento habernos conocido en esta situación. - intentó devolverme la sonrisa. 

- ¿Quiere que le prepare algo en especial?- pregunté mientras observaba la habitación de una forma más detallada pero a la vez sutil y disimulada.

-Una sopa estaría bien, Anne. - respondió mientras cerraba los ojos.

Después de prepararle la sopa lo dejé descansar y me puse a releer el libro en el pasillo.


El día había transcurrido de la manera más ligera y agradable de la que un primer día de trabajo lo podía hacer y ya faltaba poco para que Gilbert volviera del colegio y yo me pudiera ir.

Escuché unos pasos acelerados acercarse a la casa y antes de que pudiera reaccionar, vi a un chico entrar y subir las escaleras forma acelerada.

Era un chico más alto que yo, un poco delgado. Su pelo castaño se encontraba desordenado por haber corrido en casi todo el trayecto hacia su casa. Sus ojos cansados eran de un color muy oscuro, su nariz era pequeña y un poco puntiaguda. Los rumores eran ciertos, ese chico tenía una belleza peculiar.

-Hol- antes de que le pudiera saludar, escuché como la puerta, de lo que suponía que sería su habitación, se cerraba. 

Al bajar, le intenté saludar de nuevo, pero tampoco me respondió, pasó por mi lado sin dirigirme ni una palabra.

Le seguí hacia la cocina, en donde se pasó unos minutos ordenando algunas cosas, sin mirarme ni una sola vez.

Carraspeé para llamarle la atención:

- ¿Hola? - pregunté no muy segura, arqueando una ceja

-Ah, sí. Puedes irte, ya me encargo yo del resto. - espetó muy cortante.

No dude en salir de la casa lo antes posible dando un portazo, despidiéndome de la manera más cortante que estaba a mi alcance.

Podía ser muy guapo y popular, pero su carácter me pareció de lo más desagradable y maleducado que se podría encontrar en este pueblo.

Llegué a casa de muy mal humor, dirigiéndome directamente hacia mi habitación, dejando a Marilla y la señora Lynde curiosas en la mesa con el té preparado.

Llegué a casa de muy mal humor, dirigiéndome directamente hacia mi habitación, dejando a Marilla y la señora Lynde curiosas en la mesa con el té preparado

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𝑆𝑒𝑚𝑝𝑖𝑡𝑒𝑟𝑛𝑎𝑚𝑒𝑛𝑡𝑒, 𝐺𝑖𝑙𝑏𝑒𝑟𝑡Donde viven las historias. Descúbrelo ahora