Que Dios ayude a mi pobre alma

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Pasan los días y las palabras se acumulan por montones en mi mente. Pululan también en mi pecho sin darme tregua alguna. «Puedo manejarlo» me refiero incesante cada noche, pero dicho tapujo es una quimera y se desvanece como se van las aves del invierno. Yo no puedo abandonarlo, mi alma coquetea con la melancolía, vé en ella un atractivo inefable, a mí no me termina de agradar, pero ella es la que maneja las riendas de mi ser atormentado y triste sin razón aparente...Oh, señor mío, ¿por qué he de sufrir millones de guerras? ¿por qué no encuentro redención en lo que sea? No he vuelto a gozar de la dicha de un bálsamo, estoy macilento, anonadado y deprimido y no me ayudas: te has olvidado de mí como todos los demás lo han hecho también... Entonces anido en medio de una ciudad sin alma, repleta de gente que busca todo menos a sí mismos.   Me escondo pero nadie me busca, me encuentro pero nadie se alegra, me conozco pero luego me pierdo una vez más. Al fin tengo una razón para escribirle al amor, pues la escritura siempre me ayudó a alcanzar, en mi mente, aquello que me era imposible poseer. Como las más bellas venturas o vicisitudes que engullían las vidas de mis personajes ficticios, en los cuales era inconcuso que me veía de una u otra forma, plasmado en ellos. Mi alma ahora yace en la intemperie, dolida por la barbarie diaria en la que se ha visto envuelta en cada alba y en cada ocaso. Y me duele, me duele mucho y nadie me ayuda, le hablo a los sordos de mi sufrimiento, le muestro mis poemas a los ciegos, y nadie me ayuda. De nada me sirven tantas carcajadas si cuando se baja el telón empiezo a llorar. ¿Qué me queda, señor? Me quedas tú, tú para que ayudes a mi alma enferma, trastornada y ambivalente, pero este es el fondo de toda desesperación: pedirle ayuda a alguien que estoy seguro, no existe.

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⏰ Última actualización: Jul 16, 2020 ⏰

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