Jason the toymaker

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El olor afilado de sangre le pellizcaba la nariz y lo más desagradable era aquel cuerpo delgado que ya no se movía. Su último aliento ya se había disuelto en el aire hacía varios minutos, mientras que el espeso color rojo se extendía lentamente por el suelo.

Todo había sucedido tan rápido: 

Había intentado mentir, hacerle una falta y cuando las cosas empeoraron en una pequeña discusión, un tirón en su brazo había cambiado el curso de sus vidas. La pérdida de estabilidad, el borde de los muebles y finalmente el silencio. No fue mi culpa, pensó Jason, ¡fue un terrible incidente! Estaba parado de pie delante del cadáver de esa niña, sin aliento, y los únicos testigos del incidente fueron los títeres que construyó y que estaban rodeándolo. En la tienda sólo estaba él y el cadáver. Cuando la sangre de Jason empezó a circular de nuevo, comprendió que debía encontrar una solución y no podía quedarse allí sin hacer nada. Pero la situación era demasiado complicada.

— "Me van a poner detrás de las rejas y a tirar la llave" — se puso desesperado, — "yo ... ¡yo no soy un asesino! ¡Sólo quería reñirla, ella me engañó con la cosa de la marioneta defectuosa por tener una nueva a cambio!" — Hizo un pequeño giro y miró hacia el cadáver, pero esta vez lanzó una mirada acusadora: —"¡Fue tu culpa!" — Gritó enfurecido —"¡Tú hiciste suceder todo esto!"

Decidió ocultar el accidente y lo primero que hizo fue cerrar la tienda para no hacer entrar a otra persona. Llevó a la niña a el taller, donde creó los juguetes que todos aclamaron como obras de arte, y la puso en la mesa de trabajo. En esa habitación había un olor agudo a pintura, pero no era suficiente para cubrir ni el olor de la sangre ni el horror que iba a suceder a continuación. Jason puso las manos sobre su cabeza, cavando los dedos entre su oscura melena caoba y se apresuró para encontrar una solución. Su mirada se detuvo en un títere en forma de serpiente tendido en el suelo. Fue una de sus primeras creaciones y después de ese accidente inusual, como por arte de magia todo estaba claro para él. No tenía de que preocuparse. Cogió la sierra de mano y se acercó al cuerpo. Utilizaba ese objeto para cortar piezas de madera que necesitaba para crear algunos juguetes, pero no ese día. Jason respiró hondo, su cuerpo temblaba y su corazón latía tan rápido que le hacía sentir dolor. Levantó la sierra de mano y cerró los ojos, negándose a ver el horror que iba a suceder.

Cuatro horas más tarde, la serpiente púrpura todavía estaba tendida en el suelo, pero se puso más inflado. Jason estaba sentado en una silla, en silencio, frente a la mesa empapada de sangre. Las lágrimas pararon de derramarse de su rostro cuando logró detener la lucha contra la sensación de enfermedad. En ese momento se quedó aturdido y sus grandes ojos color pardo parecían ennegrecidos y cortados. El cadáver había desaparecido, yacía en la boca de la serpiente y, junto con ella, el último pedazo de humanidad de Jason.

— "¿Cómo podría suceder algo como esto? ¿Cómo llegué a este punto? "— Y la respuesta tenía un nombre: Amelia.

Oh, Amelia, su amiga de la infancia. ¡La única! Porque antes de su llegada, Jason siempre había sido un niño encerrado en su silencio. Encerrado en su propio mundo. Sus padres eran estrictos, querían verlo estudiando todo el día y en la casa donde vivía los juguetes estaban prohibidos. Mamá y papá no eran malas personas, él sabía que lo amaban pero no eran capaces de mostrar su afecto. Como todos los padres, querían que su hijo fuera perfecto y con un futuro brillante, pero toda esa presión era demasiado para un niño de 9 años. En cuanto a Jason, hizo todo lo posible para que se sintieran orgullosos de él:

Era un estudiante modelo en la escuela y obediente. A pesar de su gran dedicación, nunca había sido suficiente. Incluso si no podía tener juguetes en casa, Jason había construido algunas figuritas de madera que guardaba en el jardín de la escuela. Lejos del alcance de sus padres, podía jugar con ellos sin ser castigado. Los mantuvo ocultos bajo tierra, como un tesoro inestimable, hasta el día en que una niña llamada Amelia lo notó.

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