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Aruma estaba sentada en la cama, la misma cama donde había dado a luz a Lila hace dos años atrás.  

Si hubiera sabido lo que pasaría ese día, quizá no se hubiese levantado de la cama, quizá hubiese huido de la casa donde estaba o quizá se habría preparando mentalmente.  Aunque ella sabía que pasaría, no pensó que fuera tan pronto, no pensó que sería ese día en particular. 

Todo marchaba bien.

O eso creía.

Nadie esta preparado para las tragedias. 


Vivían en casa de Fausto desde que nació Lila y muy pocas veces Aruma salia a la calle. No le gustaba para nada ser una "madre joven". Pasaba los días imaginando que estuviera haciendo si no estuviera en aquella situación. Se imaginaba lejos de esa casucha, como Fausto la llamaba. Se veía en otra ciudad, con otro nombre, otra casa, otro novio, otra vida. 

« Pero esas cosas no van a pasar » pensaba.

(...)

— ¡Llegue! — gritó Fausto y acto seguido cerro la puerta de la casa. Aruma se sobresalto por el golpe de la puerta.

Vio la hora. 

1:45 am

— No grites, la bebé esta durmiendo.

Fausto camino hacia su habitación ignorando el comentario, comenzó a rebuscar entre el armario hasta que encontró la única maleta que había en toda la casa, la tomo y la arrojo a la cama en un solo movimiento.

— ¿Qué haces? — preguntó Aruma.

— Empaco— dijo tajante mientras sacaba sus cosas de los cajones del armario y las depositaba en la maleta.

— ¿Para qué? — su voz salió ansiosa.

— Me voy — se encogió de hombros.

— ¿Qué? ¿A dónde?— trato de impedir que Fausto siguiera su acción.— Fausto, dime que esta pasando — ahora su voz sonaba a un sollozo ahogado. 

Fausto paro. 

— Aruma, escúchame. — paso las manos por su cabello y estas luego se deslizaron a su cara. 

Ella solo lo miro. 

— Ya no soporto esto, ¿me entiendes? — la tomó por los hombros y su mirada estaba clavada en sus ojos. — No soporto estar aquí, no soporto esta casa, el trabajo, la ciudad.

— No entiendo— ninguno de los dos dejaba de mirarse. 

— Me voy, Aruma, me voy y no pienso volver — la soltó y reanudo su actividad. 

— ¿Qué quieres decir? ¿Nos vamos todos? 

— ¡No!— gritó — solo me voy yo, ya no te soporto, ni a esa niña que llora todo el santo día, no soporto tener que matarme como mula trabajando para que ustedes hagan lo que se les antoje, no soporto el hecho de que estoy perdiendo los mejores años de mi vida atado a ti. — en un acto de rapidez cerro la maleta y camino hacia la entrada.

Aruma estaba en shock, no se movió ni un centímetro.

Fausto era su vida. No podía dejarlo ir.

¿Qué sería de ella sin él?

— Por favor, no te vayas — suplicó en un balbuceo y pensó que no la escucharía. 

— Sera más fácil para los dos— tomo el pomo de la puerta.

— ¡Fausto! no te puedes ir, me prometiste que no te irías— las lagrimas se habían apoderado de ella. 

— La gente miente, Aruma— suspiró— la gente miente por la emoción del momento— se giró y la pudo ver arrodillada. 

— No te vayas — era lo único que atinaba a decir, sus piernas ya no respondían y el corazón le latía tan rápido que podía escuchar sus latidos, sentía que el pecho le iba a explotar y su vista estaba nublada a causa de las lagrimas. 

— Deja de llorar, por favor, si el dinero es lo que te preocupa— hizo una pausa y metió la mano en el bolsillo de sus pantalones— aquí tienes— Lanzó algo hacia ella. — será lo suficiente para que vivas unas cuantas semanas, hasta que consigas trabajo.

— No-o, no te vayas por favor, te necesito— sollozó 

— No te quiero— soltó— antes si, cuando solo eramos los dos, sin ataduras. Ahora que tengo obligación de quedarme, no quiero, mi plan no era ese Aruma, yo solo quería un poco de diversión, no esto. Todo fue un error.

Abrió la puerta y salió sin echar un ultimo vistazo al desastre que había dejado ahí. Una niña de dos años llorando en su habitación, una chica que no podía valerse por si misma y  un fajo de billetes frente a ella.










Grandes esperanzasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora