Capítulo#2

196 16 8
                                    

                    Támesis:

—¡Necesito más espacio! —Gruño, haciendo un enorme esfuerzo por sostener la espada.

—No, no lo necesitas. Continúa —exige, su voz más ronca y profunda de lo normal.

—¡Apartate de una maldita vez! —Digo en un tono más alto.

—No lo haré. Lo controlas o muero contigo —sentencia con total convencimiento.

Un grito desgarrador; de frustración, enojo y esfuerzo, sale desde lo más profundo de mi pecho. La parte animal de mi va tomando fuerza poco a poco, haciéndose con el control lentamente. Libero aún más energía a cambio de tener la capacidad de controlarla, pero luego de unos segundos me doy cuenta que es imposible.

—¡Sabes que yo no voy a morir! ¡Por favor, apartate!

Belial frunce los labios y entrecierra los párpados mientras se cruza de brazos. Da un paso hacia atrás con algo de duda y luego asiente, dándome la espalda y caminando lo más lento posible hacia cualquier lugar lejos de mi, con la intención de retrasar lo máximo posible la liberación completa de mi poder.

Yo espero un poco más hasta perderlo de vista. Gruesas gotas de sudor resbalan por mi frente y hacen que algunos de mis mechones rojizos se peguen a mi piel. Mi pelo está mucho más rizado de lo normal ya que salí tan temprano de mi habitación está  mañana que no me dio tiempo a desenredarlo. Mi pecho sube y baja con cada respiración desbocada que tomo y todas las articulaciones de mi cuerpo se estremecen por el esfuerzo de sostener tal poder dentro de mi.

Ya cuando estoy segura de que me encuentro completamente sola, dejo de esforzarme en mantenerme en pie, callendo así de rodillas al césped y sentándome luego sobre mis talones. Ormuz cae de mis manos y hace un ruido sordo al impactar contra el suelo, pero yo no llego a escucharlo por el aturdimiento que se apodera de mí al ser liberada la magia.

Un fuerte ardor se instala en mis omóplatos, arrancándome un grito de dolor. Mis alas surgen de entre mi piel desgarrada como si fueran catapultadas fuera de mi cuerpo. El peso repentino de estas en mi espalda me hace inclinarme hacia delante y apoyarme en mis manos.

Esta vez la liberación de poder fue mucho mayor que las anteriores. Fue explosiva y arrasadora, quemando y destruyendo todo a su paso. Los árboles se balancean de un lado hacia otro, las aves huyen de sus escondites en el bosque, el silencio apoderándose de todo el área a mi alrededor.

Ya unos minutos después, todo había pasado. Trago saliva y cierro los párpados fuertemente. Estiro las alas hasta que alcanzan su total longitud y luego las pliego completamente para mantenerlas fuera de las brisas matutinas. Alzo las manos para cubrirme el rostro, ahogar un gruñido de frustración. Después de tantos siglos, aún no podía controlar tal intensidad.

—Sigues sin conseguir nada —me espeta duramente Belial a mi lado.

Suspiro y dejo caer las manos hasta mis muslos. Las observo con impotencia. Mis intentos no han variado el resultado desde que comencé a practicar.

—Es inútil —levanto la mirada hasta toparla con la suya. —No me sirve de nada tal poder si no puedo controlarlo.

Una sonrisa burlona se apodera de sus carnosos labios.

—Si puedes, pero tienes miedo —se burla, cruzando los brazos sobre su pecho.

Estudio su postura y evalúo su apariencia. Su cabello negro lo lleva recogido en una coleta, lacio hasta su nuca. Sus cejas son pobladas y sus facciones algo finas y elegantes. No es muy musculoso, más bien esbelto y refinado. Su aspecto es de total confianza y seguridad a pesar de que todo el que lo ve pensaría que es un simple demonio de bajo nivel; un esclavo.

Pero lo que realmente lo delata, eso tan increíble y llamativo que porta son sus ojos, esos que eran total y completamente negros. No había pupila, ni iris, ni blanco; lo que le caracterizaba como un Lilim, extraño y muy raro hijo de la mismísima Lilith.

Tomo una respiración profunda y giro el rostro hacia el suelo. Allí veo lo que dejé caer y había olvidado por completo. Eso que me atormenta desde que mi madre abandonó mi vida.

Ormuz.

Una espada de doble filo. Su hoja de metal dorado es del largo de mi brazo. Su empuñadura de oro maziso envuelve varios rubíes que varían en tamaño. Es majestuosa, brillante, hermosa, poderosa. Y sobre todo, indomable.

Me aparto los rizos rojos, pasándolos sobre mi hombro. Tomo a Osmuz sin reparar en su peso y la deslizo dentro de su funda, que se encuentra en diagonal del lado derecho de mi espalda. Luego llevo mi mano a la empuñadura de Ahriman para sacarla de su escondite, esta sobresale del lado izquierdo. Ambas fundas formando una gran equis en mi espalda.

Contemplo mi otra espada. Su hoja está retorcida, haciendo unas ligeras curvas hacia ambos lados. Su inusual color alquitrán parece atrapar la luz, pero nunca reflejarla. No tiene adornos, nada especial en su empuñadura, sólo una gran espiral en la punta de la misma. Ahriman es igual de larga que Osmuz, y de cierta forma, también hermosa e indomable.

Ambas son opuestas, representando cada lado de la balanza. El bien y el mal, luz y oscuridad. Nunca pueden estar juntas, pero no pueden existir la una sin la otra.

Me incorporo, sosteniendo en alto la empuñadura de Ahriman. Dejo caer mi mano con velocidad, cortando el aire con la hoja oscura, evaluando su peso y sus dimensiones. Despliego mis alas y la estiro un poco para relajar los músculos de mis omóplatos.

—¿Por qué Ahriman no se me reciste? —Pregunto a nadie en particular.

—Porque tu misma no lo permites. Tu aceptaste tu parte demonio, pero te niegas a dejar entrar tu otro lado. Por eso Osmuz no se deja domar —contesta Belial de cualquier modo.

Mi otro lado, pienso. A veces me pregunto cómo podría aceptarlo.

Enfundo a Ahriman y me giro para estar de frente a Belial. Vuelvo a plegar las alas y, está vez, ordeno que comiencen a ocultarse, nuevamente, dentro de mi piel. No puedo arriesgarme a que nadie las vea.

—Y, dime Belial. ¿Cómo puedo hacer eso posible?

Fijo mi mirada en esos ojos completamente negros. Esos mismos ojos que representan que él es mi...

—Muy fácil. Llegará el momento en que suceda. Todo a su tiempo, hermanita.

Los siete elegidosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora