—Calma, Layla... —intentó calmar Rebecca, su tía.
— Pero, tía, no lo soporto. Siempre es lo mismo, esto sucede casi todas las tardes —dijo ella, entre sollozos.
— Osmar no es malo, sólo se abruma un poco y reacciona así —intentó justificar la hermana de aquel hombre.
—No... papá siempre me pega —dijo ella más para sí misma que para su tía. Dejó de llorar varios minutos después y cuando por fin se había calmado habló, se le había ocurrido una idea que seguramente sería la solución de todos sus problemas, el consuelo de todos sus llantos—. Tía, ¿por qué no me llevas a vivir contigo?
La mujer se quedó estupefacta, pero en el fondo también quería ayudar a su pobre sobrina.
—Layla, no sabes lo mucho que te quiero, pero no puedo... tu papá... la decisión está en las manos de él; de él depende si te deja vivir conmigo —contestó decepcionada.
—Habla con él... —comenzó, pero lamentablemente fue interrumpida.
—Lay, apenas tienes quince años, eres menos de edad y como te dije todo depende de la decisión que pueda tomar tu papá. Si quieres irte conmigo a Miami hay que conseguirte un pasaporte.
Se escuchó que una puerta se abrió en aquella casa, el papá de Layla ya había llegado.
—Hermano, tenemos que hablar —le dijo la mujer a aquel hombre en cuanto entró a la habitación de su hija. Osmar le tiró una mirada de pocos amigos a su hija, que permanecía hecha un ovillo en una de las esquinas de su cama.
Los dos adultos salieron de la habitación, dispuestos a discutir un tema: la situación, la vida futura de Layla.
Una hora pasó. Dos horas, le seguía la tercera, cuando aquella puerta se volvió a abrir. Primero entró el papá de la muchacha con el semblante serio, luego le seguía su tía y como siempre su sonrisa presagiaba buenas noticias.
—Layla, prepara tus cosas —le dijo el hombre.
—Vas a vivir conmigo —terminó la mujer castaña.
— ¿Es en serio? —Ella no se lo podía creer. —¿En serio me vas a dejar, papá?... pero, no tengo pasaporte, soy menor de edad.
—No te preocupes por eso, hija —animó la tía—, como ya tenemos el permiso de tu papá el trámite es mucho más fácil y rápido —terminó con una sonrisa.
—Prepara tu maleta antes que me arrepienta —advirtió el hombre.
Instantáneamente ella comenzó a sacar toda su ropa de las gavetas; esa era una buena noticia, la mejor que había recibido después de que hace diez años se había sacado todos los puntos en el examen de matemáticas y su padre por fin tendría un motivo para no golpearla.
—Tenemos una semana para hacer el trámite correctamente —dijo la tía—. El tiempo justo, en una semana sale mi vuelo de regreso a casa.
«Si he sobrevivido quince años en este infierno podré soportarlo una semana más». Layla sabe que respirar el mismo oxígeno que su padre dentro de los mismos metros cuadrados es terrible, una paliza es peor, y aún más cuando ella es inocente de todo y no existen motivos para que quede con los moretones y cicatrices.
Tiene la certeza de que su vida mejorará, podrá opinar sobre lo que le gusta y lo que no. Claro, todo viniendo de su tía es positivo, ella la ama como si fuese su madre..., pero ¿cómo se le ama a una mamá si la de ella no existe en su vida?
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El aullido de la noche
RomanceLayla sabe dos cosas perfectamente: la uno, es que su piel es sumamente blanca y después de cada golpiza que le da su padre queda marcada durante un buen rato; y número dos, que por mucho que se aleje del exterior siempre la va a perseguir su pasado...