Diez: ¿No tendrás un dildo escondido, verdad?

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Doce menos cuarto de la noche. La pareja andaba hacia la casa de la familia Fuentes. Era un ritmo lento. El silencio penetraba en el ambiente sin temor. No había incomodidad. Jugueteaban con sus miradas. Kellin sujetaba sus botas en la mano derecha. Los tacones habían dañado sus talones. La ropa femenina no era extremadamente desagradable. Pero, ¿cómo eran capaces de soportar aquellos accesorios endemoniados? Creados para sus sufrimiento. Estilizar sus piernas era una misión fallida en su totalidad. Nadie atendía hacia detalles así.

Transcurrió un cuarto de hora. Vic comentó la temperatura. Un simple tema de conversación. El moreno contestó con amabilidad. Una casa unifamiliar se centró frente a ellos. Estaba iluminada. Pero Vic admitió la ausencia de sus padres. Mike y Tony eran los únicos ocupantes.

Aquella sería la primera vez que el moreno visitaba el hogar de los Fuentes. Había escuchado halagos hacia la madre de los hermanos. Tony era un caballero. Un auténtico galán. Pero, desgraciadamente, Kellin no conocería a la mujer. Reconocería algunos detalles decorativos si Mike le permitía entrar en otra ocasión. O como su pareja. Pero aquello era imposible. Mike era heterosexual… ¿verdad?

Las llaves abrieron la cerradura de la puerta principal. Vic sonrío al moreno, quien observaba el lugar. Estaba sorprendido. Su casa se ubicaba en el centro de la ciudad. En un séptimo piso de un edificio de quince plantas. Sus vecinos producían su insomnio y aterrorizaban sus horarios de estudio. Era un infierno personal. Sobrevivía bajo su propia carne.

Ambos se dirigieron hacia la habitación del castaño, quien le señaló su cama. Kellin tomó asiento entre las sábanas blanquecinas. Tras divisar los preservativos sobre la mesilla nocturna, soltó una sonora carcajada. Juraría haber percibido la risa procedente del cuarto de Mike. Acompañada su estancia.

Vic giró sobre sus talones y admiró al moreno. Arqueo una ceja, confuso, produciendo renovadas carcajadas. Kellin señaló los preservativos.

— ¿No tendrás un dildo guardado, verdad? —se burló.

—Oh, descubriste mi más gran secreto.

—Yo creía que tenías otro más.

— ¿Y cuál es, señorita vidente?

—El que tienes entre las piernas. Pero no soy vidente. Si no soy evidente. ¡Mira! ¡Hasta rima! —río. Pero el castaño no imitó a Kellin. Quedó admirando la belleza en las facciones del moreno. Un escalofrío logró hacer temblar las extremidades de Kellin.

Admiró la lejanía que les separaba. Comenzaba a limitarse. Descendían los metros. Se transformaban en centímetros. Próximamente, milímetros entre sus bocas. Kellin se tumbó sobre la cama. Sintió los labios de Vic descender por su cuello, y dirigirse hacia sus caderas. Abrió los ojos. Recordó que prescindía de genitales femeninos. Pero era demasiado tarde.

Vic gritó una palabrota. Miró sorprendido a Kellin, quien mostró una tímida sonrisa. La puerta del cuarto se abrió repentinamente. Liberó la imagen de Mike imitando llaves de judo. Tony le placó. Ambos cayeron contra el parqué. Rieron levemente, y admiraron a la pareja.

Aquello iba a prescindir de un adecuado final.

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