Capítulo 11. Mortandad

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Mikasa despertó de golpe, abriendo el orbe de sus ojos exageradamente en dirección al techo. Escuchó atenta un poco más y en menos de dos segundos ya se encontraba fuera de la cama. Eren despertó poco después bostezando bastante relajado, actitud que se le quitó poco después de ver a su ahora pareja buscando en la habitación algo.

— ¿Qué buscas? ¿Qué sucede? — preguntó confundido. La pelinegra lo miró alterada hasta que por fin tomó un pedazo de tela largo que pensaba usar de arma.

— Hay alguien aquí... — contestó alterada. — ...Iré a ver qué...

Eren se levantó y se puso los zapatos. – Detente, yo iré a ver.

Mikasa frunció el ceño y se le adelantó en camino hacia la puerta. – Es mejor que yo lo haga, soy muy buena en el combate cuerpo a cuerpo — se justificó.

Eren frunció el ceño y se sobó la frente. – No hay tiempo para esto, podría ser peligroso para ti y el bebé.

Ambos se quedaron callados al oír una voz masculina desconocida gritar palabras inaudibles.

— ¿Qué dijo? — preguntó en un susurro el castaño.

— Nos encontraron...

— No, cálmate. No son ellos, no reconozco esa voz.

— ¡Es una trampa! — contestó ella con la intención de salir del cuarto, pero Eren la tomó del brazo para no permitirle avanzar. El castaño arrinconó a Mikasa en la pared con la intención de no permitirle moverse.

— No. Es imposible, estaban solos en esto — explicó él. — Tú lo deberías saber mejor que yo.

— ¡¿Hay alguien ahí?! — escucharon gritar con mayor claridad a la misma voz. — ¡Por favor, no quiero pelear! ¡Esta es mi casa! — continuó hablando con la voz llorosa.

— Saldré primero. ¿Vale? — sugirió él mientras acariciaba la mejilla de la pelinegra para calmarla. – Le diremos que estás embarazada, puede que eso lo tranquilice, le diremos que somos una familia y...

— ¡POR FAVOR, SALGAN! ¡DEBEMOS HABLAR! — gritó con mayor fuerza el hombre que por el tono de su voz parecía muy asustado.

Eren respiró hondo y salió con los brazos en alto hasta el pasillo del segundo piso, lo observó desde el barandal, era un hombre de unos cincuenta años, regordete y sostenía un rifle.

— Lamentamos haber tomado su casa, creímos que este pueblo estaba deshabitado — comentó Eren sonriendo amable.

El viejo lo observó con alivio al notar que Eren era un hombre joven y pronto de soltó a llorar. – Acabo de volver de Marbella, mi familia se ocultó allá... — el hombre no pudo continuar hablando pues se derrumbó casi de inmediato al piso en lágrimas. — Pero, no sobrevivieron. Yo, yo no sé cómo lo logré, no sé cómo lo lograron ustedes, pero, sólo quiero un poco de paz — explicó mientras se tiraba al piso.

Eren lo observó con la piel helada. Mikasa salió tras él y de la misma forma, miró la escena perturbada. El hombre tenía la mitad de la cara deshecha y serias quemaduras en la piel.

— Sabía que esos malditos demonios lo harían algún día... Siempre lo supe... — siguió hablando delirante.

Mikasa no dejó de observar como el hombre empezaba a revolcarse entre gritos por la alfombra de la sala. Eren de pronto la miró atenta y se posó justo enfrente de ella, la observó a los ojos muy de cerca y sonrió.

— ¿Qué piensas, Mikasa? ¿No deberíamos acabar con el sufrimiento de ese pobre infeliz? — sugirió señalando su rifle.

— ¿Eh? — preguntó ella indignada, aterrada de ver el brillo casi neón en los ojos verdosos del padre de su hijo.

SOLOS - EremikaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora