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Los Nogitsune o Yako, son criaturas famosas por sus grandes travesuras y malicioso actuar, y el pretencioso Ken no es la excepción. Siendo él el peor de todos quizá, el "rey de reyes" a su parecer... o un absoluto dolo...
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キツネと赤
-【 P R E F A C I O 】-
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Antes de que fuese capturado, el caótico reinado de Ken fue ligeramente corto, casi unos ciento cuarenta y nueve años para ser exactos, pero él podría asegurar que se divirtió como nunca. ¿Sino qué clase de Nogitsune sería, no?
El asustar a campesinos, señalar malos caminos, molestar y embrujar por días, semanas, meses y hasta años a edificios o templos enteros, seducir a mujeres y hombres a diestra y siniestra que lo llenaron de gozos y regalos hasta dejarlos en la ruina, etc. En las tinieblas y lo profundo de los bosques, no había Nogitsune y hasta Kitsune que no le conociese como el más problemático, el más arrogante, el más escurridizo y el más astuto. Estaba en la cima, en donde todos le respetaban y adoraban.
Y ahora, sentado en la cuneta de una lluviosa calle que no conocía, con las ropas mojadas, el cabello arruinado y el frío calándole hasta los huesos, no era nada.
Maldecía con todas sus fuerzas aquella desesperante sensación de vacío que siempre se arraigó en su pecho, probablemente la culpable de todo esto. Vacío que por supuesto, había intentando llenar e ignorar fallidamente por casi medio siglo con toda la descontrolada diversión que iba y venía, su motor interno para cometer todas las estupideces que se le viniesen a la cabeza.
Vacío que, una noche, se vio tentado a llenar luego de hacer caso a las palabras desafiantes de un zorro de campo que se atrevió a cuestionar su autoridad, acompañado de un jugoso reto que no hizo más que emocionarle y darle las ganas suficientes como para demostrarle lo muy equivocado que estaba.
Sintiendo la lluvia caer sobre su pulcro rostro, peinó los cabellos negros empapados para atrás, maldiciendo entre tanto también a aquel día de paso. Aquel día en que había decidido sin pensarlo dos veces el llevar a cabo su, tal vez, más grande travesura. Osada acción que ahora lo tenía atrapado hasta quién sabe cuando en el desagradable mundo humano, condenado a buscar casi literalmente una aguja en un pajar.
El chico se llevó las manos a la cara, exhalando pesadamente.
Ya está, este era su fin.
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