Mi primer amor.

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Hoy es el día, el tan ansiado comienzo de verano. Tathiana camina de un lado a otro buscando las prendas más cómodas y austeras dentro de su closet, trabajo que, aunque parezca sencillo no lo es en absoluto siendo hija de el importante burgués Louis Tomlinson dueño de casi todos los comercios de joyerías en Inglaterra. Tathiana debía mantener su estatus y la vestimenta era una parte importante para tenerlo, si no fuera por su institutriz que a escondidas le obsequiaba ropas de sus hermanas pequeñas, no tendría otra opción que ir con aquellos incómodos corsés y vestidos ostentosos llenos de joyería costosa. Su agitación y ansiedad por ordenar su bolso era tanta, que sus castaños cabellos caían como cascada por todo su rostro y espalda sin orden alguno, ya podía imaginar en su cabeza las riñas que se llevaría de Jessica su institutriz y peor aún, de su madre.

Pero eso no era tan importante en ese momento como salir lo antes posible de las grisáceas calles de Londres y zambullirse en los brazos de su abuela en el pequeño pueblo de Shaftesbury.

No más clases de francés, canto, grima, literatura, geografía y demás por un largo tiempo. La adolescente fue tan rápida que no dio ni tiempo a su estricta madre de reñirle, ya que al escuchar las pezuñas de los caballos fuera de la mansión, corrió todo lo que sus zapatos con tacón le permitieron y sin ninguna pizca de sutileza, se lanzó dentro del carruaje como si fuera una ardilla voladora saltando de un gran árbol. "ADIÓS MADRE, ADIÓS JESSICA" fue lo único que lograron escuchar las nombradas mientras el carruaje avanzaba a toda velocidad escuchando los entusiasmados "ARRE, ARRE" de Tathiana.

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El radiante sol golpeaba su piel, pero eso no molestaba en absoluto a Jacob, que ya se encontraba acostumbrado al calor y como las gruesas gotas de sudor resbalaban por su frente cayendo sobre las tierras que se encuentra retirando la maleza y rocas que estorban, por su cabeza no podía dejar de pensar en el libro que ha dejado a medio terminar en su dormitorio. "Tal vez un descanso no me vendría mal". De reojo observó a su padre sentado en la sillita de madera atendiendo a caras conocidas que como todos los días iban a comprar las frutas y verduras de su huerto. El temblor en las manos de su padre debido al esfuerzo de años no era desapercibido por el muchacho, por lo que tragando el nudo en su garganta siguió trabajando, ahora con mucho más empeño.

Sacar lo que restaba de hierba muerta le llevó toda la mañana, por lo que al dar las 1 de la tarde su estómago rugió con tal fuerza que su padre rió por lo bajo desde la pequeña cocina ruborizando la piel canela del chico. Comieron en silencio y luego sin decir más que "gracias por la comida" se levantó del asiento tomando de su habitación el libro que desde la mañana quería terminar y caminó hacia el pequeño puesto fuera de su hogar tomando el turno de la tarde para atender el negocio.

-Hola muchachito -habló una amable anciana sacando de su transe al adolescente que se mecía despreocupado en la silla de madera. Con rapidez se enderezó en el asiento regalándole una sonrisa. "Puntual como siempre" pensó Jacob-Buenas tardes Madame, ¿en qué le puedo ayudar? -

Sorpresa fue la suya al notar la cantidad de frutas y verduras que la mujer pidió debido a que en su casa no eran más que ella y sus dos hermanas. Claramente ella no podría sola con toda esa cantidad de productos, por lo que se ofreció a acompañarla hasta su hogar, oferta que aceptó gustosa.

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Colores rojizos y anaranjados teñían el pueblo de Shaftesbury cuando el carruaje de Tathiana se daba paso entre los pueblerinos que miraban con asombro la exuberante carroza. La castaña aún con sus cabellos desordenados sacó la mitad de su cuerpo por la ventanilla saludando con emoción a todos los que se cruzaban en el camino hasta la casa de su abuela, los cuales la miraban con ojos divertidos y sonrisas cálidas al reconocer a la adolescente de ojos color miel. Al ver la fachada azul vibrante del lugar el cual ella consideraba su verdadero hogar hizo que pegara un chillido lleno de felicidad, sus pies pedían a gritos sentir el húmedo césped entre sus dedos. Apenas el carruaje frenó, salió como rayo de éste sin vergüenza alguna quitando de sus pies aquellos zapatos tan incómodos y corriendo como alma que lleva el diablo se acerca hacía su querida abuela que se encontraba esperándola de brazos abiertos.

El libro de las mil y una historias.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora