CAPITULOS 33 Y 34

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El viento agitaba sus cabellos negros con tanta fuerza que era imposible ver algo claro en aquella noche sin luna. Kikyo respiraba agitadamente pero no sabía en su fuero interno si era por el nerviosismo de saber lo que iba a ser de ella o de la total ignorancia de lo que acontecería después de ejecutar los actos venideros. Respiró profundamente y abrió la gran verja del cementerio de Miyagi. Enroscada con eslabones primitivos, la frialdad del acero la invadió como si fuera un anticipo de lo que pasaría en breves minutos.
Invadió el campo santo con la visión anulada y la actitud correosa del que lo cree todo perdido y no tiene nada que perder. El miedo era otra historia, historia que nada tenía que ver con aquella vida suya que se había vuelto un total contrasentido y absurdo. Aquellos hijos no debían de ser de ella, ni aquel marido simplón y edulcorado tampoco. Ella pertenecía a Inuyasha, porque la maldad estaba en las raíces de ella desde que comenzó a dar sus primeros pasos. Ella solamente había conocido un verdadero hogar y aquel había sido el infierno, junto con el ser más dominante y posesivo del universo.
"Inuyasha" susurró caminando hacia las tumbas más antiguas que estaban al final del camino.
La imagen de Aome se cruzó en su mente y como un pájaro de mal agüero, quiso apartarla a manotazos pero fue imposible…sabía que ellos dos estaban juntos y sabiendo la naturaleza del ser que amaba, ella había sido suya y la había amado tal y como lo había hecho con ella. Aquel pensamiento dio más valor a su condición de ser malvado y buscó a tientas las cerillas para prender las velas y sacó la pequeña bolsa de sangre.
Organizó todo alrededor y con fuerte decisión clavó la cruz invertida en una de las tumbas ancladas como caballones en el suelo germinado de cuerpos muertos.
Desnudó su cuerpo lentamente y cerró los ojos antes de rociarse con serenidad todas las partes sexuales de su cuerpo con aquella sangre impura. Esperó que el viento cesase como le había explicado Izayoi y sus vellos se erizaron cuando éste cesó de pronto.
- Inutaisho, Maestro y Rey de los Espíritus rebeldes, Yo te adjuro a dejar tus dominios, sin importar en que cuarto del universo pueda estar situado, y vengas apresuradamente a comunicarte conmigo. Yo te comando y yo te conjuro en el nombre del grandioso Dios viviente, Padre, Hijo y Espíritu Santo, ha aparecer sin escándalo y sin ningún maligno olor, a responder en una voz clara e inteligible, punto por punto, a todas las preguntas que pueda hacerte, Tu serás compelido a la obediencia por el poder del divino Adonai, Eloim, Ariel, Jehovam, Tagla, Mathon, y por toda la jerarquía de las Inteligencias Superiores, quienes te contendrán contra tu voluntad, ¡Venite!, ¡Venite! Submiritillor Lucifuge, o el tormento eterno te sobrevendrá por el gran poder de esta vara fulminante. In súbito.
¡Oh Gran Inutaisho emperador excelso de los antros infernales! yo me postro ante ti y te reconozco como señor y soberano. Si me pones en posesión de las artes ocultas de la magia, dándome el don de conocer la ciencia misteriosa y sobrenatural que tú posees, para lograr, por su medio. La verdadera sabiduría. Sea yo admitido entre tus escogidos véanse satisfechas mis aspiraciones de riquezas el logro de la persona deseada la destrucción y daño de mis enemigos. Deseo ser tu esclavo y para ello puedes desde hoy, disponer de mi cuerpo y de mi alma. Ello puedes desde hoy, Si aceptas mi pacto, que traigo escrito con tinta misteriosa y firmado con mi sangre preséntate ante mí para reconocerte como señor y soberano.
Yo te Invoco una vez más, ¡oh esclarecido príncipe de tinieblas! para que aparezcas a mi lado en forma humana y me firmes el pacto que presento.
No tengo ningún temor y si gran deseo de que me concedas lo que pido. Juro seguir tu ley en adelante renegar de Dios a quien aborrezco, del agua del bautismo que sin mi consentimiento he recibido, y de todo aquello que no sea de tu agrado.
Quiero pertenecerte y formar compañía con los espíritus de tentación y daño, más para eso es preciso que mi pacto sea aceptado firmado y confirmado.
Yo te conjuro, Inutaisho, Lucifer, Luzbel y Satanás. Por el poder de este mágico talismán que es imagen del que usaba el gran Salomón y por cuya mediación logró el dominio de la sabiduría, de las "Ciencias Mágicas", y de todo lo creado, para que aparezcas ante mí.
Aparece ya prontamente o. de lo contrario te haré permanecer eternamente en los profundos Infiernos por las poderosas palabras cabalísticas de Salomón Abracadabra Eloim cuyo poder sólo él y tú conocíais Preséntate a mí, yo lo quiero.
Kikyo lloraba de regocijo y en su boca había comenzado a supurar una especie de líquido negro que era imposible de parar.
Sintió una presencia en la oscuridad que hizo que diera un paso hacia delante y apagase la vela con su pie desnudo aquello le hizo aullar como un gatito malherido para toparse con una mirada abrasadora y brillante justo detrás de su espalda.
- Kikyo- dijo aquella voz, que ella reconoció como Inutaisho- No puedo creer que Sulpicia te haya dejado llegar hasta aquí…
- Inutaisho- espetó ella jubilosa- Sabes muy bien a que has venido. Haz lo que tengas que hacer. Ya.
Kikyo no podía ver el rostro de Inutaisho, pero sus ojos rojos como brasas parecían aniquilarla.
- Me niego a llevarte conmigo…..esto es de auténticos locos….
- Invocaré a cualquier otro demonio menor y él lo hará. Él me llevará…sabes que es imposible echarse atrás una vez que te he invocado para esto…
Inutaisho no podía creer que Sulpicia hubiese dejado llegar a Kikyo a tales extremos, aunque con sopor no pudo dejar de preguntarse si él mismo no sabía que un día u otro, aquella alma maldita volvería al mismo infierno donde nunca debió salir.
- No puedes vender tu alma, muchacha. No es a ti a quien pertenece…- dijo él pensativo- Pero no puedo negar que debo llevarte conmigo….
Kikyo se sintió triunfante y sonrió. Aunque este gesto duró poco en su rostro, ya que Inutaisho sacó una daga de su pecho y abrió su vientre de arriba abajo haciendo que sus tripas cayeran al suelo en un correoso sonido.
Kikyo pudo tocar aquellas vísceras saliendo de su cuerpo y el terrible dolor dio paso al miedo y después, la nada
Miroku había perdido el sentido y con una mirada hambrienta devorada todo lo que sus ojos abarcaban a su paso. Ella, completamente desnuda, con su cuerpo pequeño pero hermoso, lo hizo volver a ser hombre y sentir su dura virilidad entre sus piernas.
Su respiración se volvió agitada y jadeosa. Su largo y duro miembro comenzó supurar la semilla amarga y almizclada. La súcubo sonrió débilmente cuando su rostro se contrajo entre el dolor y el placer de llenarlo con el calor de su llaga.
- ¿Me deseas?- preguntó ella con un suave deje.
Él asintió y su cabello color negro, se movió hacia sus ojos haciendo que escondiera aquella hambre voraz que lo encarnizaba.
Sango dio dos pasos hacia él y posó su pequeña mano en su pecho haciendo que Miroku se estremeciera, ella sonrió más anchamente y puso sus pies de puntillas para alcanzar lo que sería el dulce sabor de su boca.
- Si me besas…- logró decir él.
Ella negó con la cabeza antes de interrumpirlo.
- Yo tampoco podré parar….
Miroku abarcó la cintura blanca de aquella súcubo y la apretó fuertemente a su cuerpo duro sintiendo como sus huesos se derretían en el acto, probando su boca, devorándola, amasando su lengua con la de ella en un baile sin tregua que era más una lucha que otra cosa.
La agarró fuertemente y la alzó para llevarla en volandas, pero ella fue más rápida que él e hizo que ambos se desmaterializaran al otro lado del castillo. En la habitación de Sango.
Rin se despertó con las sabanas enroscadas a su cintura y con el olor en su piel de aquel hombre que había descubierto su cuerpo por completo. Sonrió dichosa al recordar la plenitud del acto y la cantidad de frases que le había susurrado aquel hombretón que tenía toda la mirada de un completo demonio. Algunas de las palabras habían sido espesos susurros entregados en mitad del acto o en él mismo. Todas con un mismo fondo común: el amor.
Aquel hombre la amaba sin conocerla. Como si la hubiera estado esperando toda la vida, tanto como ella a él.
Un nuevo pálpito en su centro recordó las emociones vividas en aquella cama y los gemidos de ambos revolcándose de un lado al otro del camastro. Nunca, podía haber imaginado ser tan feliz. Nunca.
El destino había sido espléndido con ella, ya que podía haber quedado parada en cualquier puerta, pero había sido en la de Izayoi. Ella la había criado de manera distante, comprendiendo Rin a su debido tiempo, que Izayoi carecía de algo enormemente importante en aquella vida suya, prendida de velas, cruces invertidas y un enorme aroma a sándalo.
Rin era clarividente pero no potencial…hasta el momento en que entró en el mundo demoniaco. Entonces hubo leves visiones que le produjeron un malestar repentino.
Preocupada, se levantó de la cama y suspiró al ver los dedos de Sesshomaru marcados en su brazo y muslos. La había amasado con tanta fuerza que le había hecho algunos cardenales sin quererlo.
Caminó desnuda hacia una de las puertas que había en la estancia y se llevó una mano a la boca al ver al hombre que despertaba todas sus pasiones en una gran bañera, con la cabeza inclinada hacia atrás y los ojos cerrados. ¿Quizás estaría dormido?
Sonrió con maldad y se acercó a la gran tina para meterse ella, también dentro.
Sesshomaru sonrió mentalmente al notar que su hembra entraba en contacto con el líquido elemento al igual que él. Se sentía en la más absoluta felicidad. Después de luchar a campo abierto, vejar a sus enemigos y condenar a los espíritus libres ahora vertía todos sus elementales proyectos en conjunción con aquella mujer que parecía una especie de ángel.
Notó como las manos de ella tocaban su vientre cubierto por el agua y abrió los ojos lentamente para embotarse de su espectacular belleza.
- Hola- susurró en un deje largo, bebiendo con la mirada cada uno de sus gestos, al recorrerlo con las manos.
- Hola- le contestó ella sonriendo abiertamente y mirando más allá del agua. ¡Estaba de nuevo duro como una piedra y sus dientes comenzaban a chirriar de nuevo!
La gruesa punta roma de su verga se veía en la superficie y los ojos de Rin devoraron hambrientos aquel apéndice maravilloso que tanto placer les había dado a ambos.
Ella avanzó por sus abdominales perfectamente marcadas y llegó hasta ella, rodeando con un dedo la maravillosa seta, embelesada.
- Si sigues así, creo que me matarás…- sentenció él con la mandíbula tensa y los puños apretados debajo del agua.
- ¿Te hago daño, acaso?- preguntó ella, como si fuera una inocente virgen.
Sesshomaru rió roncamente y luchó contra él mismo para no levantarla de los glúteos y embestirla duramente aporreándola lo más fuerte que pudiese con su polla dura y erecta. Ella debió adivinar sus pensamientos porque abrió las piernas tanto como pudo y se sentó encima de él a horcajadas, haciendo saltar el agua a ambos lados de la bañera.
Ambos rieron antes de apuntar certeramente sobre el mástil del hombre, haciendo que ambos emitieran un gemido extremadamente sensual.
La boca de Sesshomaru buscaba los pezones duros de la morena que se los brindaba arqueándose, vibrando de absoluto placer.
- Te amo- le susurró él, después de correrse dentro de ella, en lo que pareció un orgasmo sin final.
Rin sonrió y paseó su dedo índice por las cejas y nariz del hombre.
- Yo también te amo, mi gladiador de los infiernos.
Sesshomaru se echó de nuevo sobre ella y buscó su lengua con desesperación, follándola con ella.
Rin lo apartó un poco, son sus manos sobre el pecho, riendo.
- No tengo nada en contra de las camas, cariño. Ni si quiera contra el suelo, pero la bañera es algo más que incómoda- Sesshomaru la miró intensamente y parpadeó un par de veces antes de estallar en una limpia carcajada.
Los ojos de Inuyasha habían adquirido un matiz rojizo ligeramente acarminado, al levantar los brazos de Aome encima de su cabeza. Se había clavado dentro de ella, pero estaba parado, embrujado totalmente por aquellos ojos color chocolate que lo hacían replantearse una y mil veces no haberse dado cuenta de que era ella "la elegida".
Le miró la boca levemente abierta, ella esperaba uno de sus besos, lo imploraba. También notaba como su polla se impregnaba cada vez más de aquel néctar que ella emanaba y rugió como un maldito animal cuando se movió levemente para darles placer a ambos.
- Enrosca tus piernas en mi cintura Aome- le dijo muy cerca del oído, lamiendo levemente el lóbulo de su oreja y bajando lentamente hacia su cuello.
- Yo…no sé si podré. Tengo las piernas demasiado cortas…- Inuyasha no la dejó terminar.
- No digas tonterías puedes hacerlo y lo harás. Hazlo Ahavá, ahora- le ordenó, haciendo que ella dispusiera sus piernas alrededor de su cintura como si fuera algo fácil.
- ¿Has visto….?- le dijo muy cerca de sus labios comenzando a devorarla de nuevo y meneando las caderas en suaves círculos, haciendo que su polla no dejara ningún lugar sin explorar dentro de ella.
Aome luchaba por soltarse de aquel agarre duro que la tenía aprisionada por sus manos. Quería acariciarlo, tocarlo, apretar aquel trasero que se movía para enviarle tremendas descargas de placer en todo el centro de su cuerpo. Pero también quería rogarle como una vulgar puta que la follara duro, que quería oír como sus cuerpos se tocaban y su miembro correoso salía y entraba dentro de ella. Aquella música celestial era para ella todo en aquel momento y lo instigó apretando sus talones con más fuerza en su culo pateándolo varias veces.
Él dejó de besarla por unos momentos y sonrió malintencionadamente. La soltó de las manos y se separó lo suficiente para poder ver su falo como se unía con el coño de ella haciéndola sufrir. Aome rodó los ojos de puro placer cuando de una fuerte estocada se metió completamente dentro suyo y comenzó a bombear con fuerza haciendo que su cuerpo rebotara contra la pared haciendo que los cuadros que había colgados en aquella extraña habitación se cayesen y la pared pareciese cobrar vida propia.
Debía de estar dolorida, pero no lo estaba, quería más y lo quería así. Quería ser tratada duramente. Anhelaba la polla de Inuyasha refregándose contra las paredes de su coño con crueles arremetidas….estaba deseosa de dárselo todo…sin importarle nada.
- ¿te gusta….ah…lo que te hago…ah…?- Le preguntó él, sin cambiar de ritmo y dándole una larga lamida en los labios.
Aome no contestó embebida en el nuevo clímax que la atenazaba. Cerró los ojos y mordió su labio con fuerza haciéndolo sangrar levemente.
- Dilo. Dímelo- ordenó él
- Me gusta. Si…mmmasss…- logró decirle ella.
- Inuyasha. Ahavá, dí mi nombre…- Empujó una vez más con fuerza dentro de ella- Eres mía, Ahavá, mía por siempre y para siempre, dilo. Y así se romperá el sello…dilo.
Inuyasha estaba haciendo tremendos esfuerzos para no correrse, pero quería oírle decir aquello, ella debía de estar completamente sometida a él, para que se convirtiera completamente en su esposa.
Aome deseaba llegar a la cúspide anhelada con tanto fervor que no le importó decir aquello, porque era así como se sentía en sus brazos, en sus manos…su cuerpo era de él, porque él la había despertado y la había hecho sentir lo que era el placer sexual en toda su magnitud.
- Soy tuya- le dijo al fin mirándolo a los ojos- Para siempre.
Inuyasha se inflamó más, si cabía, y entró y salió varias veces de ella con una fuerza descomunal, sintiendo como las paredes de su coño se apretaban y lo estrujaba para ordeñarlo con toda la pasión que ambos emanaban. Fue tan eterno el clímax para ambos que Inuyasha pensó que estaba muriendo de placer. Nunca en su vida había experimentado una corrida de tanta intensidad, su semen la estaba llenando tanto, que podía sentir como los muslos de ella comenzaban a bañarse de su semilla mezclada con su dulce flujo.
La cabeza de ella reposaba en el amplio y atlético torso de él, su respiración algo errática se confundía con la de él, que era eufórica.
Aome había estallado con tanta fuerza que se le habían ido todas las fuerzas de su cuerpo, sentía el suave vello de él, tocándole la mejilla y suspiró a duras penas. Levantó el rostro para encontrarse con su mirada intensa y de nuevo hambrienta.
- Ahora ya no importa lo que veas o lo que sepas, Aome. Eres mía, para toda la eternidad.
Inutaisho había respetado por décadas el anonimato de su esposa, aún sabiendo donde se encontraba…pero aquello era algo que no se podía explicar. Izayoi había dado carta blanca a la única persona que no debía de tener cabida en el infierno. Kikyo Higurashi estaba en la crisálida de la inmortalidad, pero aun tenía alma. ¿Quién le iba a poner el cascabel al gato?
Aome y ella estaban unidas por una línea invisible y solamente se le ocurría una idea para separarlas y no dejar que Kikyo emergiera de la crisálida.
Esperó pacientemente a que los últimos clientes de la tienda de su esposa se marcharan y entonces entró, haciendo que la campanilla de la entrada sonase.
Izayoi se giró y lo vio.
- Inutaisho…
- Esposa- le dijo él, maravillado ante la hermosura inmortal de su mujer- ¿Tienes idea del quebradero de cabeza en el que me has metido?- le preguntó con dulce amor, caminando lentamente hacia ella, amándola con la mirada y añorándola con una fuerza descomunal.
- Ella ha llegado…- susurró Izayoi. Embobaba con la presencia de su esposo.
Con una rapidez que solo podía venir de un ser sobrenatural, Inutaisho llegó a pocos centímetros de su esposa y acarició con la palma de su mano el limpio y blanco rostro de ella.
- Ven conmigo, amor mío. Ayuda a tu hijo…ayúdame a mí….
Izayoi se giró repentinamente y se echó mano al corazón. Inutaisho la volvía tímida y pequeña…cerró fuertemente los ojos e intentó sacar algo de valor de su pequeño cuerpo.
- Rin- dijo sin mirarlo- Lleva la marca. Ella puede salvar a la mujer de Inuyasha.
Inutaisho no comprendió y buscó su rostro con la mano, volviéndolo hacia él.
- ¿Rin?
Ella sonrió con algo de altanería. ¿Acaso no lo sabía? ¿Él, todo poderoso demoniaco?
- Sesshomaru e Inuyasha son hermanos. Kagome y Rin, también lo son.

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