El pánico se expandía por mi sistema como pólvora encendida, la ansiedad me estaba comenzando a consumir a paso acelerado.
Es ló, mi semblante delataba todos los pensamientos que se atrevían a surcar mi mente en esos instantes, en especial cuando uno de ellos se acercó a mí, apretando mis mejillas entre dos de sus dedos, escrutando mi rostro mientras esbozaba una sonrisa espeluznanteSe iban a deshacer de mí, no tenía la información que exigían, además, había visto y escuchado demasiado mientras yacía con los brazos levantados y encadenados al techo.
Sabía que mi final se acercaba, y a pesar de que el sentimiento de resignación brillaba por su ausencia, mi mente se encargó de traer a la luz a las personas que amaba. Mis amigos, mis hermanos, mis padres; y ella. No sabía qué demonios hacía colándose en los que daba por sentado que eran mis últimos pensamientos, estaba ahí por ella, y aun así su rostro y su voz se presentaban en mis pensamientos, junto con una presión casi abrasadora en el pecho.
Pero algo me sacó del hoyo de mi mente, algo hizo que el imbécil soltara mi rostro de una manera asustada. Gritos y sonidos extraños de los guardias de afuera.
Luego llegaron los golpes, golpes en la pesada puerta de metal, la única entrada y salida.
Dos de mis captores sacaron sus armas, los otros cuatro, variedades de cuchillos y navajas, expectantes ante la puerta.
Había una oscura ironía en la situación. Hace menos de cinco minutos era yo la que estaba a punto de llorar del terror, y ahora ellos tenían peores expresiones de las que yo hubiese podido formular con mi rostro, eso no quitaba el hecho de que seguía con un nudo en la garganta casi anormal, mientras observaba como la puerta iba abollándose cediendo ante los salvajes golpes.
No tenía ni la más remota idea de cómo algo tan pesado estaba siendo deformado como si fuese aluminio blando, un extraño presentimiento acompañó esos pensamientos.
Finalmente, la puerta cayó, y mi respiración se cortó.
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Eins, zwei, drei.
Aksi«Cuando una multitud ejerce la autoridad, es más cruel que los tiranos.» - Platón.