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La mitad del primer trimestre había llegado a la Academia, y con el los exámenes se aproximaban para cada día de la siguiente semana. Cada parte del internado estaba repleto de muchachas con libros en manos, las pocas que aun tenían las agallas de divertirse estarían apuradas en los últimos días.

Teniendo en cuenta la situación del año no le sorprendía que el escritorio de su madre estuviera repleto de papeles, se la veía ocupada, atareada y algo enfadada. Ya casi se cumplía un mes desde que estaba preso entre esas paredes, no había nada nuevo. Seguía compartiendo tiempo con Hitch y Annie, molestaba a la princesita castaña cada vez que la veía y de vez en cuando seguía acostándose con la pelinegra que ahora sabe se llama Pieck, y para su mala suerte las anteriores muchachas habían acertado cuando le dijeron que cometió un error al estar con aquella chica. La pelinegra esparció el rumor de que ella y Levi salían por lo que por mas que coqueteara con otras en su tiempo libre, eran pocas las que se atrevían a apuñalar a la abeja reina por el miedo y respeto que le tenían.

Por lo que el pelinegro solo había estado con ella en las últimas semanas, nada especial. De hecho quería terminar con la situación que comenzaba a cansarlo. Lo haría ese día, no era de los que le conmoviera ver a una persona llorar.

— Levi, cariño.— después de unos largos minutos en los que solo revisó carpetas y papeles su madre parecía estar a punto de decirle la razón por la cual mandó a llamarlo durante esa tarde.—  Dime una cosa ¿te parece adecuado meter señoritas a tu habitación?

— ¿Señoritas?— soltó con descaro sacandole una mirada feroz a Kuchel. Una carcajada salió de sus labios pero fue corta, cínica, el hecho de saber que lo habían estado vigilando como a un bebé lo enfureció. — No metí a ninguna "señorita" que yo sepa, y si lo hice... me pregunto, ¿que les enseñan en clase de modales, mamá?

Un golpe sobre la mesa lo hizo callar mientras una sonrisa se formaba en sus labios, cualquiera pararía al ver a su madre tan enojada. Pero él no, el quería que explotara, que deseara matarlo con los ojos. Frustrarla hasta que no le quedaran ganas de seguir metiéndose en su vida, hasta que lo sacara de ese lugar y no lo buscara jamás. Pudo ver como una vena sobresaltaba de su frente y cerraba los ojos con fuerza.

— Aléjate de mis chicas, hijo.— soltó la mujer sin abrir los ojos, como si no quisiera verlo. No ver a su peor karma, su hijo era la persona más cruel que había conocido y no comprendia como es que llegaron a ese punto.— Te lo prohíbo.

— Si... Lo que digas.





— Le diré que me cansé de acostarme con ella, Farlan. No es para tanto...— dijo cansado el pelinegro mientras dejaba correr el humo de su cigarrillo por los pasillos sin preocuparse realmente por quien lo viera.

Su mejor amigo intentaba persuadirlo a que fuera más sutil al rechazarla desde que la llamada comenzó.

Farlan era el que le insistía a pensar dos veces sus acciones antes de que se formara una catástrofe, era así como su consciencia

El pelinegro era malicioso, egoísta e indiferente, pero por alguna razón se llevaban de maravilla a pesar del contraste de personalidades. Incluso era la única persona que lo escuchaba y aconsejaba para bien, sin importar lo que hiciera jamás lo había juzgado como el resto. Suponía que se debia a que el mismo Farlan cometió alguna vez los mismos errores.

Extrañaba a su compañero de cuarto y de aventuras, más de lo que estaba dispuesto a admitir, pero el rubio lo conocia de tal manera que bastaba con escuchar su voz detrás de la línea para sentir su aprecio.  Eran el dúo perfecto, y era sorprendente que sobrevivieran a pesar de no haber hecho travesuras juntos hace casi un mes.

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