. Siendo ya las 5am salí de casa con mis botas y sudadera. Cargué la camioneta con los paquetes de periódicos. Enrollé algunos ejemplares y encendí el motor. Una. Dos. Tres. Cuatro y encendió al último intento. Rugía como un monstruo diabólico a falta de un buen cambio de aceite.
A medida que aceleraba iba lanzando un diario en cada puerta. Me detuve un instante, aparqué en una esquina. Mis dedos estaban congelados y entumidos, no podría seguir con esto. Recargué la frente en el volante de la camioneta y suspiré. Maldición. Cuando Ricky despierte seguro notará que su reserva de cervezas ha terminado, y furioso, me mandará a comprarle más. Mi miserable sueldo después de la repartición se irá en bebidas con alcohol para curar la tremenda cruda de mi novio. Ayer salió temprano a buscar trabajo y regresó en la madrugada mas ebrio que el señor Rain –un hombre de nuestra cuadra famoso por romper el record de 8 meses borracho- Entonces, voy a tener que inventar una nueva excusa a la señora Amanda con mis 5 meses atrasados de renta.
A las 6:30am terminé, cansada y entumida por el frío. Llegué a casa, abrí con cuidado la puerta para no despertar a Richard, quien dormía en el sofá, llegó a las 2 de la madrugada, casi inconsciente de tanto que bebió.
Me senté a su lado, incapaz de tocarlo. Sintiendo mi presencia se removió en su lugar y lentamente abrió los ojos. Tan rojos como los del mismo diablo. Mi estómago se contrajo.
Lo último que me faltaba era su mal humor mañanero.
-Buenos días princesa. –susurró con voz ronca.
Me sobresalté y me moví un poco hacia atrás.
-Bueno, querida, veo que haz entregado el periódico. Bien, estoy sintiendo una cruda de infierno. ¿QUÉ DEMONIOS HACES ALLI? ¡TRAEME UNA PUTA CERVEZA! –las venas de su cuello se exaltaron y su respiración se agitó a medida que me gritaba.
Bajé la cara, con todo mi cuerpo temblando aún, no fui capaz de ponerme de pie.
-¡ACASO NO OYES!
-Ricky..yo..-debía explicar que no teníamos cervezas, ni dinero, ni nada, pero el miedo me congeló la garganta.
-NO VOLVERÉ A PREGUNTAR.
Se puso de pie, sus botas crujían en el suelo de madera. Escuché como azotó la puerta del refrigerador, no me atreví a mirar. Agaché la cabeza cuando sus pasos se acercaron al sofá.
Alcé la cara, sus manos formadas en puño y sus ojos sangrando de rabia, tenía la mandíbula apretada. Negó con la cabeza y se giró a la puerta, tomó su chamarra a la pasada y cerró la puerta detrás de él. Escuché rugir el motor de la camioneta.
Cerré los ojos y dejé las lágrimas salir. Estúpida, débil, no puedo hacerlo feliz, todo lo hago mal. Él es todo lo que tengo ahora, no puedo perderlo por nada del mundo.
Ya no pude dormir. Salí de la casa y caminé vagando por la calle. El señor Rain estaba tirado en la banqueta, como siempre.
Y lo que podría terminar arruinando mi día, la señora Amanda parada frente a mí. Cualquier intento por pasar desapercibida no iba a funcionar, no esta vez.
-Hola Rose, querida. –me saludó con su falsa sonrisa.
-Señora Amanda.
-¿Cómo estas cariño? ¿Todo en orden? He escuchado rumores acerca de tu novio..dice la gente que escucha muchos gritos y que hasta te ha golpeado. Y que llega todos los días tarde..y.
-¡Basta! –mi pecho subía y bajaba. –Esos son mis asuntos señora Amanda, a la gente no le importa la manera en que vivo.
-Tienes razón niña, esos no son mis asuntos. Mis asuntos son cobrar la renta. Y por lo que veo estas un poco atrasada.
Me apreté el puente de la nariz y cerré los ojos.
-Lo siento de verdad señora Amanda..es solo que..Richard ha tenido problemas para buscar un empleo y yo, bueno, lo que gano no es muy suficiente. Le prometo que..
-Sí niña, lo que digas. Tú y tus promesas. Mira, yo ya me cansé, quiero mi dinero, tienes 2 semanas. Hazle como quieras.
Asentí con la cabeza y empecé a llorar, tapándome la cara. Completamente frustrada.
Sentí que me ponía una mano en el hombro. –Escúchame –susurró en mi oído – Hay una mujer, una vieja amiga, que busca una niñera. Tiene muchos hijos. ¿Por qué no la llamas? Apuesto a que ella paga un buen dinero.
Me sequé la cara con el dorso de la mano y alcé la cabeza. La señora me dio una tarjetita arrugada. –Aquí está su número, pregunta por Johanna, todos los conocen como la familia Tomlinson. Suerte.- Se alejó por la calle.
Miré la tarjeta, un número garabateado. Supongo que esta es mi única esperanza. Pero ¿niñera? Jamás he trabajado cuidando niños, pero si no consigo un empleo ya, nos echarán a la calle, y no quiero ni imaginar el rostro de Richy.