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La vida era una montaña rusa, había veces que se encontraba pleno, su bienestar era perfecto, cada parte de su alma gritaba de euforia, todo marchaba excelente; otros días eran nublados, hacía frío, le daban náuseas y su alma se hundía en la oscuridad.
Jisung creía que la vida se basaba en encontrar el equilibrio, donde te sientas cómodo, pero no lo suficiente para estar feliz. Todos estaban destinados a sufrir hasta encontrar ese equilibrio entre el bien y el mal.

Han Jisung era un letrista para nada conocido, literalmente, era un don nadie que se la pasaba estresado por no poder escribir algo aceptable para el público. Su deseo por obtener fama ejerciendo ese trabajo era gigantesco, tanto que haría cualquier cosa con tal de lograrlo.

Él pensaba que sus conocimientos y su filosofía lo ayudarían para expresar hermosas letras y crear un arte místico que jamás se haya visto, pero ciertamente cada vez que se sentaba a escribir, ponía un papel en blanco y se quedaba paralizado. No entendía a que se debía ese comportamiento suyo, sólo no podía escribir nada que sea digno de una obra maestra. Estaba perdido.

Hace días llevaba trabajando en algo, de verdad se estaba esforzando lo suficiente, ni siquiera pudo dormir durante ese trayecto de tiempo. Ahora tenía una canción, una miserable canción, a la que le dejaba y confiaba su futuro como letrista. Aunque Jisung era un joven de apenas veinte años, la empresa que lo había contratado lo había estado apresurando para que entregue al menos un sólo trabajo y ésta era su última oportunidad. No debía fallar, no podía fallar.

Entró en el despacho del jefe, obligándose a si mismo a mantener una postura firme y presentable. Sus manos sudaban, mientras se aferraba a la hoja de plástico transparente que llevaba dentro el papel que definiría su estadía en la empresa. El hombre sentado en su asiento, levantó la vista encontrándose con los ojos cansados de Han.

—Han, te he estado esperando— se inclinó hacia adelante apoyando sus antebrazos en el fino escritorio de madera de roble. Jisung tragó saliva antes de contestar, mentalizando lo que debía decir.

—Buenos días, Señor Seo— Habló con claridad. Se acercó y dejó su proyecto sobre el escritorio. A decir verdad tenía tanto miedo que si lo echaban se pondría a llorar no importa si estaba enfrente del jefe—. Aquí está mi trabajo, se trata de una canción romántica, que refleja el amor de una chica por su mejor amigo. He decidido agregar versos repetitivos al principio y al final, yo creo que ha quedado bastante bien.

Seo Changbin sacó el papel y comenzó a leerlo atentamente, buscando cualquier error o cosa interesante que se le presentará primero. Asentía con la cabeza cada vez que terminaba de leer un verso. El tiempo para Jisung parecía volverse lento, casi interminable y asfixiante. El menor se acomodó la corbata, justo al mismo tiempo que su jefe terminó de analizar la letra. Diablos, se sentía tan tenso.

—Primero— comenzó a decir Changbin—, no tienes la confianza suficiente como para decirme a la cara que tu letra es magnífica. Aunque en este caso no lo es, ni siquiera se acerca a un “bastante bien”, quiero decir, ¿No creés que es demasiado repetitivo el hecho de que sea una chica enamorándose de su mejor amigo?, hay cosas mejores de las que hablar— continuó con un suspiro—. Tienes una mentalidad muy interesante, y aún así no la usas, sólo escribes cosas clichés, a las personas ya les está cansando eso. Así que debes renovar tu cabeza para expresar tus pensamientos y trasmitirlos a las personas que escuchen la canción ¿Acaso esto es lo mejor que puedes hacer?— preguntó sin tacto, Jisung apenas pudo negar con la cabeza— ¡Claro que no!, eres mejor que esto, realmente es una lastima... Pero ya no puedo darte más oportunidades, hay más chicos como tú afuera, con letras más interesantes o peores que la que me trajiste hoy.

thirsty | minsungDonde viven las historias. Descúbrelo ahora