La calma y la tormenta

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Era temprano por la mañana cuando los primeros rayos de sol despertaron a Sanemi Shinazugawa. A su lado, yacía aún dormido Giyuu Tomioka quien irradiaba una belleza tranquila y etérea. Sanemi podía sentir la respiración cálida de su compañero cerca de su mejilla y el peso de una de sus piernas entrecruzada por encima de la suya. Si alguna vez le hubiesen preguntado si imaginaba experimentar una escena así con el entonces ex Pilar del Agua, su respuesta hubiese sido un rotundo no. El albino odiaba de sobremanera a Giyuu al punto de no querer verle la cara ni en pintura. Y si se veía en la obligación de interactuar con él por cumplir con su deber como pilar, se aseguraba de hacerle saber su desagrado. Pero, por más que intentara sacarlo de sus casillas, el muy bastardo parecía no perder nunca la calma. Siempre llevaba esa cara de póker imperturbable carente de emoción alguna y eso lo desquiciaba.

¿Acaso se creía muy listo? —pensaba Shinazugawa.

Sin embargo, las cosas terminaron por tomar un rumbo muy distinto. Quizás fuera el hecho de luchar codo a codo contra Muzan Kibutsuji lo que decidió que ambos se acercaran más. Fueron momentos de mucha tensión y desgracias pero lograron salir victoriosos al final, siendo los únicos sobrevivientes de los Pilares en servicio. Tal vez y por caprichos del destino, tenían una segunda oportunidad en este mundo aunque el fuego de sus vidas se apagara definitivamente en pocos años más. La sombra de la maldición de la marca de cazadores —aquella que manifestaron durante la infeliz batalla— los acechaba día a día. Sabían, por lo tanto, que no vivirían más allá de los veinticinco años de edad. Y eso sería, más o menos, dentro de unos tres o cuatro años.

Sea cual fuera la razón, la realidad era muy evidente; Giyuu había conseguido meterse en su vida y también en su cama.

—¿Cómo diablos terminé así con este tipo? —se preguntaba Sanemi aún sin creer lo que sucedía.

Todo comenzó cinco meses atrás, cuando el pelinegro junto al mocoso de Tanjiro Kamado, se presentaron frente a la puerta de su finca cargando entre sus manos un par de bolsas que contenían deliciosos ohagi recién elaborados. El primero en hablar, desde luego, fue el vivaz muchachito de ojos color rubí.

—¡Buenos días, señor Shinazugawa! —exclamó el menor. —Hace un tiempo que con el señor Giyuu pensábamos en obsequiarle unos ohagi porque sé que le gustan mucho. Acéptelos por favor como señal de agradecimiento.

Sanemi por poco entró en cólera ante el ridículo espectáculo que se habían montado los dos imbéciles pero al final terminó aceptando el presente —después de todo, le encantaban esos tradicionales dulces japoneses—; no obstante, jamás pudo olvidar la estúpida e insípida cara que había puesto Tomioka cuando éste le ofrecía una de las golosinas en señal de tregua.

—¿Acaso quieres molestarme poniendo esa cara de idiota?—le había dicho a lo que el pelinegro respondió muy honestamente: —Es la única cara que tengo, Shinazugawa.

En ese momento, Tanjiro tuvo que detener a Sanemi de lanzarle por la cabeza los ohagi.

De esa manera, el tiempo fue transcurriendo tranquilamente y las visitas de Giyuu a la finca del ex Pilar del Viento se fueron haciendo cada vez más frecuentes. Sanemi ya no estaba tan incómodo con su presencia, incluso la disfrutaba aunque no quisiera admitirlo y, al tercer mes de coqueteo, se acostaron por primera vez. Ninguno de los dos tenía experiencia previa en el asunto por lo que les resultó una pericia un tanto incómoda. Empero, el joven de carácter iracundo sintió cómo una chispa se encendía en su interior, iluminando un lugar oscuro y oculto que no sabía que poseía. Y todo fue gracias a Tomioka. El muchacho serio, de expresión pétrea e insulsa —según lo había considerado Sanemi— era, de hecho, capaz de hacer una variedad de expresiones y gestos faciales sublimes cuando se encontraba excitado.

La calma y la tormenta [OS Sanegiyuu]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora