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¿𝕮uántas veces alguien me ha dicho que debo sonreír más para agradarle a las personas? Puedo responder a eso de forma clara y directa: demasiadas

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¿𝕮uántas veces alguien me ha dicho que debo sonreír más para agradarle a las personas? Puedo responder a eso de forma clara y directa: demasiadas. Desde que me integré en la sociedad, como en el jardín de niños, no reaccionaba igual que los demás chicos de mi edad, incomodándolos o siendo la causante de más de un llanto. Las maestras se ponían a mi nivel para hacerme sonreír —en el intento de hacerlo— o siquiera hacerme partícipe en las conversaciones o actividades para que demostrara algo propio o simple interés, pero nada más allá de un rostro inexpresivo mostraba.

Ese fue el inicio de los hirientes comentarios que me lanzaban por mi rostro de póker.

Al contrario de mis expresiones, me considero una chica muy sensible. Mis sentimientos tardan en reaccionar en ciertas situaciones, especialmente cuando quiero llorar; recuerdo ver mi mirada en el espejo, con un rostro monótono y lágrimas cayendo en silencio, haciéndome odiar más que nunca. Quiero ser como las chicas de mi edad y ser capaz de mostrar una sonrisa genuina, ser capaz de hacer que otra persona sonría igual.

Soy una chica sencilla, con el inconveniente de tener un rostro seco que nadie comprende. Solamente mi padre parece entenderme a la perfección, ya que él tampoco muestra fácilmente sus emociones desde que mi madre falleció, haciendo que sea imposible que se concentre en algo que no sea el trabajo. Suelo ayudarle a cargar cajas pesadas para los centros comerciales, llevando los respectivos suministros para los negocios, con la esperanza de pasar tiempo juntos.

Pero no es así.

Si mi padre no está trabajando, se encuentra haciendo ejercicio para mantener su mente ocupada en algo más. Nunca en mí. Aunque jamás le he pedido afecto, sé que cada uno tiene su manera de superar una pérdida. No niego que espero el día en que podamos comer en la misma mesa, teniendo una conversación familiar y sin sonidos de afirmación o negación, mostrando un par de honestas sonrisas.

—Me voy, mamá —aviso, haciendo una reverencia a la fotografía de una mujer que se encuentra en la salida de la casa.

Me quedo en pie en la entrada, esperando oír una segunda voz masculina que también me diera la despedida, pero solo oigo pasos fuertes que van de un lado a otro en busca —seguramente— de la billetera antes de salir a trabajar.

Suelto un suspiro.

Me encamino a la escuela Namimori.

Mientras transito las calles, sostengo un pequeño libro para evitar las miradas de otros. Oigo a las señoras del vecindario platicar sobre las noticias del día; sean malas o buenas, las mujeres comparten anécdotas al respecto sin tener vergüenza si ofenden a alguien.

Se me cae el libro de las manos al momento en que un golpe me sobresalta por detrás.

—Ah, lo siento mucho...

El chico que acaba de chocar conmigo se gira y queda en silencio, tragando saliva.

—¡Sa-Sakurai-san!

𝐏𝐑𝐎𝐓𝐄𝐂𝐓 ──── khrDonde viven las historias. Descúbrelo ahora