Capítulo 5: Mamá y rosas amarillas.

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   Madre, si conocieras mi verdadera vida, te morirías de vergüenza. Quizás la querida abuela, desde el otro mundo junto a los dioses y nuestros ancestros, me esté vigilando cada día y rogando a Buda mi perdón. Un día de este mes iré a un templo budista y quemaré incienso por el alma de la abuela, a pesar de que hace tiempo he rechazado la religión dentro de mi cabeza y he gritado abiertamente contra las innumerables supersticiones japonesas. Pero el amor que le profesaba a la abuela era tan grande que me teagare mi orgullo y haré un sacrificio en su honor. También pediré por ti, para que tengas buen salud el resto de tu vida.

   En mi diario escribo todo lo que no me atrevo a decirte a la cara. Delante de todo el mundo aparento una actitud valiente, rebelde ante las normas de la sociedad, pero ante ti me porto como un auténtico cobarde ¿Cómo reaccionarias si supieras que tu hijo es un kagema? Acaso morirías de un infarto. A veces me gustaría coger un tren para Nagasaki y contarte toda la verdad sobre mi vida. Pero a última hora me arrepiento y prefiero seguir viviendo con este engaño, con esta doble personalidad que desconoces, con esta máscara que paseo con cierto orgullo por todas las calles de esta ciudad.

   No sé si algún día sabrás mi secreto. No sé si en el futuro sabrás quien es realmente Izuku. No sé lo que pensarías de mí en caso de saberlo, pero te puedo asegurar que te querré lo mismo que siempre. Sí, mamá, te amaré como una divinidad más allá del tiempo.



   Querida madre:
  
   Te echo de menos. Hoy me gustaría tenerte aquí, a mi lado, en esta tarde tan hermosa en Tokio, para pasear juntos. Quisiera tomarte del brazo, caminar por las calles concurridas y contarte miles de cosas. Podríamos ir de compras, invitarte a comer en los restaurantes que me gustan, y pasar el tiempo charlando sentados en un banco de madera en alguno de los parques de Tokio.

   Tú sabes que estoy bien aquí, pero a veces, cuando te pienso, sé que me haces falta, que la parte más importante de mi vida está algo lejos, aunque siempre cerca de mí, en mi corazón. A menudo me considero un mal hijo, porque no estoy en Nagasaki, en casa, compartiendo contigo la soledad y el cariño de la familia. Cuando pienso así, sufro y algunas noches no puedo dormir hasta bien entrada la madrugada. Pero luego recuerdo tu bondad, tu amor, tu apariencia, y sé que no soportarías que tu único hijo no viviese como él quiere y sueña, que no me dejarías nunca volver a Nagasaki y perder mi juventud en casa. Esta actitud tan poco común siempre te la agradeceré.

   Madre, espero que algún día me perdones por mi vida, aunque ti piensas que no hay nada que perdonar. Pero yo quiero pedirte perdón y quiero que sepas que eres lo más importante para mí.

Con amor, tu hijo.



   Padre ¿en qué puerto te encontrarás? ¿Qué mar estará cruzando el barco que te lleva a bordo? ¿Qué tierras lejanas pisan tus pies ahora? Padre, toda mi vida llevo esperando tu llegada y ese ramo de rosas amarillas que un día, según mamá, me vas a traer de  Occidente.

   No sabes las veces que he soñado contigo. He imaginado tu cara, el tono de tu voz, tu mirada. Cuando tengo libre los domingos y paseo sin rumbo por la ciudad, intento adivinarte entre la multitud que se cruza en mi camino. A veces voy a visitar a mamá, que ha consumido a solas toda su juventud, y siempre me escapo hasta el puerto con la inocente ilusión  de verte desembarcar. Mucha gente de allí ya piensa que he perdido el uso de la razón. Me gustaría preguntarle a todos los marineros que bajan a puerto por ti, por un hombre que siempre lleva en sus manos, curtidas por los fríos vientos de los océanos, un ramo de flores amarillas que cortó de un majestuoso jardín de un palacio de reyes de Occidente. Pero después regreso a casa, un tanto desesperanzado, con el deseo flotando en el aire de que la próxima vez tendré la oportunidad de verte.

   Pasan los años como los tardes tranquilas sobre los tejados de Tokio. Yo sé que un día, padre, llegarás con tu barco hasta el puerto de Tokio y me traerás ese ramo de flores amarillas con las que llevo soñando toda la vida. Ese día yo seré el hijo más feliz que pisará la faz de la tierra. Seguro que mamá también. Por favor, no te olvides de ella. Imagina que yo tenga que partir de aquí. Pronto su cabello medirá muchos metros de largo y su tristeza otro tanto.

 Pronto su cabello medirá muchos metros de largo y su tristeza otro tanto

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