Capítulo I.-El dilema de Carlota

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Carlota de Bélgica, emperatriz de México por petición de los propios mexicanos no creía que estuviese a punto de hacer lo que estaba escuchando, de labios de aquella descabellada princesa de Slam Slam, el plan no era del todo malo, pero el único inconveniente era el dinero y por supuesto encontrar una forma de rescatar a su Max del poder de ese indio malvado que era Benito Juárez.

Mientras escuchaba hablar a esa advenediza la emperatriz se paseaba por la habitación de la fonda en la que estaba escondida como una fiera, ¡Si tan solo ese cobarde francés no les hubiese dejado solos, en sus momentos de mayor penuria! Apenas podía creerlo Luis Napoleón el hombre que juró proteger y solventar el imperio mexicano se echaba para atrás. Sin importarle un comino los sueños y esperanzas que tuvieren para con México.

Pero daba a Dios las gracias, porque serían los propios mexicanos los que estuvieran a punto de salvar a su emperador y al imperio, de las garras de la republica desastrosa de Juárez.

Tuvo que hacerle creer a Max que iría a Francia a obligar a Napoleón a mantener su palabra, pero en lugar de eso viajo a Guatemala, en donde estaba hospedándose. En una de las haciendas de la familia de su buena amiga Clara Villavicencio.

Vivía allí únicamente bajo la identidad de Carlota, una simple ama de llaves al servicio de la señora Villavicencio para que nadie sospechara que estaba en América y no en Europa. Como se suponía que debía estar.

Era por ello que estaba allí, sentada en el salón del piano de aquella hermosa casona ubicada en lo alto de una colina, escuchando el famoso plan de Inés de Slam Slam.

La idea no era del todo mala, de hecho era perfecta, si querían rescatar a Max entonces debían hacer todo cuanto estuviera en sus manos para lograrlo. Lo que le daba miedo era que fueran a enterarse los republicanos. Ya sabía que en la capital de Guatemala había gente de Juárez; inspeccionando casa por casa, dando a la gente que caminaba por las calles, sus características físicas, Carlota estaba presa del miedo pero era más fuerte su amor por Maximiliano, así como su ambición por conservar el imperio para el que fue hecha.

Si de algo estaba segura la joven emperatriz, era que a ella ningún indio pata rajada iba a quitarle lo que era su sueño dorado: México fue ofrecido en bandeja de plata a ella y Max cuando estaban en Miramar, estaba resuelta a que siguiese siendo de ellos. Hasta el final de los tiempos.

Paró por fin de dar vueltas y vueltas como una vil tonta, se sentó en la primer silla que se le puso en el camino dispuesta a seguir escuchando con atención el plan de Inés de Slam Slam, quizás la idea sonaría algo descabellada pero ahora tenía la ayuda del nada despreciable Eugenio de Santillana y Cermonte; el muchacho tenía los medios y el dinero suficientes para hacer que el imperio triunfase además de que Clara, su esposa conocía exactamente a las personas indicadas a quienes debía dirigirse la emperatriz.

Estaba resuelto finalmente el problema: Habría un imperio de por vida, este iban a salvarlo sus propios súbditos.

Clara le llevó escrita una lista con nombres de algunos gentiles hombres, a los que podía pedir ayuda para Max. Carlota la estudió con diligencia. Por ejemplo tenía noción de que Nicolás Silva de Novara tenía descendencia española. Desde tiempos del virreinato; la fortuna y el poder de la familia se debían precisamente a las explotaciones de las minas de plata existentes en Chihuahua, Zacatecas, Durango y Guerrero era por tanto uno de los hombres más ricos del país.

Carlota tenía buena noción también de que durante la republica de Juárez la familia Núñez se vio seriamente afectada por las reformas de Juárez. Quizás, ella podría dar un incentivo a la familia a cambio de ayuda en armas, dinero y hombres. El ejército maltrecho de Max necesitaba reagruparse y reorganizarse.

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⏰ Última actualización: Jul 27, 2020 ⏰

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