CAPÍTULO VI: LO PEOR EN DÉCADAS

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— Mmmm... ¿Qué debería usar? — dijo Paul Landers en voz alta, mirándose al estrellado espejo —. ¿Con corbata o sin corbata?

— ¿De verdad crees que será un evento formal? Ese auditorio es un chiquero, las instalaciones son inseguras y estoy seguro que las ratas se la pasan danzando por los asientos — Flake le miró desde el viejo sofá, sostenía entre las manos una taza de café.

— ¡Christian! — Paul dio la media vuelta —. ¿Desde cuándo importa un edificio en buen estado?

— Desde siempre. No quiero morir gracias a un techo colapsado.

— Cierra la boca y deja de quejarte porque hoy es tu noche — esbozó una emocionada sonrisa —. Hoy te convertirás en hombre, mi delgado amigo.

— No soy virgen, te lo he repetido hasta el cansancio — replicó Flake, ya irritado —. ¿Por qué no puedes aceptarlo?

— Sí, sí, como digas... — emuló darle un latigazo con la corbata.

Estuvieron en silencio mientras Paul intentaba anudarse la tira de tela. No pensaba usar un traje, pues no tenía uno, sólo quería agregarle un toque especial a su despreocupado conjunto. Lorenz estuvo al pendiente de su fracaso.

— Oye, si se supone que esta es "mi noche", entonces dime por qué eres tú el que se preocupa por verse bien para ir a la obra — interrogó éste.

Landers entrecerró los ojos. Tenía razón, tenía razón... Le arrojó la corbata en la cara, asintiendo.

— Tal vez mi inconsciente intenta prepararme por si me encuentro a Ileana en el pasillo — respondió, pasándose los dedos por el teñido cabello.

— Ajá, claro, claro, Ileana, Ileana... — murmuró Flake.

— ¿A qué te refieres con ajá?

— A nada, a nada... — alzó las manos por encima de la cabeza.

— Deja de repetir dos veces las cosas y contesta, cobarde — ordenó, arrugando la nariz.

— Bien, bien...

— ¡Deja de hacerlo! — replicó ya molesto.

— ¡Lo que trato de decir es que probablemente no soy yo al que le gusta nuestra salvadora Huma!

— Ay. Ajá — contestó Paul.

— Aceptaste una salida con Christoph, una salida a la que Richard irá. No sólo eso, sino que te estás alistando dos horas antes de ir al teatro.

Ambos se miraron, en un incómodo silencio.

— ¡Ja! Dijiste que probablemente entonces sí te gusta, al menos un poco.

— Yo no dije eso.

— ¡Lo pensaste!

— No, tampoco lo pensé.

— Quiero estar presentable para presenciar un momento tan especial como tu paso de niño a hombre, es todo — amplió su sonrisa y salió corriendo al interior de su habitación.



Paul Landers y Flake Lorenz subieron a la camioneta, uniéndosele a Christoph Schneider, Richard Kruspe – el pendejo – y Oliver Riedel. Fue un silencioso e incómodo viaje de quince minutos.

— Así que... ¿Comieron bien? — preguntó Flake, queriendo romper el hielo.

— Sí, muy bien, bien, bien... — respondió Richard Kruspe.

Que molesto era ese hijo de puta, pensó Paul. Puso los ojos en blanco, se cruzó de brazos e ignoró la presencia de aquel sujeto.

Apenas la camioneta se detuvo, Landers se llevó a Lorenz consigo. Arrastró a su ligero amigo al interior del anfiteatro, entusiasmado.

HUMA [ Paul Landers ] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora