VEINTIUNO

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Elena miró el reloj. Dos minutos tarde. William nunca llegaba tarde, fuera por la razón que fuera. Una reunión importante, una clase, un congreso, una cena con los padres o un almuerzo con quien sería su futura mujer. Pero ahí estaba, retrasado dos minutos, y dándole otra razón para sospechar de su comportamiento.

William estaba metido en algo raro. Todavía no deseaba ponerle nombre al asunto, pero sabía que no era nada bueno, sobre todo para ella, que había descubierto, después de buscar durante una hora, que el abrigo que él había comprado no estaba en su apartamento ni tampoco en el maletero de su coche.

Pasaron otros dos minutos. Cuando fueron exactamente cinco, William apareció por fin. Iba apurado, como siempre, pero nada en su aspecto parecía fuera de control. Tenía el cabello impolutamente peinado hacia atrás. La corbata en su lugar y el semblante circunspecto que lo caracterizaba. El saludo también fue el mismo.

Un breve beso en la boca.

— Lo siento, la reunión se alargó más de la cuenta — se disculpó, tomando asiento frente a ella.

Elena improvisó una falsa sonrisa.

— No te disculpes, esas cosas pasan. ¿Cómo estás?

— Nos vimos esta mañana, Elena — William sonrió de medio lado, confundido.

— Lo sé, pero muchas cosas pueden ocurrir en un par de horas, ¿no crees?

Él se mantuvo impasible, a pesar de que sus manos comenzaron a temblar levemente. Las llevó a su regazo, lo que encendió una nueva alarma en Elena. Algo había pasado ese día, justo después de despedirse en la mañana.

Algo relacionado con una mujer. A esas alturas Elena estaba convencida de que William había comprado ese abrigo para su amante. Y la sola idea le daba deseos de gritar, llorar y armar un escándalo, todo al mismo tiempo. Si se contuvo fue porque el mesero apareció para tomar la orden.

William optó por una sopa de puerros y un salmón a la plancha con verduras salteadas. Elena, que había perdido totalmente el apetito, pidió una ensalada. Para beber, ambos optaron por un vaso con agua.

Tan pronto como el mesero se retiró, Elena fue al ataque otra vez. Tenía que ir al fondo del asunto, como fuera. William miraba distraídamente a su alrededor, sin deseos de conversar, algo que no era del todo inusual.

— Bill, ¿estás seguro de que te encuentras bien? — preguntó ella, trayéndolo de regreso a la mesa.

William improvisó otra de sus falsas sonrisas.

— Estoy cansado, es todo. La reunión me dejó agotado, tengo mucho que hacer.

— ¿Era el cliente de D&M?

La sola mención de ese sujeto hizo a William fruncir el ceño. No le agradaba en lo absoluto, a pesar de que solo debía tratar con él una que otra vez. La mayor parte del tiempo eran sus representantes los que daban la cara.

— No, gracias a dios. A ese tipo tengo que verlo la otra semana. Quiere expandirse por todo el país, pero hay algo en sus políticas de salubridad que no me convence.

— Sí, pero ese no es asunto tuyo, Bill — replicó Elena, aunque no tenía ningún interés de hablar del dueño de D&M ni de ningún otro cliente. Quería saltar al meollo del asunto, cavar hasta llegar al fondo del problema.

Quería pillar su infidelidad. Pero, ¿cómo hacerlo con un hombre tan hermético?

— Lo sé. No me contrataron para meter mi nariz en lo que hace ese sujeto con los desechos de sus fábricas, pero eso no quita que me importe. Y me importa mucho. Tal vez deba planteárselo.

EL DEBIDO PROCESODonde viven las historias. Descúbrelo ahora