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En la vida siempre hay momentos buenos y malos.

Después estaban los peores.

Los que SuYeon, desde que tenía memoria, había vivido.

En algún momento pensó que su vida era perfecta. Había estudiado lo que tanto anhelaba, tenía a un hombre que le juraba amor y sus amigos eran su mejor soporte.

Por eso, cuando se divorció, se topó con la cruda realidad.

El trabajo que con tanto esfuerzo había alcanzado, le fue dado por órdenes del que fue su esposo. El que le juro amor eterno, le rompió el corazón en pedazos. Al parecer la eternidad era diferente para algunas personas.

Y sus amistades, no eran más que máscaras falsas e hipocresía.

Eso fue hace un año y medio.

Ahora se encontraba ahí. Sentada mirando la puerta de aquella tienda de conveniencia. No habían muchos clientes y la paga era buena, no podía quejarse.

Unos cuantos chicos entraron riendo y golpeándose entre sí. SuYeon recordó sus tiempos de universidad, sus amigas, su familia, su novio...

¿Es todo lo que llevarán? pregunto amable.

Solo ésto.

Paso los productos. Unas cuantas chucherías, refrescos y papas.

Son 2900 won, por favor.

Le entregaron el dinero y se fueron. En eso se resumía, su miserable y aburrida vida. El reloj marcaba las tres y veintitrés de la tarde, suspiro con aburriendo y comenzó a hacer el inventario. A esa hora nadie venía.

O eso creía.

Unos lloriqueos la alertaron. Un hombre con un traje elegante y una carreola, tomó asiento en una de las mesas con sillas que se encontraban fuera del establecimiento. Frunció el ceño al ver como pasaba con desespero una mano por su frente.

Sintió el impulso de ir y tomar al pequeño para que se calmara.

Seguramente tendría hambre, o tal vez solo quiere dormir. Otra posibilidad seria que su pañal este sucio.

“No, SuYeon. Concéntrate.”

Hace tiempo que no carga a un bebé, la última vez fue el día de su despido injustificado. Y sintió aquella presión en el pecho.

Dejo la pequeña libreta que sostenía y se acerco a la puerta.

Solo lo iba a calmar ¿Había algo de malo con eso?

A medida que se acerco los lloriqueos se hicieron más fuertes. Salió y vio al pequeño, con la carita roja, sintió un desespero en su pecho. Estaba gritando mucho.

¿Necesita ayuda?aquel hombre de cabellos castaños la miro.

Dios, no se que hacer.

Sus cabellos estaban despeinados, su traje tenía una mancha blanca que supo al instante que era vómito. Soltó una pequeña risa. Pero reparo en el pequeño.

¿Puedo... señaló al pequeño.

Ilumíname.

Sintió aquella emoción en su pecho, esa sensación que hace años no sentía. Tomo al pequeño y este seguía llorando.

Y pronto vio el problema.

El pequeño tenía demaciadas mantas en él, ¿Unas cuatro? También el echo de que tenía un suéter, y debajo de este una playera manga larga. Un pequeño pantalón y unas calcetines altos.

¡Hey, Love! →[Kth]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora