c a p í t u l o 8

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Para Gianna no era algo nuevo o extraño escuchar a su padre gritar, casi siempre lo hacía. Pero esa ira reflejada en sus ojos cada vez que mencionaba a los Targaryen, nunca la comprendería en su totalidad. Cuando le preguntó a su madre al respecto, fue un golpe duro descubrir que su padre amó a otra mujer, y que aún ahora lo seguía haciendo. Supuso que con el pasar de los años, ese sentimiento pudo haber acabado o siquiera que al menos ahora le tendría un respeto a su esposa. Pero no fue así.

Qué maldición tan grande rodeaba a esta familia, que ninguno podía estar con quien de verdad amaban.

Justo ahora se encontraba al otro lado de la puerta de la sala donde solían llevarse a cabo las reuniones del Consejo. Escuchando a su padre discutir calurosamente con Lord Stark por una diferencia de opiniones en cuanto al destino de Daenerys Targaryen.

— Quieres matar a una niña que tiene la edad de tu hija. —señaló Ned Stark.

— ¡No te atrevas a comparar, Ned! —exclamó su padre en tono amenazante— Sea así o no, ella morirá. Ambos lo harán.

— Te seguí a la guerra dos veces, sin ninguna duda, sin remordimientos. Pero esta vez no te seguiré. —declaró el norteño— El Robert con el que crecí no le temía a la sombra de un bebé en gestación. No seré parte de esto.

— Eres la Mano del Rey, Lord Stark. Harás lo que ordene o buscare una Mano que lo haga.

— Que tengas suerte.

Lo próximo fue un sin fin de gritos, insultos y más barbaridades que el rey no dejaba de gritar. Todo por una chiquilla que ni siquiera estaba cerca de volver.
Lord Stark salió de la sala empujando las puertas. Al percatarse de su presencia, hizo una rápida reverencia con la mirada avergonzada. Gianna respondió. Pero el hombre camino tan rápido que no tuvo tiempo de disculparse en nombre de su padre.
Minutos después, el resto del Consejo regresó a sus actividades. Apenas se asomó, pudo ver a su padre con la cabeza hacía abajo, pensativo, con sus manos echas puños y refunfuñando.

Se acercó con cautela, como si atraer su atención fuera peligroso.
Tomó asiento a su lado y por un rato se mantuvo en silencio. Al parecer él ni siquiera notaba su presencia. Hasta que se atrevió a tomar su mano que se encontraba sobre la mesa.

Robert la miró con lentitud, serio. Hasta que su expresión se fue suavizando y esbozó una pequeña sonrisa.

— No estoy borracho, si es lo que piensas. —aclaró.

— Lo sé. —dijo Gianna. Ella nunca lo miraba de forma acusatoria, como solía hacerlo Evan— ¿Estás bien?

Robert alzó los hombros, e irguió su espalda para dejarla caer sobre el respaldo de su silla.

— Nada por lo que debas preocuparte. —respondió con tranquilidad, porque esa era la sensación que ella le transmitía.

Fue así desde que nació.
Jaime Lannister presenció todo el parto, sin soltar la mano de su hermana ni un sólo momento. Él fue el primero en sostenerla.
Pero cuando él llegó después de un buen rato de cacería, con un jabalí como trofeo, sostuvo a su pequeña hija y la admiro por un largo rato mientras Evan seguía llorando en brazos de su madre. Gianna apenas tenía unas pocas horas de nacida, sin embargo, tomó su dedo índice con toda su fuerza y le sonrió.
Y desde ese momento, Gianna siempre estuvo ahí para él. Evan siempre se mostró renuente a crear algún tipo de lazo, y a sus otros hijos apenas los conocía.

— ¿Por qué? —preguntó— Les he fallado tanto como padre, ¿por qué sigues aquí a mi lado entonces?

— Porque eres mi padre. —respondió con simpleza— Siempre voy a estar aquí.

LA MALDICIÓN DE UN PECADO ⚜️ HOUSE LANNISTERDonde viven las historias. Descúbrelo ahora