IV

16 3 0
                                    

Narrador omnisciente

Siete años después

—¡EL REY ARTHUR A MUERTO!

Todo el reino de Calín era un alboroto, pues su amado rey había muerto.

Gritos, llantos y dolor.

Era lo único que se sentía en aquel ambiente del veintisiete de octubre de aquel año.

La reina lloraba desconsolada con el rey en brazos, viendo como el amor se su vida se le había ido de la noche a la mañana.

El pequeño príncipe consolaba a sus hermanas, mientras intentaba hacerse el fuerte y trataba de encontrar la calma donde no la había.

La princesa de fuego lloraba desconsolada, pensando ¿por qué el destino era tan cruel para arrebatarle a su padre?

Y la pequeña princesa Astrid de tan solo tres años, se preguntaba por qué todos estaban tristes mientras abrazaba a su hermano.

—¡Larga vida al rey!

Gritaron cientos de personas a la afuera del castillo, era impresionante como a tan solo horas de la muerte del rey, todo el reino ya lo sabía.

Mientras unos lloraban y gritaban desconsolados por su amado rey, otros creaban teorías de lo que pudo a ver pasado.

«La reina lo mató»

«Seguro David ayudó»

«Deberían llevarlos a la horca»

«Quizá solo es fingido»

«Ya decía yo que esto era demasiado bueno a decir verdad»

Todos estaban especulando y decían teorías, tanto buenas como malas. Creando e inventando respuestas sobre ¿por qué había muerto el rey?

.....

Al día siguiente, a las diez de la mañana en punto del veintiocho de octubre estaban sepultando al rey en el cementerio real.

Miles de personas se encontraban a los alrededores acompañando al amado rey Arthur, por el había sido un buen hombre, siempre justo, amoroso, un gran líder, amable y generoso.

Todos lo amaban y por lo tanto la reina confío.

Confío en que nadie podría arruinar aquel momento de despedida, de su amado.

Confío que nadie podría hacerle daño, pues, ¿quién lo haría en esos momentos? Nadie nunca se había puesto en su contra o intentado hacerles daño.

Jamás.

Es por eso que todos amaban aquel lugar, pues había paz y todo era justo.

Sin embargo, al parecer confío demasiado.

—¡TRAICIÓN! Yo, rey de Deblín, hijo de Yanes acuso a la reina Danais y a su hermano David, por traición a la corona de Calín.

Todos miraron expectantes al hombre, no creían lo que sus oídos habían escuchado.

Murmuros.

Todos murmuraban.

"¿La reina y su hermano lo mataron? ¿Cómo es eso posible? Seguro solo se querían quedar con la corona."

El consejo real observo con asco a la reina, confiaron en ella y ahora así le pagaban.

El pequeño príncipe quien anteriormente se hacía el fuerte, finalmente derramó algunas lágrimas temblando, tenía miedo. Pues sentía que lo que estaba por venir dolería demasiado.

FIRE QUEENDonde viven las historias. Descúbrelo ahora