La verdadera historia de la caperucita roja.

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Originalmente “Caperucita Roja” era una historia sangrienta y de terror para que las adolescentes no se dejaran convencer de “cualquier lobo”. En el cuento el lobo invita a Caperucita a consumir la carne y sangre de la abuela.

Tras el Siglo XVIII el cuento popular va sufriendo continuas adaptaciones tendentes a su moralización. Se introducen en su texto variantes para dulcificarlo y el añadido de una moraleja se hace frecuente. Ya Charles Perrault, que en 1697 dio a conocer el cuento oral de Caperucita Roja, suprime esa especie de comunión en la que Caperucita consume carne y sangre de su abuelita descuartizada (léase el cuento oral originario al final del artículo). El bueno de Perrault, quizá, no quiso tener problemas… Más tarde los hermanos Grimm le darán una nueva vuelta de tuerca al cuento introduciendo un final feliz.

Pero los cuentos populares, generados a espaldas de la religión, no tienen el propósito de moralizar ni educar, limitándose a exponer de forma amena la crueldad humana y su fatalidad.

En la casi generalidad del cuento actual, de marcado carácter pedagógico ideológico, la intención es educativa tendente a la domesticación del niño lector para interiorizarle creencias. Son las consecuencias del krausismo religioso tan de moda entre los pedagogos.

El cuento de caperucita Roja, que hoy pasa por la simpleza de contenido en la que se le enseña al niño a “obedecer a los papás y no hablar con desconocidos” fue a lo largo del siglo XIX ampliamente matizado todavía sin la pérdida de su alto contenido sexual originario. Por una parte la inocencia y por otra el creciente deseo sexual que la pubertad trae consigo hacen de Caperucita Roja un relato abierto a todo tipo de interpretaciones.

Había una vez una niñita a la que su madre le dijo que llevara pan y leche a su abuela. Mientras la niña caminaba por el bosque, un lobo se le acercó y le preguntó adonde se dirigía.
– A la casa de mi abuela, le contestó.
– ¿Qué camino vas a tomar, el camino de las agujas o el de los alfileres?
– El camino de las agujas.
El lobo tomó el camino de los alfileres y llegó primero a la casa. Mató a la abuela, puso su sangre en una botella y partió su carne en rebanadas sobre un platón. Después se vistió con el camisón de la abuela y esperó acostado en la cama. La niña tocó a la puerta.
– Entra, hijita.
– ¿Cómo estás, abuelita? Te traje pan y leche.
– Come tú también, hijita. Hay carne y vino en la alacena.
La pequeña niña comió así lo que se le ofrecía; mientras lo hacía, un gatito dijo:
– ¡Cochina! ¡Has comido la carne y has bebido la sangre de tu abuela!
Después el lobo le dijo:
– Desvístete y métete en la cama conmigo.
– ¿Dónde pongo mi delantal?
– Tíralo al fuego; nunca más lo necesitarás.
Cada vez que se quitaba una prenda (el corpiño, la falda, las enaguas y las medias), la niña hacía la misma pregunta; y cada vez el lobo le contestaba:
– Tírala al fuego; nunca más la necesitarás.
Cuando la niña se metió en la cama, preguntó:
– Abuela, ¿por qué estás tan peluda?
– Para calentarme mejor, hijita.
– Abuela, ¿por qué tienes esos hombros tan grandes?
– Para poder cargar mejor la leña, hijita.
– Abuela, ¿por qué tienes esas uñas tan grandes?
– Para rascarme mejor, hijita.
– Abuela, ¿por qué tienes esos dientes tan grandes?
– Para comerte mejor, hijita. Y el lobo se la comió.”

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