La pequeña Ruth ya tenía ocho años recién cumplidos. Su papá no había telefoneado para felicitarla, pocas veces eso sucedía, la mayor parte del tiempo lo hacía su madrastra.
A pesar de eso sabía cosas acerca de Dannilo pues habían hablado en varias ocasiones. Ahora ya no era hija única, sino que tenía dos hermanas. Dorothy había dado a luz poco más de un año de haberse instalado en su nuevo hogar. Vivía diciendo que se parecían mucho aún siendo hijas de madres diferentes.
A pesar de no conocer a sus hermanas personalmente y guardar vagos recuerdos de Dannilo, Ruth siempre les tuvo cariño. Su madre la había enseñado a querer desde que se hallaban solas en el mundo.
Su conciencia la observaba desde las penumbras cada día, añorando la promesa que hasta el momento no se había llevado a cabo. La ayudaba a no perder las esperanzas pues como todo libro decía, era lo último que se perdía.
***
Era una cálida noche de mayo, Ruth veía los animados de Tom y Jerry en compañía de aquella presencia que ella desconocía.
En aquel entonces eran sus favoritos– pensó su conciencia
Patricia fregaba los platos de la cena a la vez que sonreía por lo feliz que veía a su pequeña frente a la vieja televisión de la casa. A ella no le importaba no contar con los suficientes recursos para poder modernizar su vivienda, su prioridad siempre había sido la salud y alimentación de Ruth.
Unos silbidos la sacaron de su ensoñación. Observó a la niña, no había sido ella, esa era una de las tantas cosas que aún no sabía hacer. Ahora tocaban la puerta – toc, toc – una y otra vez.
– Ruth, cariño, ¿podrías ver quién es?– pidió Patricia – voy a secar mis manos.
– sí mamá – respondió la niña un poco molesta por la interrupción.
Ruth se levantó de su asiento con la clara intención de abrir y una vez lo hizo, quedó petrificada en el lugar. Tanto ella como su otra parte estaban sorprendidas.
Frente a ella se encontraba el hombre que le había hecho una promesa hacía mucho tiempo. Su apariencia seguía siendo como ambas recordaban: ojos color miel que la miraban con intensidad, su figura delgada pero definida, pelo negro como el carbón y manos grandes que corroboraban la palidez de su piel.
No, no era un vampiro ni nada parecido, solo era un mortal con un aura oscura. Él guardaba muchos secretos para sí mismo, la conciencia estaba segura.
Cuando Ruth salió de su trance no dudó ni un segundo en arrojarse a los brazos de Dannilo. Este le correspondió con fervor.
Ellos se abrazaban como dos enamorados que han llegado al final luego de haber librado una dura batalla para poder convertirse en seres inseparables, aunque según la visión de la conciencia sólo eran padre e hija demostrándose un amor infinito.
Dannilo tenía los ojos cristalizados, trataba de contener las lágrimas, pero no pudo. La primera provenía de su ojo izquierdo, pronto le siguieron otras.
Por otra parte, Patricia estaba enternecida con la escena, ella también lloraba, no se contenía, simplemente lo dejaba fluir sin reparo.
Y al final estaba Ruth, que parecía querer seguir los pasos de sus padres mientras continuaba aferrada a su progenitor.
La pequeña lloró mucho esa noche, pero no fue de tristeza sino de dicha.
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¿Sabían qué...si la primera lágrima cuando lloras sale del ojo izquierdo es de tristeza, pero si es del derecho es de felicidad?
¿Qué motivos tendría Dannilo para llorar de tristeza?
Saludos, la autora.
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¡Felicidades, papá!
Short StoryLa historia narra parte de la vida de Ruth, desde sus momentos más felices al lado de su padre hasta los más dolorosos que pudo experimentar a causa del mismo. Todo por el amor infinito que destiló hacia él. ¿Qué será de Ruth? ¿Quién la ayudará a...