Prólogo

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Demacia rebosaba luz esa noche. La pequeña Luxanna siempre había pensado que la ciudad se veía preciosa bajo la luz de las estrellas. Sin embargo, esa noche la luz que irradiaba de las piras encendidas la horrorizaba.

--Hijos de Demacia, hoy vemos una vez más el efecto del toque decadente de la magia. --Luxanna, absorta en la luz que producían las llamas, apenas prestaba atención. ¿Quién era ese hombre que hablaba? Ah sí, su tío, el rey. Él les había dicho a su hermano y a ella que podían volver al palacio si lo deseaban. No quería que miraran.

--Un recordatorio del peligro que supone tolerarla. Debemos tener presentes los ejemplos del pasado; las Islas Puras, Shurima, grandes imperios caídos por el golpe de fuerzas que nadie debería poder controlar.--Luxanna no entendía por qué la gente vitoreaba las palabras de su tío. Era un discurso triste, salido de la boca de un mentiroso. Al fin y al cabo, su madre estaba en una de aquellas piras.

--Que el fuego de estas piras sirva como un ardiente recordatorio de que Demacia, libre de magia, perdurará en su gloria durante siglos, y que todo traidor que atente contra este ideal atentará también contra su propia vida, sin importar quien sea.

Luxanna era todavía muy pequeña para poder ver por encima de la balaustrada de aquel palco, así que Garen había tenido que auparla sobre sus hombros como siempre hacía. Estaban a una distancia considerable de la plaza en la que ardían los magos rebeldes. La suficiente como para que llegase el hedor de la carne quemada, pero no como para que la gente que se había congregado a ver el espectáculo llegase a distinguir las lágrimas que caían por las mejillas de su rey.

"Mentiroso. Él era el que siempre decía a Garen que no hay que llorar ante aquellos que pueden convertir tus lágrimas en un arma." Miró hacia abajo y descubrío que su hermano también derramaba lágrimas en silencio. Solo ella no lloraba. ¿Por qué no lloraba? La situación era tan horrorosa que no parecía real. No podía ser real. ¿Verdad?

La gente empezó a marcharse a medida que los gritos cesaban y la luz se atenuaba. Cuando la última llama se hubo apagado, su hermano sacó a Luxanna de su ensimismamiento.

--¿Lux? Es hora de irnos. Bájate anda.

El rey también se había dado la vuelta para marcharse. Lux se bajó y se agarró de la mano de Garen para empezar el camino de vuelta.

Caminaron en silencio hasta llegar a palacio. Una vez allí, Luxanna se encerró a salvo en la oscuridad de su habitación. Resbaló con la espalda aún contra la puerta hasta llegar al suelo. Y empezó a llorar.

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