Flor del cactus

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En un lugar con calles rústicas,  casas de estilo humilde y paisajes campestres, fluía un rio que lleva el nombre del mismo pueblo al que abastece: Chalhuanca.   Este servia de resistencia líquida para sus habitantes, pues sus aguas limpias y cristalinas podían ser bebidas por quien transitaba sediento.   

Cinco kilómetros dentro de Chalhuanca,  llegamos a la zona de Pincahuacho,  que significa surco de Pencas, pues los cactus florecientes parecían cuidar celosamente las aguas de origen volcánico que inundaban la pradera  formando las famosas aguas termales. Estas aguas poseían poderes curativos contra algunas enfermedades tales como la reumas, artritis, bronquitis y enfermedades de la piel.  Como pueden notar, se trata de uno de los tantos escenarios mágicos que se esconden entre los Andes del Perú, pues mitos y leyendas se narran de generación en generación. Además, por si fuera poco, secretos que solo guardan los habitantes de sus comunidades.  

Aquí se crio Juliancito, un niño que había sido adoptado por su tío Don Justo, un  hombre trabajador y respetabado en el pueblo. Junto a Doña Luisa, su esposa,  una persona de buen corazón, proveniente de una  familia distinguida, no titubearon en hacerse cargo del pequeño y lo hicieron como si se tratase de su propio hijo, el que nunca pudieron tener. 

Como era costumbre, Juliancito y su tío solían recoger flores cerca del rio,  y en  muchas ocasiones se quedaban al borde lanzando piedras.  Al tío se le ocurrían historias para entretenerlo. Entre pedradas empezaban las narraciones.  

− Quieres que te cuente una historia? − pregunta  Don Justo con una sonrisa.

− ¡Sí, Tio! − Respondió Juliancito emocionado. 

− Hace, muchos años,  había un niño al que le gustaba venir a jugar al rio. Venia a jugar con los pececitos.  Una tarde en la que su madre estaba ocupada lavando ropa. El se encontraba al borde mirando su reflejo. De pronto, notó algo más que su propia imagen, y la curiosidad lo sumergió en el rio. Su madre al no tener a quien recurrir, no lo dudó y lo rescató como pudo. Tomó  una rama de un árbol  y lo acercó a las aguas hasta que el niño logró aferrarse con dificultad.  Cuando salió, aquel niño no solo sobrevivió milagrosamente sino que comenzó a mostrar un don para curar afecciones menores utilizando las propiedades curativas de las plantas que abundaban en su entorno. La gente del pueblo comenzó a buscarlo cuando necesitaban alivio para sus dolencias, y pronto se ganó la reputación de ser un sanador.

−  ¿Y dónde vive? − preguntó Juliancito. 

− Ya no vive,  se fue de viaje al cielo − respondió Don Justo. 

- Yo también quiero curar enfermedades - comentó, Juliancito, haciendo soltar una carcajada al tío Don Justo.  El tío le explico que para ello tendría que empezar por aprender los  nombres de las plantas y sus funciones. Su sobrino asentía con atención.  

- Empecemos a practicar en casa. Puedes ayudar a a cultivar flores y a regarlas. El pequeño estuvo mas que de acuerdo, y sin más regresaron a casa. 

A la mañana siguiente Juliancito se despertó con el suave murmullo del río Chalhuanca que fluía al pie de su ventana. El sol apenas comenzaba a asomarse sobre las montañas, tiñendo el cielo de tonos cálidos. Se estiró en su cama y sus ojos se llenaron de la belleza de la mañana. 

 Una paisana entro a su dormitorio para vestirlo con una camisa a cuadros, un pantalón color negro y zapatos de caucho negros. 

Descendió las escaleras de madera que crujían bajo sus pies y llegó a la cocina. El aroma del pan recién horneado y el café recién hecho llenaron el aire. Su tío Justo estaba en la mesa,  mientras su tía Luisa terminaba de servir el desayuno.

− Buenos días, Juliancito, ¿Has dormido bien?− dijo su tío con una sonrisa. 

¡Buenos días, tío!  − respondió Juliancito con entusiasmo. − Sí, he dormido muy bien. desperté con el ruido del rio. 

La tía Luisa le sirvió una taza de leche caliente, su desayuno favorito. Mientras comía, Juliancito compartió sus planes para el día. Iba a cuidar el jardín de flores que habían plantado detrás de la casa, rosas,  azucenas, entre otras. Ni bien termino su desayuno, Juliancito se sumergió en su tarea de cuidar el jardín, pero tenia prohibido solo una cosa: no podía tocar las flores del cactus.

− No toques las flores del cactus, esas no necesitan cuidado, son peligrosas para tu edad −  decía Doña Luisa. 

Juliancito se dirigió a impartir su tarea, recordaba lo que no debía hacer. Aunque no le era difícil obedecer se impresionaba mirando la flore del cactus, esa planta en particular. Admiraba sus pétalos  brillantes sobre las espinas que la acogían. Siempre le recordaban la belleza que podía encontrar incluso en los lugares más inesperados. Mientras trabajaba, pensaba en su verdadero padre, una figura enigmática que apenas recordaba, pero que lo había separado de su madre y lo había enviado a vivir con su tío y tía en Chalhuanca. 

Al día siguiente, Juliancito debía prepararse para ir con su tío, Don Justo, al colegio.  Iban juntos pues, mientras el pequeño iba a estudiar. Su tío, trabajaba como director del centro escolar. 

Como es natural, Juliancito se sumergía en un mundo de números, letras y conocimiento. Cada lección era un paso más hacia su crecimiento que despertaban inevitablemente la búsqueda de respuestas sobre su pasado. Es decir, sobre sus verdaderos padres. 

Un miércoles minutos antes de la hora de salida la maestra conversó unos minutos  con los estudiantes para comunicarles sobre la próxima actividad conmemorativa.

−  El Día de la Madre se acerca y vamos a preparar un regalo, tiene que traer una piedra redonda aplanada y pintura. Indicó la maestra 

Juliancito quedó pensativo,  aquello sembró en él una duda inmensa. ¿Dónde esta mi madre? La figura paterna la encontraba en su tío, pero la figura materna, por más de que Doña Luisa era buena, y le mostraba afecto, no podía reemplazar este importante lugar en la vida de un niño. 

Juliancito y Don Justo iban camino a casa, una serie de recuerdos invadían la mente del infante. La escena reflejaba a un Juliancito casi un bebé,  corriendo detrás de una mujer que no le permitía acercarse.  A pesar de sus intentos  alcanzarla,  se veía obligado a regresar por los chicotes que esta le repartía cuando lograba su cometido.

Juliancito y Don Justo iban camino a casa. A veces, el niño reflejaba una mirada perdida, sus pensamientos se inundaban de recuerdos. En su mente, revivía una escena de cuando era apenas un bebé, corriendo detrás de una mujer como que se alejaba de él,  no lo dejaba acercarse. A pesar de sus esfuerzos por alcanzarla, la mujer lo obligaba a regresar, azotándolo con un chicote cada vez que lograba acercarse demasiado.

− Tio... ¿Dónde está mi mamá? − preguntó Juliancito con curiosidad.

− Tu, mamá, tuvo que irse de viaje − respondió su tío.

−  ¿Por qué no me llevó con ella? − cuestionó el niño. 

−  Ella está trabajando, pero nos pidió a Tu tía Luisa y a mi cuidarte, porque sabe que nosotros te queremos mucho  − Y  ¿cuándo va a regresar? - insistió Juliancito. 

  Aún falta mucho para que regrese − dijo Don Justo. 

− Pero ahora no le podré dar el regalo que estamos preparando en el colegio por le día de la madre − Exclamó Juliancito visiblemente preocupado. 

Don Justo elevó las cejas − Pero puedes guardárselo − sugirió. 

El niño reflexionó unos segundos,  finalmente decidió entregar el  regalo a su Tia Luisa, ya que podría prepararle otro cuando regrese mamá. 






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