SALE A LIMA

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Los días que Juliancito vivió en manos de su padre resultaron extremadamente difíciles. Juliancito paso de recibir cariño a recibir golpes hasta con objetos inflingidos en todas las partes de su cuerpo.  Cada día, desayuno de puñetazos, almuerzo de patadas , cena de gritos.

Doña Hortensia Méndez, la esposa de su padre, representaba un pequeño consuelo para Juliancito. Ella trabajaba como profesora en una escuela en Kesari y su carácter reflejaba paciencia y tolerancia. La primera vez que se encontró con la escena de agresión fue una tarde de regreso a casa, y desde lejos se escuchaba el alboroto.

Cuando entró a la casa,  sus ojos se llenaron de horror al ver a Juliancito tirado en el suelo, inconsciente y magullado. Con rapidez, se arrodilló a su lado y tomó su frágil mano en la suya.

- ¡Juliancito! ¡Juliancito, despierta! - exclamó con voz preocupada. 

Ella lo observó con angustia, su corazón latía con fuerza mientras intentaba reanimar al niño. La ternura de Doña Hortensia se contrapuso drásticamente a la crueldad de su esposo, y en ese momento, se convirtió en un rayo de esperanza en la vida de Juliancito.

Desafortunadamente, lo encontró desmayado en otras varias ocasiones, ella trataba de compensar el daño atendiendo los moretones y heridas en la cabeza. 

Juliancito fue tomando juicio de su sufrimiento, del cual estaba deseando liberarse. Durante tres años los golpes y heridas fueron acumulando rencor en forma de cicatrices dentro del corazón de Juliancito como un vaso que acumula agua gota a gota hasta que llega el día en que tiene que desbordarse.

La ultima gota se derramó una mañana a la hora del desayuno, después de que su padre se afeitara para ir al trabajo. El señor encontró en el comedor una jarra con leche descompuesta, culpa de una sirvienta que había dejado el recipiente del día anterior y por eso la bebida se había contaminado.

Aquel insignificante percance desató la furia del señor, quien reunió a la servidumbre para encontrar un culpable, aunque todos sabían a quién señalaría

− ¿Quién sirvió esta leche? −  preguntó; sin embargo nadie admitió, el error.   Juliancito  fue  llamado por su padre, este se acercó temeroso. − ¿Por qué esta esto aquí?  −preguntó de nuevo. Juliancito no quiso dar respuesta, porque sabia como iba a continuar la escena, pero  su silencio fue quebrado con violencia. Su padre lo golpeó sin piedad, y ni las lágrimas ni los lamentos del joven lograban conmoverlo.  Era una mas de tantas y nadie fue capaz de defender a Juliancito ni si quiera esa única vez.

Juliancito, quedó en el suelo, con manchas de sangre en su camisa, su padre lo creyó desamayado y lo dejó. Pero ese fue el momento en que Juliancito pudo ver con claridad que solo él podía salvarse a si mismo. Triste,  se sacudió la ropa, abrió la puerta y caminó sin rumbo. 

Tiempo después, llegó a una explanada de transporte interprovincial, uno de aquellos llevaba un letrero que decía ''SALE A LIMA''.

Al leerlo solo pensó en una cosa:  

− Mamá.

 Así que, acto seguido se aproximó a aquel bus como hipnotizado.

Juliancito se dio cuenta de que no podía subir por la puerta principal como los pasajeros normales, la razón era lógica, no tenía un boleto de viaje, y mucho menos lo podía comprar, no traía ni un centavo. Pero notó que el chofer desayunaba en un negocio de la explanada. Titubeo un instante, pero,  rápidamente volvió a enfocarse en su objetivo: subirse a aquel bus. Solo debía evitar ser visto, y esta parecía ser su única oportunidad. 

Se acercó disimuladamente apoyó su pie por una de las llantas para ayudarse a tomar impulso e introducirse por una ventana, finalmente cayó en uno de los asientos posteriores. Una vez dentro se ocultó en el último asiento y esperó.

Los pasajeros empezaron a ocupar los asientos cada 10 minutos. Cerca de las once de la mañana llegó el señor Castillo, dueño del bus, acompañado por su chofer, y preguntó: − ¿Ya estamos listos? − para asegurarse de que era tiempo de partir. Quita el letrero, ordenó Don Castillo. Sin más tiempo que perder, el transporte calentó motores e inició el viaje.

Juliancito no estaba seguro de si llegaría a Lima, pues en poco tiempo la gente empezaba a cuestionarse sobre él. 

 - ¡Un niño viajando solo! − se murmuraba en aquel bus con destino a Lima. 

Cuando el chofer se enteró, detuvo el bus en un momento de trafico de la carretera. se puso de pie y preguntó :

− ¿Quién viaja con este niño? − comentaban entre ellos mientras el chofer continuaba cuestionando, avanzando hacia donde estaba Juliancito. − ¿Alguien viaja con este niño? − insistía. Cuando llegó a donde estaba Juliancito, lo miró directamente a los ojos y le dijo: 

− Ahora vas a ver, te voy a entregar con la policía, traes problemas − lo amenazó. 

Por supuesto que la amenaza preocupó a Juliancito. Aunque la advertencia fue clara, el chofer no la cumplió. Durante los días de viaje la gente le fue ofreciendo fruta y agua para alimentarse.  Entre cada parada, Juliancito creía que se terminaba el recorrido, se asustaba y su corazón le palpitaba a mil; sin embargo,  se trataba de las pausas para ir al baño , comer algo fuera del bus, dejar o recibir uno que otro pasajero.

La ruta atravesaba Chalhuanca; de Chalhuanca a Puquio; de Puquio a Nazca; de Nazca a Ica; de Ica a Cañete, y finalmente, de Cañete a Lima.

📍− Lima, estación plaza Santa Rosa de Lima − anunció el chofer. Juliancito descendió del bus y se recostó en un rincón de la agencia, estaba muy cansando. Levantó las rodillas para apoyar su cabeza cubriendose de su alrededor. De pronto escuchó una voz: que le pregunta:   −¿A dónde vas? ¿Dónde están tus familiares?.  Era don Simón, un pasajero que había subido en la primera parada cerca de las cinco de la tarde.  Juliancito lo recordaba porque vestía un poncho y un sombrero de paja; además, transportaba gallinas de corral para negociarlas en la capital.

− Mi Mamá está aquí en Lima − le respondió.

− ¿Y quién es tu mamá? ¿Cómo se llama?− 

−  Se llama Esperanza Marcilla

Don Simón dijo que la conocía y que precisamente tenía una carta para ella. Se ofreció a llevarlo con su madre, así que aceptó, se abrigó con un poncho que le dio don Simón, luego,  partieron juntos.

Nostalgia de NiñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora