Emergencia

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En un día como cualquier otro en Chalhuanca, Don Justo  comenzó a experimentar cólicos abdominales que parecían empeorar con el paso de las horas. Desde la madrugada, una inquietante molestia se hizo presente en su abdomen, pero en su típica manera de lidiar con las dificultades, decidió restarle importancia e intentó continuar con sus quehaceres diarios.  El dolor se volvió tan insoportable que lo obligó a abandonar sus labores y recostarse. Intentó tomar una siesta para encontrar algo de alivio.  

No recordaba que ya había sufrido de cólicos parecidos, claro que no, también los había ignorado,  Lamentablemente ese día se encontraba en casa solo y no siguió otro consejo que el de su conciencia, esperar a que el dolor pasara. 

Para las 8 de la noche, ya llevaba doce horas con sus cólicos,  la molestia que comenzó en el centro de su abdomen, se trasladaba de extremo a extremo, primero a la derecha, luego al centro de nuevo, y finalmente a la izquierda.  Su apetito desapareció, y todo lo que intentaba comer lo devolvía con un amargo sabor de derrota. Las bebidas también se volvieron imposibles de tragar, y el sueño era solo un anhelo lejano mientras el dolor lo mantenía despierto.

Su esposa y su suegra, preocupadas y desesperadas, tomaron la decisión de alquilar un auto como expreso para llevar al enfermo a un centro médico. El más cercano se encontraba a 79 kilómetros de distancia, una distancia considerable en ese entorno rural. Lamentablemente, la decisión se tomó tarde. 

Doña Luisa Velarde, desde ese momento convertida en la viuda de Don Justo, se quedo a cargo del pequeño. Ella regreso a vivir casa de sus padres en una zona semi-comercial del centro, pues necesitaba la ayuda de sus padres mientras gestionaba las labores pendientes de su difunto esposo. 

Afortunadamente, los Velarde no escatimaron en cuidar a Juliancito. Parecía que crecería como la promesa del legado de su tío; no obstante, la vida le depararía acontecimientos difíciles a dicho buen niño. 


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