Capítulo IV

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Se encontró con su amiga de regreso a casa. De repente su amiga se detuvo, y le pregunto:

- Amigo, ¿Qué es lo que te tiene tan triste?-.

Caleb no sabía que decir, no quería mentirle, pero tampoco quería decirle la verdad. No deseaba ser una carga para nadie.

-No es nada, solo estoy triste porque tengo mucha tarea-. Lo decía evadiendo mirar a Lis.

Lis ya se había dado cuenta de lo que a Caleb le estaba sucediendo. Por las noches, cuando regresaba a su hogar, lo observaba atentamente desde el cielo. Y por el día, continuaba mirando al chico.

De vez en cuando se le escapaba una mirada triste, o cuando le contaba sobre cómo le había ido en la escuela él se quedaba pensando antes de contestar, o evitaba hablar mucho sobre sus compañeros. Solamente decía que le iba bien, no decía mucho.

La causa no podían ser sus padres, siempre que podían estaban con él y lo abrazaban, les sonreía y Caleb se mostraba muy feliz cuando ellos llegaban. Era un niño muy dulce y bien portado.

Así que el problema de su tristeza debía estar en la escuela.

Se detuvieron frente a un parque y fueron a tomar asiento a una banca de madera con un frondoso árbol. Las hojas cayendo del árbol acrecentaba la soledad del lugar.

Se mecían con el viento para luego escabullirse entre los cabellos y la ropa de los pocas personas que pasaban por el lugar.

El parque, un pequeño terreno de tierra, se conformaba por unos cuantos columpios, bancas de madera y faroles bastante rústicos, ubicados en las cuatro esquinas del terreno.

Sentados, Lis tomo la mano de Caleb, mirándolo a los ojos con una expresión suave, pero determinante, dispuesta a esperar lo necesario para que Caleb pudiera abrir su corazón y derramar todo ese mar que estaba impidiendo a su corazón respirar...

El tomar su mano y mirarlo, esperando pacientemente a que hablara, sabiendo que con ella todo estaría bien, fue suficiente para que Caleb dejara salir la corriente de su corazón.
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Le conto todo, llorando a ratos y luego ya más calmado, lo que le había estado sucediendo poco después de haber entrado a la primaria.

Tenía tan solo 8 años, pero el niño ya era capaz de sentirse profundamente solo y triste a causa de sus compañeros.

Era un niño dulce y tranquilo, y sin embargo aquellos chicos habían logrado hacer desaparecer casi toda la alegría de su vida, convirtiéndolo en un chico asustadizo, inseguro, que no miraba a los ojos a las personas y mantenía esa expresión triste cuando nadie lo estaba viendo.

Tenía miedo de hablar y equivocarse, y todavía más de lastimar a alguien. Por eso evitaba el contacto con sus compañeros, ya que después de todo, no todos eran malos con él.

Al terminar, Lis no pudo evitar soltar un suspiro cargado de alivio. Su estadía en forma de humana estaba llegando a su fin, pero no podía irse sin antes devolver al chico a su camino.

Y ya se estaba iluminando de nuevo su camino, a partir de aquí el chico ya no se perdería más.

-Debes decirles a tus padres, Caleb-. Lis se lo dijo tomando su mano, para transmitirle valor.

-.No quiero molestarlos, ellos hacen tanto por mí. Lo que menos quiero es ser una carga para ellos-. la desesperación se quería apoderar una vez más de Caleb al escuchar esas palabras.

-Tomando el rostro de Caleb y sus orejitas tornándose de un rojo vivo, Lis le dijo:

-No eres una carga para ellos Caleb, eres lo mas importante para ellos. Eres una bendición y un recordatorio de que la vida vale la pena cada segundo-.

-.No eres un debilucho, eres alguien fuerte y valiente, que ha decidido llevar sobre sus hombros algo malo-.

-Eres amable, paciente y tranquilo, inteligente y divertido. Eres feliz-.

-Pero no puedes verlo porque esos niños te dicen todo lo contrario-.

-Y tu les haz creído, cada una de sus hirientes  palabras.-

-Eres aquel que juega conmigo, me sonríe y me invita a divertirme-.

-Eres quien les sonríe a sus padres, una sonrisa llena de ternura y cariño por ellos-.

-Tienes miedo de lastimar a las personas, porque ellos te han lastimado, y no deseas por nada en el mundo que a las personas que quieres les suceda algo así.-

-Caminas con la mirada en el suelo y evitas a los demás porque piensas que no vales nada, pero vales muchísimo-.

Caleb estaba sin poder hablar ante estas palabras, solo podía sentir como ellas se derramaban como el sabor de la miel en su boca, dulce y delicadamente, inundando su vida de una alegría desconocida para él.

Las palabras de Lis eran como el auxilio que tanto tiempo había esperado poder experimentar.

Y esas palabras se habían llevado toda la carga de sus hombros.

Se sentía liviano, lejos de ese mundo de tristeza. Lejos de esos monstruos...

Abrazo a Lis y después de un momento, ella volvío a hablar:

-Tienes que decirles a tus padres Caleb, debes decirles todo lo que te ha estado sucediendo en la escuela-.

-Nadie merece ser tratado así. Ellos han sido malos contigo, y seguirán siéndolo si tu no haces algo para detenerlos-.

-El cambio está en ti, tú puedes hacerlo. No estas solo, tienes a tus padres y me tienes a mí-.

Al término de todo, Caleb comprendió que no tenía porque sufrir solo aquella oscuridad, los monstruos de sus pesadillas que lo visitaban por la noche.

Pensaba que él solo debía defenderse de ellos, creía que todo lo que le estaba sucediendo era culpa suya, y que no debía quejarse con nadie. Que era su obligación guardarse todas sus emociones muy dentro de si, como un pajarito enjaulado.

 Pero no era así.

 Sus padres lo ayudarían a derrotarlos, y Lis también.
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Se despidieron en el parque, cada uno yendo por un camino diferente.

Una estrella solitariaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora